Mírate al espejo y pregúntate que has hecho desde ese cargo que has
detentado los últimos ocho años, el más poderoso del mundo. Se entiende
que hayas encanecido rápidamente, porque la verdad es que has sido la
gran decepción de los últimos tiempos. Siempre pensé que la “Obamamanía”
que se desató con tu elección era una soberana estupidez, producto del
colonialismo mental que afecta a intelectuales, académicos,
comunicadores sociales y políticos de casi todo el mundo. Pero nunca
llegué a pensar que en la Casa Blanca te iría tan mal. Tus reformas (la
financiera, de la salud, la migratoria, para hablar de las principales)
fueron una tras otra un fracaso. No sólo por culpa de los homínidos que
pueblan el Congreso de Estados Unidos sino porque, como gobernante,
careciste de las agallas para pelear por lo que creías era justo.
Tal vez estuvieras amenazado por la mafia derechosa de tu país, es
posible; pero igual deberías haber librado combate, y no lo hiciste. Y
en materia de política exterior, siendo un inmerecido Premio Nobel de la
Paz no dejaste de librar guerras un solo día de tu mandato, y cada
martes, rutinariamente, marcabas con un tilde el nombre de alguien que
tus cobardes muchachos desde un refugio en Utah o Nevada, mataban con
sus drones sobrevolando Paquistán, Afganistán o cualquier otro país del
mundo en donde se ocultaron los que los imbéciles que te rodean e
informan califican como “terroristas”. Asesinaban impunemente, con los
consabidos “daños colaterales”, por supuesto. Tus generales de opereta,
inútiles que -como decía Jorge Luis Borges- jamás habían sentido silbar
una bala muy cerca de su cabeza, te metieron a fondo en cuanta guerra se
librase en el planeta.
Te limitaste a deplorar que en los últimos tiempos policías racistas
se ensañaran con tus hermanos de raza, cuando deberías haberles
proporcionado un escarmiento ejemplar a esos canallas que siguen
pensando que todos los afroamericanos y los hispanos son criminales,
como luego lo diría, sin tantas vueltas, Donald Trump. Con la ayuda de
Hillary Clinton diste vida al monstruoso Estado Islámico, causante de
una crisis humanitaria de proporciones desconocidas desde los tiempos de
la Segunda Guerra Mundial. Tu ex Secretaria de Estado se limitó a decir
que “nos equivocamos al elegir a nuestros amigos”, cuando merecerían,
tanto ella como tú, ser enviados a la Corte Penal Internacional por tan
criminal elección de amistades políticas.
Destruiste Libia, mentiste por años al acusar a Irán de tener un
programa nuclear destinado a producir armas de destrucción masiva cuando
tu bien sabías que el único país que tiene ese tipo de armamento en la
región es Israel, y que lo tiene porque tus predecesores se lo otorgaron
y tú no hiciste nada para revertir esa situación. No sólo eso:
toleraste que el fascista de Netanyahu fuera a hablar en contra de tu
decisión de restablecer el diálogo con Irán nada menos que ante el
Congreso de tu país, cuando podrías haber hecho que las autoridades
migratorias impidieran el ingreso de ese energúmeno a Estados Unidos. No
contento con destruir Libia e incendiar Siria, Irak y casi todo el
Medio Oriente, para debilitar los apoyos de Irán en la región, no
dudaste en orquestar un golpe de estado en Ucrania, elevando al rango de
combatientes por la libertad a una execrable banda de neonazis a los
cuales tus funcionarios del Departamento de Estado alimentaban con
panecillos en frente a la casa de gobierno en Kiev.
Ni hablar de lo que has hecho en América Latina: amparaste los golpes
de estado en Honduras (2009) y Paraguay (2012), e intentaste tumbar a
Correa en el 2010. Hostigaste sin cesar a Venezuela con una guerra
económica, diplomática y mediática muchísimo peor que la que el bandido
de Richard Nixon (que por serlo tuvo que renunciar a su cargo) decretara
en contra del Chile de Salvador Allende. Y fomentaste con tus
lugartenientes locales una brutal ofensiva destituyente en contra de
Cristina Fernández en la Argentina y el “golpe blando”, otra de tus
aportaciones a la política contemporánea, en contra de Dilma Rousseff.
Lejos de colaborar con la paz en Colombia has continuado apoyando al
paramilitarismo de Álvaro Uribe, y apoyando a gobiernos que criminalizan
la protesta social y matan a líderes como Berta Cáceres en Honduras.
También, tienes el record en materia de deportación de hispanos (¡dos
millones y medio nada menos!) y la masacre de los 43 jóvenes de
Ayotzinapa no te ha movido un pelo.
No sigo porque el listado de tus tropelías y crímenes, aquí y en el
resto del mundo, sería interminable. Tuviste un gesto de estadista al
poner fin al horrible cautiverio sufrido, injustamente, por los cinco
héroes cubanos. Pero pese a tu visita a Cuba y a la reanudación de las
relaciones diplomáticas con ese país el bloqueo sigue su curso, con toda
su ferocidad. Y no puedes culpar de ello a los desvergonzados
millonarios que ocupan sus curules en la Cámara de Representantes y en
el Senado de tu país. Tu bien sabes que mientras los millonarios
constituyen el 1 por ciento de la población de Estados Unidos son el 52
por ciento en el Senado y el 44 por ciento en la Cámara de
Representantes. Sabes que eso de la “democracia” norteamericana es una
burla sangrienta y que tanto los representantes como los senadores no
toleran la existencia de una Cuba socialista a 100 millas de la Florida.
Pero hay muchas cosas que tú podrías hacer si no para derogar las leyes
del bloqueo al menos para atenuar algunas de sus más graves
consecuencias. Y eso está en las atribuciones presidenciales, que no has
ejercido sino por cuenta gotas y en asuntos marginales. Por eso, ya al
final de tu mandato y antes de que pases a la historia, ¡y no entrando
por la puerta grande precisamente!, podrías tener un gesto de grandeza y
desmontar gran parte de la infame telaraña del bloqueo cubano, que ha
sometido a este pueblo a más de medio siglo de privaciones y castigos
por el sólo hecho de rechazar vivir de rodillas frente a tu país. Y
jamás lograrás, ni tú ni tu sucesor, que tal cosa vaya a ocurrir. Porque
si hay un pueblo digno y valiente en el mundo ese es el cubano.
De modo que, hazte un favor a ti mismo y acaba ya con todo lo que
esté a tu alcance para poner fin a una política que ha dejado a tu país
como un paria internacional, como un “estado canalla”, objeto de la
repulsa universal en Naciones Unidas. Y, de paso, indultar al
combatiente colombiano Simón Trinidad, sometido a condiciones
absolutamente inhumanas de detención, y al patriota puertorriqueño Oscar
López Rivera, prisionero político de tu país por luchar por las mismas
causas por las que lucharon Washington, Jefferson y los padres
fundadores de los Estados Unidos. Oscar es el preso político que Estados
Unidos ha mantenido por más años tras las rejas, en condiciones
inhumanas. Tu inacción frente al bloqueo y el ensañamiento contra estos
prisioneros sólo ha servido para consolidar aún más el repudio al
imperialismo en América Latina y el Caribe. Demuestra que aún tienes
agallas y acaba ya con tanta infamia. Es tu última oportunidad. No la
dejes pasar. Tus hijas, de las cuales estás tan orgulloso, te lo
agradecerán.
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