Yo, obispo a la izquierda, poeta
de camino, venido de otros mundos pero injertado en la Patria Grande como un
brote mestizo de culturas y anhelos, misionero con una cierta vocación para
evangelizar "macedonios", y claretiano de aquel que fue arzobispo de
Santiago de Cuba, hago esta declaración, a veintitantos de febrero de 1999,
esperando que termine menos mal este milenio, "deslumbrante y cruel",
mientras la posmodernidad anda sin rumbo y quieren declararnos
"cansada" la utopía.
Yo vengo de Brasil, que también
es latinoamericano, del río Araguaia, frontera de luna y pájaros y luchas de la
gran Amazonia. Vengo del Santuario de los Mártires de la Caminhada, donde se
conserva viva la "memoria peligrosa" de toda la sangre derramada por
la causa grande de la Liberación; y donde, por cierto, están presentes,
ecuménicamente, los jóvenes cubanos Frank Pais y Antonio Echeberría.
"Declaración de amor"
digo, no de odio ni de desprecio ni de indiferencia; porque -entre otras cosas
para amar y para discutir y para corregir-, se trata de una revolución nuestra,
de esta Patria Grande que es Nuestra América.
Es una declaración, en voz alta y
a corazón abierto, para que se enteren las olas que van y vienen por el mar
Caribe y los silencios expectantes de los Andes y los helados vidrios de Wall
Street. Pero en parábola, para que no se entienda más de la cuenta, y para que
los hermanos y hermanas que quieran lo entiendan desde el corazón y en la
esperanza.
Acosada y acusada, la revolución
debe seguir haciéndose, pero total. Y debe saber que un fracaso puede ser un
fracaso procesual, un fragmento del gran fracaso pascual que termina en el
triunfo de la Vida.
Los adjetivos a veces son
sustantivamente calificativos, y por eso he dicho revolución "total".
Las revoluciones, ya se sabe, pueden ser parciales, partidistas, inmediatistas
quizá. En cristiano decimos -y creemos- que el Reino de Dios, que es la
Revolución de Dios mismo, es "ya sí, pero todavía no". Total, además,
ha de ser, porque la buena revolución que soñamos y que uno quiere para esta
Cuba amada y para Nuestra América y para el mundo, es la revolución de las
almas, la revolución de las relaciones, la revolución de las estructuras. Pero
revolución, porque de reformas al estilo de las democracias formales, ya
estamos más que cansados. Lo que queremos es "la dignidad plena del hombre
(y de la mujer)", que diría "el apóstol" Martí; aquel
"ejercicio íntegro" que él deseaba para su patria -y "que no
corra peligro la libertad en el triunfo", advertía- y que él desea ahora
-vivo en la piedra de la historia y en la gloria merecida-, para toda la
"patria que es Humanidad" y para toda esta "América de la que
somos hijos e hijas".
Cuanta sociología pueda proclamar
y vivir esta humana tierra de la familia de Dios se reduce -¡casi nada!- a
conjugar dialécticamente esas dos aspiraciones mayores de nuestras vidas y
nuestros pueblos: la Libertad y la Justicia. Conjugar simultáneamente, como
cantaba el poeta peruano, "la justicia y las rosas", y, añadamos, el
viento, el Viento...
Para la fe de los seguidores y
seguidoras de Jesús, toda la realización personal y toda la construcción de la
Historia consiste en saber conjugar, en la dialéctica del Evangelio, el Mundo,
el Reino, la Iglesia. (Esa Iglesia que es un misterio y una misión pero que es
también una historia de santidades y de infidelidades y poderes y cegueras). El
Reino -ya se sabe, y ¡cuánto mejor se debería saber!- es el sueño de Dios, la
pasión de Jesús (según el Evangelio), "el destino de la raza humana"
(según el teólogo de África del Sur), y "sólo el Reino es absoluto, todo
lo demás es relativo" (según el papa Pablo VI). Y la Vida, cada vida, y la
Historia, con todos sus procesos, son materia prima del Reino, bajo la acción
amorosa del Espíritu de Dios.
El capitalismo es un pecado
capital. El socialismo puede ser una virtud cardinal: somos iguales, somos
hermanos y hermanas, la tierra es para todos y, como repetía Jesús de Nazaret,
no se puede servir a dos señores, y el otro señor es precisamente el capital.
Cuando el capital es neoliberal, de lucro omnímodo, de mercado total, de
exclusión de las inmensas mayorías, ya el pecado capital es mortal
abiertamente.
Socializar, distribuir como en
familia, en la única sufrida, hermosa, humana familia de Dios. No habrá paz en
la tierra, no habrá democracia que merezca recobrar este profanado nombre, si
no hay una cierta socialización de la tierra del campo y del suelo de la
ciudad, de la salud y de la educación, de la comunicación y la ciencia. Tú
puedes tener si el otro puede tener también; pero tú no puedes tener acumulando,
dejando al hermano desnudo. La propiedad privada es esencialmente inicua cuando
es privatista y privadora. ¿Recuerdan ustedes el gesto aquel de la
multiplicación de los panes y los peces? No fue un juego de magia, sino un acto
de compartir. Pan hay para el mundo, para la humanidad entera, e incalculable
pescado tiene el mar... El compartir será, evidentemente, en contra del
programa del FMI y del BM y de las transnacionales y de los multimillonarios y
muchas veces -quién sabe- quizás en contra de nuestro propio corazón
posmodernamente egoísta.
Cuba viene pasando
angustiadamente por un "período especial". Por un período muy
especial pasa el mundo entero. A neoliberalismo tocan todos los bancos, todos
los gobiernos, y muchos computadores. Cuba es una isla, cercada de mar por
todas partes; cercada del mar del neoliberalismo también. ¡Ay Nicaragua
Nicaragüita! ¡Pero sigamos, Zapata! ¡Hermanas y hermanos de la Patria Grande:
no se cansen de soplar viento de utopía por las quenas maternas, no se cansen
de darle a los tambores de la negra rebeldía! ¡Padres y Madres de la Patria
Grande: los Juan Diego, Lempira, Las Casas, Tupac Amaru, Zumbí, Martí, Camilo
Torres, Che Guevara, Doña Tingó, Romero, Margarida Maria Alves... y todos
cuantos y cuantas a lo largo de los siglos de antes y después de la conquista,
en la siempre Abya Yala fecunda, vienen dando su sabiduría y su canto, su lucha
y su sangre, su resistencia y su esperanza!
Cuba es una isla, y una isla
igualmente es un lugar desconectado del resto del mundo, que conectable con el
mundo entero. "Que el mundo se abra a Cuba", pedía el papa; "y
Cuba se abra al mundo"; que Cuba se abra a Cuba, que la Iglesia se abra al
Pueblo, que el Estado se abra al Pueblo, que el Pueblo se abra al Pueblo; que
todo se abra al Reino, que es la liberadora política de Dios... No vamos a dar
a nadie que se crea grande "la perla del Caribe", ni tampoco vamos a
encerrarla en una concha. Cubanos, cubanas, hermanos del mundo, tan
generosamente entregados a la salud, a la educación y a la liberación, más allá
de las fronteras de la patria cubana: ¡vamos a seguir "internacionalizando
el amor" -como quería el compa nica de Santa Clara-, globalizando la
solidaridad, mundializando la utopía!
¿Qué hacemos, Señor, en este
mundo neoliberal? ¿Qué haces Tú? ¡Que se te vea que eres siempre el Dios de los
pobres! Que hagamos verte tal. Que la Iglesia, las Iglesias, la Iglesia de
Jesús, ecuménicamente testigo del Crucificado Resucitado, sea libre, sí, pero
para el servicio, coherente siempre con la opción de Jesús y con la fuerza de
su Pascua. Ni plañideras ni cruzados. Nada de crispación militante, ni de un
lado ni del otro, que de un solo pueblo se trata, y habría de tratarse de una
misma tarea y una misma esperanza. Que la laicidad del Estado no tenga por qué
ser irreligiosidad del Pueblo; ni el espacio de la Iglesia tenga que ser poder.
Sea la Iglesia de Jesús luz, sal, fermento, como El soñaba, humilde diakonía
del Reino, una profecía que consuela al Pueblo y lo acompaña, que anuncia la
Buena Noticia, que denuncia la mala noticia de toda Muerte, que no apaga la
mecha de los logros y los ensueños, quizá casi apenas humeantes, y que nunca le
hace el juego al enemigo mayor.
Dios no "ha entrado en La
Habana", periodista Manolo, porque no ha salido nunca de La Habana, como
no ha salido nunca de tu corazón que se declara ateo ni de otros corazones
ateos más o menos. Dios antes, durante y después. Dentro. El, siempre mayor,
Otro. Que nadie use sólo el manual ni nadie use sólo el catecismo. Que todos
los lázaros de todos los rincones, sientan, igual que en El Rincón, cómo se
hacen uno el san Lázaro obispo y el san Lázaro pueblo. Que la Iglesia y la
Sociedad acojan la santería negra con el respeto que merece una presencia
autóctona de Dios, del Dios de todos los nombres, más allá de toda prevención o
de cualquier manipulación folclorista. Que todos los mandos sean siempre
compañeros. (El Reino y la Revolución, "somos todos").
Que no se haga "sin",
lo que se pueda hacer "con", porque la Iglesia no debe ser la suplencia
de la Sociedad, una pretendida sociedad perfecta paralela. Y la suplencia,
además, cuando necesaria, debe ser oportuna, provisional, autocrítica. Y que la
sociedad civil no le haga el juego al apátrida mercado total desdeñando la
misión del Estado, ya que donde no hay un Estado soberano y participativo acaba
por no haber Sociedad. "Del fundamentalismo del Estado hemos pasado al
fundamentalismo del Mercado", ha reconocido el propio boy-mayor del FMI,
después de venir ayudando a descuartizar el Estado por ese nuevo
fundamentalismo, y proclama ahora que "hay que reinventar el Estado".
La Caridad de El Cobre es la
Virgen Mambisa, aliada de cimarrones excluidos, la pequeña gran liberadora, en
la Sierra Maestra de las muchas liberaciones que Cuba ha peleado y que a todos
nos toca pelear. Programa de liberación total es nuestro programa, compañeros y
compañeras de camino. Que el hombre, y la mujer, sean totalmente nuevos,
siempre añorado Che, en la medida que le cabe a nuestro barro todavía frágil, y
"sin perder la ternura jamás", hermano. Que todos los derechos
humanos sean armoniosamente vividos, sin ninguna pena de vida ni ninguna pena
de muerte. Que toda Cuba sea un malecón abierto al mar y al cielo, sin
castillos de miedo alguno ni hotelazos de lujo insultante (con miradores
populares, eso sí, con restaurantes populares también, y las gaviotas del sueño
y los niños del pueblo). Que el dólar no sea divino ni imprescindible: que sea
simplemente la moneda de un país igual a los demás países del mundo humano. Que
Miami sea sólo Miami, ni portaaviones ni paraíso iluso. Que los balseros lo
sean sólo de aguas adentro de la libertad, de la patria, de la solidaridad. Que
dialoguen -pero cubanamente siempre- Granma y Vitral. Que Cuba siga siendo este
culto histórico país, "nudo de haz de islas", lleno de cubanos y
cubanas (con turistas también, ¿por qué no?, pero no turistas del sexo, ni
turistas del privilegio). Que la juventud no se ajinetee profanando la flor de
su hermosura y el vigor de nuestro futuro. Que Cuba no sea nunca más un casino
"made in". Que Cuba salve maduramente su identidad guajira latinoamericana
caribeñamente.
Antiimperialistas somos por la
voluntad de Dios, que ha hecho a cada pueblo digno, libre e irrepetible -imagen
colectiva suya, como cada persona es una imagen suya individual- y por eso
exigimos, ante Dios y ante la Historia, que se acabe el bloqueo, crimen de lesa
Cuba y de lesa Humanidad. Antiimperialistas somos, y por eso nos negamos, con
Cuba, a pagar la Deuda Externa, que no es nuestra, sino de "ellos", y
que ya hemos pagado con creces y que no permite a nuestros Pueblos cubrir las
deudas sociales de la Vida y la Dignidad.
Viniendo a Cuba, en un vuelo de
Cubana, nos dieron, Fidel, la revista de abordo "Sol y son". En ella
leía un artículo sobre Hemingway con la inevitable referencia a "El viejo
y el mar". Y, no sé por qué simpatía o inspiración, te sentía, y te
siento, Fidel, un poco así: como "El viejo y el mar", viejo de luchas
y de años tú, y siendo el mar ese mar de nuestra vida, del proceso de Cuba, del
futuro del Mundo. Y evocaba, viniendo a Cuba y sintiendo de antemano su sol y
su son, algo de lo que te decía en aquella carta aniversario, del 10 de
diciembre de 1996:
"Fidel, a estas alturas de
tu vida y la mía, y de la marcha de nuestros Pueblos y de las Iglesias más
comprometidas con el Evangelio hecho vida e historia, tú y yo podemos muy bien
ser al mismo tiempo creyentes y ateos. Ateos del dios del colonialismo y del
imperialismo, del capital ególatra y de la exclusión y el hambre y la muerte
para las mayorías, con un mundo dividido mortalmente en dos (¿dónde están el
Este y el Oeste ante este Norte y Sur...?). Y creyentes, por otra parte, del
Dios de la Vida y la Fraternidad universal, con un mundo humano único, en la
dignidad respetada por igual de todas las personas y de todos los pueblos...
Con esta fe -te decía y te digo- abrazo a todo el pueblo de Martí, en la
esperanza de su victoria sobre el bloqueo inicuo, en la defensa de sus
conquistas sociales, y en la consolidación de una democracia sin privilegiados
ni excluidos, con Pan y con Espíritu, con Justicia y con Libertad; en la
hermosa patria de la Isla y en toda la Patria Grande de Nuestra América."
Y decía, y tengo que decirlo de
nuevo, por esta singular Declaración, que esperaba, con el suficiente buen
humor necesario, "no escandalizar demasiado ni a la derecha ni a la
izquierda".
Una declaración de amor a la
Revolución Total ha de acabar necesariamente rezando... A la Caridad de El
Cobre le rezo, pues, con todos los cubanos y cubanas:
Virgen de la Caridad,
mina de amor en El
Cobre,
madre de toda orfandad
hermana del Pueblo
pobre.
Cuba es tuya, eres
nuestra,
desde la Sierra Maestra
a los confines del
mar...
Y con tu gracia, Señora,
Cuba sabrá ser ahora
Patria, Justicia y
Altar.
Amén y aleluya, aun
siendo cuaresma
en la liturgia y en el Mundo,
que hacia la Pascua, en todo
caso, vamos!
Pedro Casáldaliga
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