La
revolución de Cuba ha cumplido 50 años. Y, como revolución, supuso cambios
radicales que beneficiaron al pueblo y no los soportaron quienes más poder y
privilegios tenían. En el mundo fue recibida con alborozo y esperanza y nadie
osó calificarla de dictadura. Ninguna de las dictaduras, por entonces
existentes en América Latina, fraguadas por Estados Unidos, hablaron como Fidel
y el Che de una nueva situación en que el protagonista y beneficiario era el
pueblo. Se trataba, primero de todo, de colocar fuera de su lugar, al arrogante
imperialismo yanki. El Pentágono intentó sobornar a los barbudos
revolucionarios de Sierra Maestra y esperaba que llegaran a él de rodillas.
Imposible.
Ese
-el logro de la libertad y de la soberanía- era un crimen de lesa majestad
imperial que se pagaba con sentencia maldita: embargo, hostigamiento,
chantajes, atentados, calumnias, asfixia internacional, aun teniendo a favor
las sentencias casi unánimes de la ONU, en muchos caos. Y, así, hasta hoy:
medio siglo. Ninguna de las dictaduras entonces existentes en América Latina,
seguían ese camino; ninguna ponía las armas en manos del pueblo y ninguna
lograba índices tan altos de alfabetización, de menos mortalidad infantil, de
escolarización, de educación , de sanidad, de trabajo, etc. El sueño de
igualdad de oportunidades y de no discriminación parecía hacerse realidad.
Bastaba
recorrer los países del contorno (Haití, Panamá, Guatemala, Nicaragua,
Colombia, México, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú…) dictaduras unas y
democracias otras, y observar el contraste con Cuba en emancipación, igualdad y
derechos del pueblo. Países con “libertad” pero con nulos o escasos niveles de “igualdad
y justicia”. La revolución cubana no es una democracia occidental al gusto del
Estados Unidos y Europa, tienen graves fallos y contradicciones, pero no es una
simple y pura dictadura. La historia demuestra que todo intento de revolución y
soberanía latinoamericana fue asediado y estrangulado por Estados Unidos. Cuba
lo aprendió y no quería que le pasase lo de Allende. Y eso le llevó a donde, en
otro contexto internacional de igualdad, respeto y cooperación, no hubiera
llegado.
No
hay pluralidad ni libertad de partidos en Cuba, es cierto. Y eso es un mal y la
hace una dictadura, desde la perspectiva occidental. Pero, otros países
latinoamericanos, titulados democracias, tienen peores males populares que la
carencia de una libertad política. ¿Qué hubiera pasado si la revolución cubana,
altamente popular, hubiera sido acogida, respetada y apoyada
internacionalmente? ¿A quién hay que pedir cuentas de todo eso? ¿Cómo hacer
para que sus ideales -en parte truncados- hoy sean realizados sin tener que
detestarla no borrarla del mapa? Esa es la cuestión.
Benjamín Forcano
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