jueves, 11 de abril de 2019

BIOLOGÍA MOLECULAR Y ABORTO


I.            PLANTEAMIENTO ACTUAL DEL PROBLEMA DEL ABORTO
                                                              



1.  La cuestión del aborto sometida a nuevas investigaciones
            Siempre la cuestión del aborto vino envuelta en un interrogante. Pero hoy nos llega más fuerte porque descubrimos que de  la pegunta qué es el embrión y cuál es su valor derivan muchas implicaciones éticas, clínicas y hasta políticas.
            Hasta ahora, bastaba con decir que  el embrión, tras sucesivas divisiones y transformaciones, llegaba a ser un organismo  adulto y daba  lugar a una persona. En el momento presente, las ciencias han avanzado mucho y levantan muchas dudas. No resulta tan obvio que el embrión , en su origen, fuera ya ese individuo al que da lugar.  
            Consideramos importante comenzar por delimitar  el concepto de la palabra aborto, porque de él vamos a tratar. Pues se quiera o no, la palabra, la misma para todos, la usamos seguramente  con un significado distinto. Y si ya  en la palabra no coincidimos, menos en la interpretación que de ella hagamos.
            En su sentido más inmediato, por aborto entenderíamos  la acción de abortar, es decir, de impedir el nacimiento de un “nuevo ser humano”, al cual  en los dos meses primeros lo denominaríamos embrión y, en los siete siguientes, feto. Esta sería la acepción más común para expresar la pérdida de un “ser humano” en cualquier tipo de supresión del embarazo, sea espontánea o voluntaria.

2.  Nos condiciona la herencia unilateral de una biología genética, no molecular.

            Al tratar de aborto se parte del hecho de que el  prenacido,  como realidad  bien definida,  es un ser humano con todas las de la ley, desde el principio, sea cual sea la evolución que sufra y las fases que haya de recorrer. Esto, que es una herencia antigua, propia de la biología genética  o preformacionista, se da como presupuesto válido e indiscutible.
Mientras esto ocurra, y ocurre dentro de un estado de opinión hoy generalizado, contrastado con  la reciente  biología  molecular, no hay nada que hacer:  es inútil dialogar y pretender establecer un nuevo enfoque del problema, pues más que atender a la realidad misma  embrionaria y hacerlo descriptiva y rigurosamente con los ojos de la ciencia genética y epigenética, lo hacemos desde la “creencia” de que es así y es así porque siempre ha sido así. No sin razón, diversos autores advierten que, al tratarse del aborto, se sobrepone más que la razón científica,  la creencia “que da por cierta una cosa que el entendimiento no alcanza o  que no está demostrada”.  Esta ausencia de crítica queda suplida por una postura subjetiva,  cerrada y dogmática, sorda a cualquier revisión.

3. Campañas antiaborto, enfocadas desde un presupuesto no probado
            Entonces, es fácil que se emprendan iniciativas,  acciones, campañas contra el aborto dando por probada una verdad que no es tal. Adoptamos posturas contundentes, incondicionales, suprimiendo el debate necesario que arrojaría luz, aparcaría los dogmatismos y  podría dar lugar a concordar posturas científica y éticamente coherentes.
            Conviene, pues, dejar claro que lo que hay que aclarar en términos científicos y filosóficos es si  el embrión (no el feto)  desde el comienzo es persona, tal como lo afirma categóricamente una determinada postura. Científicos como C. Alonso Bedate, Diego Gracia y otros , afirman que “En lo que se refiere  al estatuto ético del embrión  se nota en algunas posiciones  que parten del presupuesto  de que se tiene la verdad y, lo que es peor, que las alternativas que no defienden  la protección del embrión  desde el momento mismo de la entrada  del espermatozoide en el óvulo, no consideran como valor la vida humana o que, más aún, la desprecian” (ALONSO BEDATE, C., en  Gen-Etica, “El estatuto ético del embrión  humano: una reflexión ante propuestas alternativas”, Ariel, 2003, p.31).

4. La subjetividad humana está marcada por  la evolución del saber humano.

            Nada, por otra parte, extraño: la investigación de la verdad no podemos separarla
de la subjetividad de la personas ni del clima histórico-cultural que las rodea, a pesar de que la historia es en este punto tozudamente aleccionadora: es ley natural la evolución del saber humano y nunca podemos identificar la verdad con los resultados de un determinado momento histórico, pues cada momento está ceñido a un horizonte limitado de comprensión, que luego puede variar, como con frecuencia   ha ocurrido. 
¿Cuántos científicos creyentes no quedarían escandalizados por la profesión de muchas creencias que hace escasamente cien o ciento cincuenta años  eran habituales en el catolicismo: el infierno eterno, la interpretación literal de la Biblia, el pecado de Adán y de Eva como hechos históricos acontecidos justamente  después de la creación del mundo hace seis mil años, la teoría agustiniana del pecado original, la procreación como finalidad exclusiva del matrimonio,  la existencia del limbo, la tesis de que la religión católica es la única verdadera, el rechazo de la  libertad religiosa considerándola ado casi como una  locura, la división de clases sociales  como efecto de la voluntad divina, etc.?
            No intentamos imponer nada, sino exponer lo que la ciencia describe y explora sobre la realidad de la persona humana, pues sus resultados no son indiferentes para una u otra valoración. Los datos por ella aportados  apuntan un significado que tanto la ética como la filosofía deberán atender, respetar y valorar.

II.          PRESUPUESTOS PARA UN CORRECTO PLANTEAMENTO DEL TEMA

1.         Nuevas relaciones entre ciencia y fe: Vaticano II
Nadie puede negar  que en la cultura moderna se da una cierta hostilidad  entre científicos y religión, quizás especialmente contra la religión cristiana, porque  ella suele partir  de certidumbres incuestionables en tanto que la ciencia parte de análisis empíricos y racionales de la realidad.
  Esta hostilidad  de científicos contra la religión parecía haber entrado en declive con el concilio Vaticano II,  y con razón, pues el Vaticano II  puso fin a  toda una época antimoderna,  simplemente porque la Iglesia se había aferrado, como si de la misma fe se tratara, al paradigma cultural de la Edad Media. Son claros los textos del concilio a este respecto:
-  “La humanidad se encuentra  hoy en una nueva era de su historia,         caracterizada por cambios profundos y acelerados,  que inciden sobre el modo de pensar y reaccionar  ante las cosas y los hombres” (GS, 4).
-          “Una nueva mentalidad científica modifica el ambiente cultural y  las maneras de pensar, vinculadas al peso de las ciencias matemáticas, naturales, humanas y técnicas. Estamos pasando de una concepción más bien estática del orden cósmico a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge una tan grande complejidad de problemas que están exigiendo la búsqueda de nuevos análisis y nuevas síntesis (Cfr. GS, 5 y 7).
El concilio recalcó especialmente la incidencia de todo esto para el campo de la teología:“Las recientes adquisiciones científicas, históricas o filosóficas  plantean nuevos problemas  que arrastran consecuencias para la vida y reclaman investigaciones nuevas por parte de los teólogos. Los teólogos pondrán   empeño en colaborar con los hombres versados  en otras disciplinas; poniendo en común sus energías y sus puntos de vista y respetando  el método y exigencias propias de la ciencia teológica, deben buscar  siempre el modo más adecuado  para comunicar la doctrina  con los hombres de su tiempo. En el  cuidado pastoral deben conocerse suficientemente las conquistas de las ciencias  profanas de modo que también los fieles  sean conducidos a una vida de fe más genuina y más madura” (GS, 62).
- “En consecuencia, hay que  reconocer como valor y obligación  el estudio de las ciencias y la exacta fidelidad a  la verdad en las investigaciones científicas” (GS, 57). Tan es así, que la cultura requiere constantemente una  justa libertad para desarrollarse, y una legítima  facultad  de obrar, según su derecho y sus propios principios; exige respeto y goza de una específica inviolabilidad “ (GS, 59). (Cfr. también, GS, 5 y 7).
            Estos textos marcan una nueva actitud ante la ciencia. La marca, sobre todo, el mensaje final   dirigido por los padres conciliares a los hombres del pensamiento y de la ciencia:
“Un saludo muy especial a vosotros los buscadores de la verdad, a vosotros, los hombres del pensamiento y de la ciencia, los exploradores del hombre, del universo  y de la historia. No podíamos dejar de encontraros. Vuestro camino es el nuestro. Vuestros senderos no son nunca extraños a los nuestros.  Dichosos los que, poseyendo la verdad, la siguen buscando,  a fin de renovarla, de profundizar en ella y comunicarla a los demás.
Nunca quizá, gracias a Dios,  se ha mostrado tan claramente como hoy la posibilidad de  un acuerdo profundo entre la verdadera ciencia y la verdadera fe, servidoras ambas de la única verdad. Tened confianza  en la fe, esta gran amiga de la  inteligencia”.  (Mensaje del Concilio a los “Hombres del pensamiento y la ciencia”).

            Una relación positiva entre la fe y la ciencia apenas ha existido, todavía hoy esa relación es muy precaria, llena de prejuicios y desconfianzas, pero esto no niega el hecho de que, en determinados sectores, el panorama haya cambiado y se esté caminando hacia un nuevo momento de diálogo, de colaboración y de convergencia.
            La ciencia trata de describirnos el mundo real como es, liberándolo progresivamente de falsos conceptos que, se quiera o no, repercuten  en las imágenes que nos hemos creado de Dios, de la religión y del hombre. La verdad sobre Dios es única y ni la ciencia ni la religión   pueden  caminar por separado atribuyéndose  el privilegio de tener en propiedad esa verdad. Esa visión antagónica acabó, -debe acabar - porque todo creyente sabe, y lo sabe aún más el teólogo, que nunca su búsqueda está exenta de limitaciones, dudas, y correcciones, lo que equivale a admitir lo que escribe el físico John Polkinghorne : “La religión sabe desde hace mucho que en último término toda imagen humana de Dios resulta ser un ídolo inadecuado” ( La fe de un físico, EVD, 2007, p. 279).
            No sólo la ciencia  denuncia ídolos inadecuados sobre Dios, lo hace también la teología, como aparece en el  Vaticano II: “Los hay que representan a Dios de tal forma que la fantasía que rechazan, no es de ningún modo el Dios del Evangelio” (GS, 19); “Muchos creyentes son responsables de ocultar más que revelar el rostro  auténtico de Dios y de la religión” (GS, 19).
 Esta es, pues,  la cuestión: la inteligibilidad de lo que es la realidad, - la creación, el cosmos, el hombre, - trata de lograrla el ser humano en cada época con  los recursos y avances de la razón.
 Y esa inteligibilidad, aunque pueda hacerse autónomamente, sin Dios, no deja de servir para describir cómo es la realidad. Por supuesto que esa inteligibilidad científica  evoluciona constantemente, como ha ocurrido en las última décadas respecto a la física clásica, la física newtoniana y  la teoría cuántica.
 Ha muerto la descripción puramente mecánica del mundo físico. Hoy, biólogos, físicos, bioquímicos, sintergéticos   admiten como algo normal que el mundo físico es un mundo abierto, interrelacionado, unitario, sustentado por leyes finamente sintonizadas. Y lo admite a su vez la teología.
Nadie puede sustraerse al fuerte  impacto que produjo el descubrimiento del ADN. Dicho descubrimiento contenía la clave de  la biología molecular,  una nueva ciencia que ha originado grandes conocimientos sobre los procesos biológicos fundamentales, con enormes repercusiones en la medicina, en la agricultura y en otros campos.  “El siguiente momento explosivo en el desarrollo de la nueva ciencia llegó en los años 70, cuando se introdujeron las técnicas para  la manipulación del ADN . Ya no estábamos condenados a   observar la naturaleza desde la barrera, sino que en realidad podíamos  trabajar con el ADN de los organismos vivos y leer el guión básico de la vida. Se abrían nuevas perspectivas para las enfermedades genéticas, la fibrosis quística del cáncer, los orígenes del hombre, la mejora de las especies agrícolas, etc. Pero, fue en 2002 cuando el Proyecto Genoma supuso  la mayoría de la biología molecular: se había convertido en la gran ciencia, constituyendo  un hito en lo que se refiere  a nuestra idea de lo que significa ser hombre.  El ADN es lo que nos distingue  de todas las demás especies y lo que nos hace ser  las criaturas creativas, conscientes, dominantes y destructivas que somos. El ADN tendrá una repercusión progresiva en el modo de nuestra vida” (James D. Watsson, ADN, Taurus, 2003, Introducción, XII y XIV).
Con razón escribe el profesor Diego Gracia: “La biología y la ecología han conseguido  en las últimas décadas tal desarrollo que, para muchos, la segunda mitad del siglo XX  está siendo la gran era de estas ciencias, lo mismo que la primera  lo fue de la física. El descubrimiento en los años sesenta del código genético ha permitido explicar el funcionamiento de lo infinitamente pequeño en el orden de la vida, del mismo modo que las fórmulas de la mecánica cuántica que los físicos pusieron a punto en los años veinte hicieron posible  la comprensión de lo infinitamente pequeño  en el orden de la materia inerte” ( Fundamento y enseñanza de la bioética, I, Bogotá, El Búho,1998, pg. 12).
            Los modos de inteligibilidad de la realidad dependen de cada época. Seguramente era conveniente que, en la modernidad, emergiese la realidad del hombre, buscase ser todo lo que es, aun cuando tal afirmación supusiese el eclipse momentáneo de Dios.  Tanto se había ensalzado la omnipresencia y el poder de Dios que se hizo a costa de reducir  casi  a la nada la realidad del hombre. Una presencia invasiva de Dios suscitó la rebeldía en pro de la afirmación y  emancipación del hombre. ¿Por qué el Dios creador, fundamento y meta de todo ser, fue percibido como  enemigo del hombre? ¿Por qué la teología establecía paradigmas, conceptos de comprensión que muchas veces  eran contradictorios con los  postulados de la ciencia, del humanismo y de la ética?  
Con razón, Javier Monserrat, profesor de la universidad de Comillas y de la Autónoma de Madrid, en la Introducción al libro del científico  Arthur Peacocke, comenta lo que para este autor eran ideas claves al final de su investigación: “La necesidad  de que la idea moderna  de Dios sea reformulada desde  el mundo de la ciencia; la semejanza entre  la forma de razonamiento de la ciencia  y de la teología;  la necesidad de superar  el clásico dualismo antropológico  de la teología clásica; la necesidad de pensar a Dios  de  forma coherente  con su continua acción divina  en el mundo en el marco de su esquema pan-en- enteista” (Arthur Peacocke, Los caminos de la ciencia hacia Dios, ST, 2008,  Introducción, pg. 29).
¿Es posible una búsqueda de Dios congruente con la razón? ¿Pueden ser vistos en congruencia  los modelos científicos con los modelos religiosos?  ¿El cristianismo es intelectualmente defendible?
Ciertamente no lo es desde modelos cognoscitivos en que se menosprecia o descarta la inteligibilidad de la razón para suplirla por inconsistentes o imaginarias intervenciones de Dios. El dios “tapa-agujeros” ha muerto. Y nadie lo llora. Pero ese dios es la misma teología quien lo ha hecho morir.
La inteligibilidad del mundo real por la ciencia y la razón es presupuesto ineludible  para acceder al encuentro de la ciencia y la teología. Son hoy  grandes científicos los que intentan demostrar que el mundo entero está sumergido en Dios. Son inmensas las nuevas perspectivas abiertas por  la evolución cósmica y biológica.  La biología, aun dentro de una visión unitaria, exigía entender la vida  como realidad emergente  con niveles cualitativos  de  ser,  no  reducibles  al mecanicismo físico-biológico del mundo inorgánico.
Debe, pues,  quedar  claro que  la fe es una cosa y otra los conceptos  en que vertimos la verdad que se nos revela y que vamos formulando  a través de los nuevos conocimientos  que surgen en la historia. Estos conceptos están siempre condicionados histórica y culturalmente y necesitan revisarse constantemente. Como muy bien decía el teólogo Rhaner, la Iglesia ha tendido a entender la figura del Cristianismo, como un todo, sin advertir que en ese todo la reflexión teológico-científica debe intentarse siempre de nuevo.  Nadie queda hoy perturbado en su fe porque la tierra gire alrededor del sol o porque no acepte la visión   de una cosmología antigua  y porque no haga profesión  del juramento antimodernista  tal como los impuso Pío X  en 1919 a todo profesor de seminario. Hubimos de esperar hasta el 1943, con la “Divino Afflante Spiritu”  de Pío XII para que los católicos pudiéramos  usar y promover el método histórico-crítico en el estudio de los textos sagrados.
2.          La realidad biológica embrionaria y la   moral cristiana.


De puro suponerlo y repetirlo, apenas nos damos cuenta de que los cristianos nos presentamos en sociedad defendiendo, respecto al aborto,  una moral que nos distinguiría de los demás y que se apoyaría  en razones propias.
No son pocos los que ven en esto una coartada para eludir la realidad y  no aceptar lo que  resulta obvio para muchos teólogos y moralistas católicos: el tema del aborto, como otros muchos, es un problema humano sobre el que la moral cristiana no tiene aportación específica, nada puede extraerse sobre él desde de la enseñanza de Jesús.   Sería vano buscar en el Nuevo Testamento  un tratado de biología o de ética racional  y  vano  esperar  un tratamiento que resultase exclusivo del pensar católico.
En el momento actual, creemos poder ratificar como puntos seguros los siguientes: 
a)     El Magisterio de la Iglesia católica establece que “la vida desde su concepción, ha de ser salvaguardada con sumo cuidado” (GS, Nº 51), pero se guarda muy mucho de afirmar que sea competencia de ella  determinar  el momento de esa concepción o fecundación, que viene a durar unas veinte horas. Atendiendo a lo acordado en el concilio, la interpretación de los Padres decidió excluir deliberadamente que la concepción se la colocara en el  momento mismo de la unión de los gametos masculino y femenino. Esta voluntad  parece quedó reflejada en alguna de la notas que advertía expresamente “quin tangatur tempus animationis” (sin que se toque el tiempo de la animación).   No obstante, otros documentos eclesiásticos  afirman algo  distinto:  “El embrión humano tiene desde el principio –desde la constitución del cigoto-  la dignidad propia de la persona humana”, “La Iglesia ha sentido el deber de reafirmar la dignidad y los derechos fundamentales e inalienables del ser humano, incluso en las primeras etapas de su existencia”(INSTRUCCIÓN DIGNITAS PERSONAE, Introducción, 4 – 5 – 37,  12 Diciembre 2008).
b)    En todo caso, es preciso subrayar que en la Tradición cristiana ésta ha sido una cuestión abierta, discutida y discutible, como lo demuestra la teoría  de la animación simultánea (defendida por San Alberto) y la teoría de la animación sucesiva (defendida por Sto. Tomás).  A este respecto,  el gran moralista católico Bernhard Häring escribe:   “No está en el ámbito del Magisterio de la Iglesia,   el resolver el problema  del momento preciso  después del cual nos encontramos frente a un ser humano en el pleno sentido de la palabra.” (Moral y Medicina,  Madrid, PS, 1971, pp. 78-79).
c)     La opinión de bastante  científicos no hablan de individuo humano constituido sino  hasta después de la octava semana.


III.        El ESTATUTO ONTOLOGICO DEL EMBRION
            Tocamos ahora el punto  crucial que, de una manera u otra, va  a condicionar  los aspectos éticos, jurídicos y políticos del aborto. Y queremos hacerlo con cautela y  la mayor claridad posible.

1. La realidad biológica embrionaria
             Popularmente todos hablamos del embrión como si se tratara de una realidad estática, cerrada y acabada, de modo que todo lo que posteriormente se va desarrollando en él, estaría ya contenido desde el principio. Nada añadiría a esta realidad inicial el exterior (los factores extragenéticos: anidación e influencia de la  madre, informaciones fisico-bioquímicas ambientales, ...eso que los autores llaman el nicho donde se va instalando y desarrollando y del que depende para irse constituyendo).
            La ciencia coincide en señalar diversas fases por los que atraviesa la realidad embriológica:
- Embrión: organismo humano en desarrollo desde que termina la fecundación hasta la octava semana.
1.                Fase del  CIGOTO (primera semana), que resulta de la fusión de los dos gametos. Contiene, genéticamente hablando, el desarrollo del programa del huevo, que llevará a cabo mediante procesos epigenéticos.
 Fase del BLASTOCISTO: empieza a formarse   a partir del 5º día de la fecundación, continúa su  implantación en la pared del útero y la completa en torno al 14º de la fecundación, segunda semana.
2.                Fase de la  GASTRULA, estadio embrionario que se produce  durante la tercera semana del desarrollo humano.

3.                Fase del FETO, a partir de las ocho semanas el embrión comienza denominarse feto.
 2. Posiciones ante la realidad del aborto

            Por lo que vemos y vivimos nos encontramos aquí con una fuerte  tensión entre dos posturas,  más por razón ideológica que  científica, porque  más que atender a los hechos científicos atendemos a la defensa de  un determinado presupuesto. Dos serían las posiciones principales:

1.  Posición  de una ética naturalista o preformacionista
            Una ética naturalista, procedente del pensamiento helenista, dice que todo el orden moral humano está inscrito en la misma naturaleza, la naturaleza es el patrón o norma determinante, que se nos impone interiormente; seguir ese orden es bueno y apartarse de él es malo. Tal norma no es heterónoma.  La realidad embrionaria incluiría el fin (telos) del embrión, llegaría  por sí misma a ser persona.
Comentando esta teoría, C. Alonso Védate escribe: “El ser humano-persona estaría en el cigoto en potencia actualizante desde el primer momento  de la fecundación”, “Sería  ya un ser individual cuya constitución es ser persona” ( Idem, pp. 29 y 32) .
            El profesor Diego Gracia comenta que ha surgido un nuevo preformacionismo, (en torno a 1965) también determinista, según el cual “Bastaría la información genética para constituir un nuevo ser vivo” (Gen-Etica, El estatuto de las células embrionarias, p. 68).
 En esta posición, la información genética  resultaría necesaria y suficiente  para constituir un nuevo ser  y podría considerarse  completo en su proyecto desde el momento de la fecundación.
            
2. Posición desde una biología molecular:
    el embrión original no tiene suficiencia constitucional
            ¿Qué queremos decir cuando proclamamos “Sí a la vida, no al aborto?  ¿Queremos decir que todo ser humano tiene derecho a la vida? Conforme, todos estamos a favor de ese principio. ¿Queremos decir que con el aborto, en cualquiera  de sus fases, se niega a un ser humano el derecho a la vida?
Esto es lo que esta segunda posición  trata de aclarar con el análisis y aportación de ciertos datos científicos. Científicamente se demuestra que el embrión no es, desde el principio, una realidad aislada, acabada, con poder propio y autónomo para desarrollarse  y lograr la  condición de persona. El ser persona no puede salir de algo que no lo es en su principio; el ser no brota del no ser:
 “Se deduce  que el embrión humano  es un ser individual cuya constitución es ser persona. Si su constitución es ser persona  no puede en ningún momento no ser persona, pues lo que es  no puede no ser, y lo que no es no puede llegar a ser, si antes no lo era. Evidentemente, impedir  que llegue a realizarse el acto persona  es contravenir el orden. Más aún, como no se concibe  que una realidad llegue a ser persona por  estadios, el embrión es persona o al menos un ser en el entorno de la persona  desde el principio de su ser.  Destruir este proceso es destruir el orden moral. Es una acción in-moral , contra naturaleza. Más aún, destruir el embrión  sería destruir una persona.
En mi opinión, aparte de que haya que poner en duda  la validez del concepto de  ley natural como normativa de la acción moral,  creo que se puede decir que no es tan claro  que el fín del embrión temprano , según su naturaleza, por potencia intrínseca y autónoma, sea llegar a ser un individuo humano personal” (Idem, p. 32) .
El embrión depende de otros factores que son extragenéticos (los hormonales de la madre, el llamado nicho que le provee de diversas señales, estímulos e informaciones para seguir constituyéndose) y,  por estar ligado a ellos,  su codeterminación futura es obra también de ellos.  Es decir, desvinculado de esos factores,  el embrión no llegaría a ese  momento en que, ya como feto (a las ocho semanas)  quedaría constituido  como persona.
            Podemos entenderlo mejor a base de unos ejemplos: la oruga tiene posibilidad de  ser mariposa, pero no es mariposa; la bellota tiene  posibilidad de ser roble, pero no es  roble. La mera posibilidad no implica el poder intrínseco y autónomo de llegar a ser, necesariamente, mariposa o roble. Esa posibilidad necesita de otras condiciones externas que no pertenecen ni a la oruga ni a la bellota.
El agua es una molécula, que surge de la fusión del hidrógeno y del oxígeno (dos átomos de hidrógeno y uno de oxígeno). Pero ni el hidrógeno es el agua ni lo es el oxígeno; el agua es una realidad nueva y distinta. Tales ejemplos muestran cómo en el campo de la realidad embrionaria van apareciendo propiedades emergentes no reducibles.
El cigoto, fase primera del embrión, y los factores extragenéticos emergentes en el proceso embrionario son dos elementos necesarios para la formación del feto. Pero ni el cigoto solo, ni los factores extragenéticos solos son suficientes para la formación del feto. El feto es una realidad  nueva y distinta.
Con razón escribe el profesor Diego Gracia: “La evolución de la biología (años setenta, ochenta y noventa)   ha ido demostrando algo que cabía haber sospechado antes, a saber, que  la biología embrionaria  es más compleja de lo que se suponía. Poco a poco se fueron  descubriendo  los mecanismos de activación y represión  de los genes y  todo el proceso que va desde la información  genotípica  hasta la aparición de los  rasgos fenotípicos. Cuando las informaciones extragenéticas no hacen acto de presencia,  el fenotipo se altera o, simplemente,  resulta inviable. Esto quiere decir que ambas informaciones, la genética y la extragenética, son necesarias para la aparición de un organismo vivo y que el defecto de cualquiera de las dos  hace imposible el logro de la nueva realidad biológica” ( Idem, p. 69).


IV.     RAZONES QUE HACEN FIABLE LA SEGUNDA POSICIÓN.
Somos conscientes de la novedad y consecuencias de esta  posición.
Por eso, consideramos conveniente  aportar datos  científicos  que obligan a repensar presupuestos anteriores.
1.                El embrión, efecto de factores genéticos y extragenéticos.
La realidad biológica embrionaria, relacionada con el ser humano, se da dentro de un proceso que origina efectos nuevos, provistos de cualidades nuevas y valores específicos.  Dichos efectos  emergen en un proceso constituyente en el que intervienen factores genéticos y extragenéticos y en el que se dan  interactuaciones moleculares.
2.                El embrión original no tiene suficiencia constitucional
            Dentro de este proceso  constituyente, la realidad embrionaria no tiene suficiencia constitucional en origen:
            . Porque no posee poder intrínseco y autónomo  para convertirse en persona. Hay reacciones en ese proceso  que no provienen  del embrión sino del nicho  y de las señalizaciones y reacciones que provoca; el embrión  tiene solo una parte del poder, no todo el poder del proceso y, por lo mismo,  no puede producir la transformación  de la realidad inicial en un individuo personal humano.
            . Porque el embrión, de donde se dice que surge el yo, no es el yo.  No  es válido decir que, de destruir el embrión original, la persona  no  existiría, pues el embrión en aquel estado no era persona. Nadie puede probar que lo era. La talidad del embrión  no puede ligarse  como causa de la talidad de la persona. No hay correlación. 
              . Porque el embrión no está involucrado  en el proceso continuo de la formación de la persona y no es en todo el proceso el mismo y la misma entidad;  no puede serlo porque  puede dar lugar a fenotipos completamente  diferentes según el nicho donde se los coloque. Cigotos colocados en madres normales o con deficiencias , aun siendo idénticos en su constitución genética,  pueden derivar en fenotipos diferentes. El que haya individuos que nacen normales o  con microcefalia no se debe a su constitución genética sino al hecho de desarrollarse en  nichos maternales capaces de lo uno o de lo otro.
              . Porque el proceso de generación, aunque sea un continuo, con sucesión de relaciones interbiológicas, es un proceso constituyente  que hace que los cambios se produzcan sobre el sustrato. El fenotipo no es la suma de los procesos individuales  sino una realidad nueva, en cierta forma, creada. Creación que no es ex-nihilo, sino ex- prior. El código está formado , además de por el ADN , por la interacción de las redes que forman los atractores  y que se extienden al organismo como a un todo (Cfr. C. Alonso Bedate, Idem, pp. 44-47).
              . Porque el cigoto, aunque por la fusión del espermatozoide y del óvulo, adquiere una individualidad separada, un nivel mayor de organización  y  una mayor dignidad a la de ellos,  no por eso adquiere un valor  de cuasi-persona. El cigoto, permanece durante todo el desarrollo , pero el organismo experimenta discontinuidades que hacen que el cigoto no permanezca siempre el mismo.
 Desde este nuevo enfoque, el genoma se considera un sistema abierto que, para ser operativo, necesita ser activado por otros factores:
"La mentalidad clásica , que sobrevalora el genoma como esencia del ser vivo, de tal manera que todo lo demás sería mero despliegue de las virtualidades allí contenidas, es la responsable de que la investigación biológica se haya concentrado de modo casi obsesivo en la genética, y haya postergado de modo característico el estudio del desarrollo, es decir, la embriología. Este estado de cosas no ha venido a resolverlo más que la biología molecular. La biología molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo de la genética, en forma de genética molecular. Pero, a la vez, ha permitido comprender que el desarrollo de las moléculas vivas no depende sólo de los genes”. (Diego Gracia, Etica de los confines de la vida, III, p.106).
El aserto clásico de que "todo está en los genes" es verdad sólo en parte y se hizo en detrimento de los factores morfológicos y espaciales, tan importantes en el desarrollo del embrión.
V.         LA SUSTANTIVIDAD HUMANA

NO PARECE PUEDA CONSTITUIRSE ANTES DE LA OCTAVA SEMANA
Se entiende pues que, desde este enfoque, el embrión no se halle constituido desde el primer momento como realidad sustantiva. “No es fácil  decir  cuándo aparece  la sustantividad humana, pero probablemente  no antes de que el sistema  neuro-endocrino  inicie sus funciones de formalización.  Esto tiene que producirse en algún momento de la organogénesis llamada secundaria, no antes” (Diego Gracia, Etica y vida, III, p. 116). “Pero con eso, no quiero decir más que una cosa: que no parece posible que   el momento constitucional sea “anterior” a las ocho semanas. Mi tesis es que es mucho posterior”.
El Dr. Gracia hace referencia sobre este punto a su amigo el filósofo Zubiri: “Hay que decir que para el  último Zubiri la suficiencia constitucional se adquiere en un momento del desarrollo  embrionario, que bien puede situarse, de acuerdo con los últimos datos de la literatura, en torno a las ocho semanas “ (Idem, pp.131-2).  Y añade también: “Trabajos como los de Grobstein,  Byrne y Alonso Bedate (y con ellos otros muchos) hacen pensar que el cuándo (de la constitución individual) debe acontecer en tomo a la octava semana del desarrollo, es decir, en el tránsito entre la fase embrionaria y la fetal. En cuyo caso habría que decir que el embrión no tiene en el rigor de los términos el estatuto ontológico propio de un ser humano, porque carece de suficiencia constitucional y de sustantividad, en tanto que el feto sí lo tiene. Entonces sí tendríamos un individuo humano estricto, y a partir de ese momento las acciones sobre el medio sí tendrían carácter causal, no antes” (Diego Gracia, Ibidem, pp. 130-131). ).
Una más que probable conclusión se sigue de estas consideraciones:  los  genes no son una miniatura de persona. La biología molecular deja  claro que, para el desarrollo y la ética del embrión, la información extragenética es tan importante como la información genética, que ella es también constitutiva de la sustantividad humana y que la constitución de esa sustantividad no se da antes de la organización (organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es decir, hasta la octava semana.

SOLUCIÓN EN  SITUACIONES CONCRETAS
1. Principios  orientadores
                    En las siguientes reflexiones voy a intentar una aplicación concreta de cuanto he expuesto en el plano teórico. La moral no puede quedarse en posiciones genéricas o abstractas, tiene que demostrar su validez bajando a soluciones prácticas: teoría y práctica en operación convergente.

a.  El tema del aborto desde la biología molecular
            En nuestro tiempo, atendiendo a los avances de la biología molecular, se entiende que un tratamiento del embrión hay que hacerlo desde todos los factores que intervienen en su proceso: genéticos y extragenéticos. Sólo los primeros no tienen poder intrínseco y autónomo para lograr convertir  al embrión en feto, ni para obtener aquellas notas  que harían del embrión una estructura humana  individual clausurada, sustantivizada. Vistas en correlación la perspectiva genética y molecular se puede defender con fundamento que  el embrión sólo podría asimilarse a la categoría de persona al realizar su tránsito a feto, es decir, en un plazo no anterior a las  ocho semanas. “La vigencia de los argumentos que apoyaban el presupuesto  de que a la célula embrionaria  debían atribuirse todos los derechos de una persona son cada día más débiles....Creo que si la condición de persona  es necesaria para poder tener el valor  asimilable a la persona, no encuentro argumentos para atribuir a al embrión la dignidad de la persona  y el valor que se deriva de la misma (C. Alonso Bedate, Idem, pp. 53,56,65).
            Para tranquilidad de quienes se profesan católicos, es preciso constatar que  la cuestión de determinar el momento  del comienzo de la vida humana no pertenece a la fe ni al dogma, sino  más bien a las ciencias humanas.
               Pretendo un estudio del tema que integre la  aportación de las ciencias  y la  teología. La verdad sobre Dios y el hombre es única  y ni la ciencia ni la teología pueden caminar por separado atribuyéndose  el privilegio de tener en propiedad esa verdad.
           No obstante lo dicho, abrigo la convicción de que el embrión humano es merecedor per se de valor, por tener  características   genéticas y biológicas de lo humano.   Precisamente porque estamos tocando en cierto modo el fondo mismo de lo que es un ser humano, entendemos todo lo que de defensa implica una postura a favor de la vida, pero sin dejar de cuestionar iniciativas y actitudes que, sin fundamento, condenan  otras visiones. Defender la vida personal  no se identifica con la defensa de la inviolabilidad del embrión. De ser así, habría de mantenerse un respeto absoluto al embrión temprano.

b. Un juicio moral atañe al  sujeto, no a una acción particular suya aislada
La acción de abortar tiene aplicación cuando el momento del parir se hace antes de que el feto pueda vivir. Es una acción que tiene como sujeto primero a  la mujer : ella  sufre  y asume la acción de abortar, pero no sólo;  hay otras personas que se  implican y le acompañan  en  esa acción, bien para aprobarla, bien para desaprobarla.
Por otra parte, la moralidad nunca es de una acción aislada, sino de un sujeto; la acción representa un aspecto parcial de esa moralidad. Todos entendemos que la acción de odiar, envidiar, insultar, mentir, discriminar, robar, matar, etc.  implica un significado concreto. Pero, tal acción no puede ser valorada de un modo completo sin atender a las circunstancias y razones del sujeto que la realiza. Se puede odiar por muy diversas razones. Yo puedo abortar espontánea o deliberadamente, por distintos motivos y por unas causas u otras; por eso, la sola acción de finalizar el embarazo no puede ser juzgada en sí sola, desconectada del fín, motivaciones y otras circunstancias del sujeto.
c.  El derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo, no le confiere    ningún derecho al aborto.
 La realidad  nos dice que la vida en gestación no es, propiamente hablando, una parte del cuerpo femenino. La gestación tiene como causa, aunque de manera diferente,  a dos  sujetos, varón y mujer, en una relación que sobrepasa la estricta individualidad e implica responsabilidad de ambos.
En este sentido, cuando se dice que la mujer tiene derecho a decidir y a decidir sobre su propio cuerpo, lo es en el sentido que lo es toda persona: el propio cuerpo, si se lo conoce bien, marca propiedades, cualidades y exigencias que hay que respetar y que imponen límites a actuaciones que pudieran resultar irracionales  o perjudiciales. Siempre la persona se caracteriza por obrar responsablemente.
No viene a  cuento entonces invocar el aborto como un derecho de la mujer, por ser ella la que dispone de su cuerpo. Los derechos brotan siempre de la realidad de la persona. En  ninguna legislación del mundo se encuentra consignado el derecho al aborto como un  derecho de la mujer. Un derecho es aquel que  pertenece a la persona, en todo momento y lugar, en razón de su misma condición y dignidad.
El embrión o feto no es  una parte más del organismo femenino, una parte parasitaria alojada en él, sino efecto de una relación de dos cuerpos y de dos voluntades, de dos personas. Otra cosa es con qué calidad y grado de conocimiento, amor y responsabilidad  se lleva a cabo esa relación.  
En la Declaración Universal de los Derechos Humanos se dice: “Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración” (Art. 1, 1). “Todos son iguales ante la ley” (Art. 7). “Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” (Art. 3);   “a casarse y fundar una familia; y disfrutar de iguales derechos en cuanto al matrimonio” (Art. 16), “ a la propiedad “(17); a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión (18); a la  libertad de opinión y expresión (19), al trabajo,  a igual salario, al descanso,  (Art. 23), etc., etc.
La acción de poder  abortar no se considera como un derecho de la mujer, pues  no versa sobre el cuerpo de la mujer sino sobre  el efecto de una relación, que se llama embrión y  sobre cuyo valor ontológico debe decidir la investigación humana , apoyada en las ciencias y en la ética.  Se requiere una valoración previa que informa  la decisión a tomar.  
           Obviamente, el hecho del embarazo revela  la presencia de dos sujetos y una realidad nueva que, al mismo tiempo,  es propia de ellos y es  extraña por sobrepasar el ámbito corporal de cada uno de ellos. “No se puede afirmar  sin más que el feto  es una parte del cuerpo de la mujer y tampoco es un “cuerpo extraño” en el cual tiene que ver la mujer. De ahí que en este caso no se trata de un asunto  exclusivo de la  mujer, sino que se trata también  de los intereses de la vida  nueva que se está desarrollando, independientemnete de si es deseada o no “ ( P. Sporken, Medicina y ética en discusión, EVD, Estella, 1971, p. 126).

d.  Antropológimente las decisiones éticas individuales se forjan en el habitat  condicionante  de una cultura colectiva   
Ahora, para determinar si el aborto es un derecho de la mujer  es preciso determinar el contenido de esa acción. Pero, está  claro, tal determinación nadie la hace por sí solo o la hace arbitrariamente al margen de un contexto cultural.
La configuración ética de la acción  de abortar (finalizar el embarazo) tiene un significado que se enmarca en  el contexto evolutivo de  una Cultura, Sociedad, Religión y Estado.  Cuando nacemos y entramos en sociedad todos participamos del código y normas que esa sociedad nos depara, irremediablemente. Y habrá normas diversas que reflejarán más o menos justicia, más o menos  igualdad, más o menos patriarcalismo,  etc. Y como resulta que nuestro papel en la sociedad puede llegar a ser  cada vez más libre y crítico, tarea de los ciudadanos será trabajar para que las normas desfasadas o injustas sean cambiadas y perfeccionadas.
En esa historia registramos la  triste realidad  de la tiranía ejercida sobre la mujer por el patriarcalismo. Toda lucha será poca hasta lograr que la igualdad sea un hecho en las relaciones masculino-femeninas. Pero, tal empeño no comporta la deducción de que  el aborto es un derecho de la mujer. Ciertamente, será la pareja quien decida en última instancia, pero el significado  de la acción de abortar es lo que es, nadie lo puede  anular o cambiar a su antojo y no  resulta indiferente para el sujeto que la realiza. A la hora de actuar, no es lo mismo mentir que no mentir.   
La realidad nos dice que el embrión no es una parte constitutiva del cuerpo de la mujer, sino  otra cosa. ¿Cuál?
Ese es el problema. Y, por eso, repito que previo a la decisión está el imperativo racional de valorar el significado de la acción misma de abortar. Una cosa es el embrión hasta la octava semana y  hasta ahí no sería todavía sujeto humano constituido; y otra es  cuando ya  pasa a ser feto (sujeto humano sustantivizado) a partir  de la octava semana.
Desde esa perspectiva ético-científica, cimentada suficientemente, analizo la problemática de algunas situaciones concretas. 

2. Solución en situaciones concretas

a.     Ante un  embarazo indeseado
En el plano ideal, una relación sexual masculino/femenina debiera ser, cuando se da de hecho, una expresión de amor libre y responsable, consciente de que puede ser portadora de vida humana y que tal particularidad no puede dejarse al azar  o improvisación. La cuestión del aborto resultaría superflua si  en toda relación se aplicara  una base suficiente de conocimiento y responsabilidad.
La estadística tan numerosa de abortos en   la adolescencia y  juventud indica que se procede con inconsciencia, como si nada se supiera del sentido y consecuencias que puede acarrear una relación sexual de ese tipo. Es, pues, el gran fallo: desconocimiento,  improvisación,  irresponsabilidad.  Recaer en esta laguna, en un mundo tan abierto informática y educativamente, demuestra que lo que estamos  haciendo no aporta la  claridad, responsabilidad y eficacia  necesarias para la juventud sobre este punto. En el plano real de cada día, nos encontramos con ese hecho iterativo y estremecedor: muchos jóvenes no calculan las consecuencias de lo que  hacen, luego, cuando ya no hay remedio, les asalta el miedo de una maternidad y paternidad a destiempo, no programadas ni deseadas y  sufren  el trauma de cómo liberarse de ellas mediante el aborto.
En semejante situación, es cuando el contorno cultural y, sobre todo, familiar, resulta  decisivo: ¿Aborto sí o  aborto no?

b.     Ante situaciones que no justifican el recurso al aborto
    (cuando ya el embrión es feto).   

 Hay quien no lo duda: finalizar el embarazo mediante el aborto resulta,  cualesquiera que fueren sus circunstancias, moralmente correcto.
 Sus razones:
. Porque  la mujer es dueña de su cuerpo y puede decidir libremente. En    este  caso, no hace sino aplicar  el derecho que le asiste a  finalizar el embarazo.

. Porque el embarazo llega en un momento en que la pareja no se considera en condiciones económicas ni psicológicas para afrontar la crianza y educación del hijo.

. Porque el embarazo sobreviene improvisadamente, sin programación. Puede entonces finalizarse por no  adecuarse a  los planes y  voluntad de los  padres.
. Porque la legislación de diversos países permite el aborto hasta después de las 14 semanas e incluso más allá de las 20.

            * En estas situaciones, se parte del supuesto de que el embrión no es una realidad nueva, con repercusiones morales para quienes lo generan. Se descarta entrar en ese plano de consideraciones  y se decide sobreponiendo la propia voluntad y programa de vida al margen de la realidad embrionaria.
            Considero un síntoma muy singular que una pareja pueda sostener esta actitud de cerrar los ojos a los efectos de una acción propia, como es la del embrión concebido. Esa realidad deriva de una acción común, es lo que es  y nadie puede anularla en su significado. ¿Se puede determinar científicamente si esa realidad  constituye una  vida humana? ¿Cuándo?  
            La hipótesis científica, que yo he expuesto, señala como segura la presencia de una vida humana después de las ocho semanas. Tan sólo, por tanto, antes de ese tiempo, el recurso al aborto dejaría de ser un atentado contra la vida. Posterior a ese plazo,  el recurso al aborto en las cuatro situaciones indicadas, generaría un conflicto entre la conciencia personal y el respeto a una vida ya constituída.

c) Ante situaciones que justifican el recurso al aborto
              Hay otras situaciones  que, por su conflictividad, sugieren como moralmente correcta la posibilidad de  finalizar el embarazo: 

a. Embarazo sin libertad o contra naturam. Cuando el embarazo ha sido efecto de una violación, -embarazo contra naturam- no efecto de un acto libre, responsable y amoroso. La mujer no está obligada a asumir una maternidad que se le impone coactiva e injustamente. Ni la naturaleza, ni las leyes humanas, ni Dios puede exigir que una mujer  se someta contra su voluntad a un proceso que violenta su ser más íntimo y le reporta consecuencias que jamás ella propició libremente.
              Por supuesto, la finalización del embarazo en el plazo previo a las ocho semanas,  de acuerdo con la hipótesis científica sostenida, no sería en este caso  inmoral.

b. Aborto eugenésico. Cuando la vida en gestación viene marcada por malformaciones –aborto eugenésico-  que van a impedir que el feto nazca bien y  con salud, impidiéndole el desarrollo de una vida normal y cargando a sus padres con tareas que no necesariamente deben asumir.
              Se trata de casos en que la naturaleza biológica se muestra aberrante, en grado mayor o menor, que comportan muchas y graves dificultades para el feto, los padres y la sociedad.
La pregunta casi sobraría en el caso de fetos con deformaciones (ariencefalia, por ejemplo)  que impidieran  cualquier expresión de vida humana.  Esos fetos carecerían de los elementos esenciales  para una constitución humana y, por lo mismo, no serían humanos.
            Si tales anormalidades pueden conocerse a tiempo, podrían corregirse sin dificultad moral, interviniendo antes de las ocho semanas.
c. Aborto terapéutico o indirecto. Cuando el embarazo no se puede proseguir con éxito hasta que el feto pueda ser viable y entonces  esperar hasta ese  momento  daría lugar a la muerte del hijo y también de la madre. Es el caso del aborto terapéutico o aborto indirecto:  al no poder salvar las dos vidas, es un deben moral salvar por lo menos, la vida de la  madre.
            Sería injusto  no intervenir  permitiendo que murieran el feto y la madre.  El feto no puede sobrevivir debido a la situación misma, y entonces hay que salvar por lo menos la vida de la madre. Es de sentido común. La ciencia establecerá luego cuándo y en qué condiciones ( feto muerto, embarazo ectópico, cardiopatía grave de la madre...) se presentan estas situaciones, incompatibles con la salvación de las dos vidas.
3.   Un Estado democrático tiene competencia para legislar moralmente
             En un Estado democrático, ninguna instancia civil o religiosa puede atribuirse   el poder legislativo,  como si dimanase de sí misma al margen de la realidad  personal de los ciudadanos. La ética debe  determinarse en cada tiempo mediando la racional y responsable participación de los ciudadanos, pues la razón con todo el abanico de sus recursos investigativos es la que, por tratarse de la dignidad humana y de sus derechos, nos habilita para llegar a ellos, explorarlos, entenderlos, valorarlos y acordarlos democráticamente.
               Por lo mismo, aunque en el tema del aborto, intervengan instancias civiles y religiosas,  en este caso desde instancias científico-éticas se recorre un camino común, compartible por todos. Sin  negar validez a los credos religiosos, podemos de esta manera  convivir  acordando entre todos lo mejor y lo más ético para cualquiera de los problemas que se planteen a toda la Comunidad civil.
              La competencia legislativa  de la Sociedad y del Estado no significa que siempre exprese en sus leyes el contenido perfecto de la Moral. Pueden consensuarse normas democráticamente que, por circunstancias y razones varias, exijan un perfeccionamiento posterior y haya ciudadanos que, con todo derecho, así lo demanden.
                             . En principio y de un modo general, considero  un despropósito aprobar que las adolescentes puedan abortar por voluntad propia después de cumplir los 16 años,  sin un  conocimiento y  diálogo adecuado con los  padres. Decir que pueden hacerlo resulta irreal, pues no hay muchacha  alguna que en asuntos importantes de la vida y, más en éste,  decida por sí misma al margen del contorno familiar y del sentir de los padres.  Su personalidad puede estar más o menos preparada, pero le importará  recibir luz y apoyo de sus padres en primer lugar y de quienes con conocimiento y experiencia puedan orientarle. Puede encontrarse con opiniones contrapuestas y hasta con posiciones autoritarias, que ella no comparte. Visto todo, en casos así, no generalizables, la decisión será de ella con todas las consecuencias, aún sabiéndose en contra de la posición de sus padres. 

4.  Hay casos en que por ignorancia se sigue la  propia conciencia, obrando  contra una norma moral, pero de buena fe y sin culpabilidad
          Hay parejas y mujeres que, en  variedad de circunstancias y por diversidad de razones,   deciden abortar pasado el plazo de  las  ocho semanas. No sería admisible en principio  desde el enfoque y posición aquí defendida.
 Sin embargo, puede  admitirse su obrar como correcto si, de acuerdo con la moral tradicional, creen que están haciendo bien porque así se lo dicta su propia conciencia. Para cada uno, la  norma moral  inmediata a la que hay que obedecer,  es la propia conciencia.
 Pienso que no es fácil lograr que siempre haya adecuación entre la norma moral y la práctica cotidiana de los ciudadanos. Siempre habrá quienes, con verdad o no, aduzcan razones para poder  abortar y su decisión resulte a otros o a la mayoría reprobable. Tal obrar puede estar equivocado y ser opuesto a la norma objetiva.
              Pero, yo personalmente, trataré de entender la situación conflictiva del sujeto  que la está viviendo, a mí se me escapan los  motivos existenciales que le afectan, como se me escapa el nivel concreto de su conocimiento y cultura para decidir en medio de las  presiones y limitaciones que le rodean, etc.
               Puedo mostrarle mi comprensión, mi solidaridad y también las razones de mi desacuerdo, pero si, después de todo, ella decide abortar, no me incumbe a mí pronunciarme sobre su responsabilidad o culpabilidad; puede estar equivocada, pero pese a todo, ella no acierta a comprender otra solución como mejor y, siguiendo su conciencia, decide abortar. Su decisión es de buena fe, sincera y no sería congruente proceder contra ella con algún tipo de penalización.  “La opinión más común y verdadera  enseña que el confesor  puede y debe abstenerse de la amonestación  y dejar al penitente en su buena fe, siempre que se encuentre en un error invencible, sea en materia de ley humana o divina, si la prudencia dice  que una amonestación no le haría ningún bien, sino más bien daño” (S. Alfonso de Ligorio, Theología moralis, libro VI, tratado IV, nº 610 (Ed. Gaudé, 1905), vol. III, p. 634). “Ignorancia invencible es  un problema de incapacidad de una persona  para “hacerse cargo”  de una obligación moral... Según la capacidad y situación muy diferentes de la gente, éste puede ser el caso  no sólo de los más altos ideales  y de los preceptos del Evangelio , sino también del entendimiento  existencial de una norma moral prohibitiva” (B. Häring, Moral y medicina, p. 112.) Y el concilio Vaticano II:  “ No pocas veces sucede que la conciencia  yerra por ignorancia invencible,  sin que por eso pierda su dignidad” (GS, Nº 16).  
               Casos, pues,  de actuación de buena fe, es decir, con sinceridad y, por lo tanto, sin culpa.
5. Lo más importante, hacer innecesario el aborto
               Son muchas, ciertamente, las causas que pueden provocar el aborto. Pero,
en una sociedad abierta y pluralista como la nuestra, que goza de información suficiente   y de múltiples instancias educativas, no se entiende la magnitud que el aborto reviste en edades juveniles. Seguramente, son muchos los factores que inhiben en unos y en otros una tarea informativa y educativa obligatoria y a tiempo. Conocer esos factores y combatirlos sería la manera más eficaz de hacer desaparecer el aborto. Ahí, la sociedad entera (familia, escuela, medios, administración política...) tienen, creemos, la responsabilidad mayor.
6.  Apostar por la vida de todos
              Hago un  canto a la vida y me sumo a todos aquellos que, de mil maneras, la defienden, la liberan y la protegen cuando de vidas humanas reales se trata.
   No obstante, me  parece  absurdo y contradictorio  - y por eso lo denuncio-  el hecho de que personas, sectores, movimientos y muchas instancias civiles salgan a defender con intransigencia una vida embrionaria y no adopten actitudes con parecido ardor  y urgencia respecto a los miles y millones de  vidas que, a diario, viene sacrificadas en el altar de la guerra, de la explotación, de  la miseria, de la injusticia  y esto en  grados de alta  crueldad y complicidad.
              Me complace recordar, como final, las palabras de Jesús de Nazaret:
“He venido para dar testimonio de la verdad y para que tengan vida en abundancia”. 
                                                                               
                                                                                                                         
                                                                                                                          Benjamín Forcano