jueves, 11 de abril de 2019

EL SEGUIMIENTO DE JESÚS

          ALMA Y SUSTANCIA DE LA VIDA CRISTIANA

EL EVANGELIO  MARGINADO 

(José Mª Castillo, DDB, Bilbao, 2019 pp. 278 )




                   Comienzo por destacar la novedad que este libro de José Mª Castillo representa. Todos sabemos que, a lo largo de la historia, la llamada Iglesia de Jesús,  ha sufrido distanciamientos, contradicciones, abusos e incluso desviaciones con respecto al programa primordial del Evangelio. Todo lo cual no niega que, en medio de ella, y de forma coherente,se hayan dado siempre seguidores de ese Evangelio.

                   Pero el tema abordado por el autor no es ese ni tiene reparo   en decirlo:  Afirmo que la Iglesia vive en una contradicción que es la peor de todas en las que puede vivir. Porque se trata de la contradición  entre la Iglesia y el Evangelio” (Pg. 11).
                  
                   No alude, pues, a comportamientos individuales que en un momento o en otro, en una medida o en otra, se muestran contradictorios con el Evangelio. La contradicción se refiere a  factores y estructuras que, en el desarrollo de la Iglesia, se han ido  insertando  como  si manaran del  Evangelio  y le  fueran naturales.
                   Tales contradicciones  el autor las muestra en los campos siguientes:
1. Contradicción entre la teoría  y la práctica, entre el  pensar y el obrar,  lo que se dice y lo que se hace. La Iglesia ha montado  toda una serie de  enseñazas teólogicas, preceptos, ritos,   y modos de vivir que   anulan  lo enseñado por el Evangelio: “Planteamientos y cuestiones centrales en contradicción con el Evangelio, cuestiones que los “hombres de Iglesia”  despachan marginando el Evangelio desde el principio del cristianismo, con la aceptación o la tolerancia  y complicidad de todos… La Iglesia, en su conjunto, sabe que  en determinadas cuestiones importantes  vive lejos de la ejemplaridad  de Jesús y, a veces, incluso en los antípodas del Evangelio” Pgs.13-14). 
                   La contradicción no se puede eludir, puesto que “los evangelios ocupan el lugar preeminente  al ser  “el testimonio principal de la vida y doctrina  del Verbo enacarnado , nuestro Salvador (DV, 18) . De modo que,  Lo que nos narran los evangelios tendría que ser lo primero  y lo principal en la vida de la iglesia,  en su organización, en su estructura,  en la gestión de  su gobierno  y  en todo  a lo que la gente le entra por los sentidos “ ( Idem, p. 15).

2. Perpetuación de lo que le ocurrió a Jesús en vida
                   La paradoja, que estalla en este punto, está en que Jesús, profundamente religioso, entra en conflicto con la religión de su pueblo  y con quienes se habían otorgado el dereccho  de custodiarla e interpretarla:  los sacerdotes.
                   Una religión que tenía su centro en el Templo ,  espacio sagrado por excelencia y en  el que los profesionales de la religión  realizaban sus rituales y sacrificios de  siempre. 
                   ¿Qué paso para que entre   los sacerdotes y  Jesús  surgiera un terrible enfrentamiento, vieran en él una amenaza, lo espiaran, lo consultaran  taimadamente, lo calumniaran  y decidieran finalmente  condenarlo a muerte?
                   El evangelio nos cuenta paso a paso este enfrentamiento . Se   hace cada vez más agudo hasta hacerse incompatible:  Los más religiosos y  observantes  del judaismo del siglo primero no soportaron a Jesús, lo consideraron como un  peligro de muerte para ellos mismos” (Pg. 16).     
                   A propósito de esto, el autor lanza esta pregunta: si la religión oficial   de su tiempo era un modo de vivir incompatible con la vida y enseñana de Jesús, ¿se puede afirmar que este hecho se ha perpetuado, en buena  medida, en la Iglesia  con el consiguiente escándalo  de grandes sectores de la población  que no quieren saber nada  ni de la iglesia , ni de la religión y los  “hombres de iglesia” sigan pensando que no tienen culpa alguna?
                                                      Ha ocurrido y sigue ocurriendo que  en la Iglesia se marginan, se deforman  o se quita importancia a temas, relatos, propuestas y exigencias, de Jesús  “que no interesan” o –lo que es más preseocupante – “que estorban a las conveniencias “ de quienes , desde cargos de poder, privilegio y fama  ejercen  una potestad intocable  y “sagrada”, que no se puede mantener  sino marginando  del Evangelio lo que  les impide o dificulta  ostentar  su poder , su influencia social, su dignidad y sus pivilegios, en todo aquello  que, disfrazado de evangelización, es en realidad un  eficaz  ejercicio de poder  al ejercicio   de intereses inconfesables”.  (Pg. 18). 

3. ¿A qué se renuncia cuando se  margina el Evangelio?
                   Creo que entrar en este punto, es dar con  la clave para poder discernir  cuándo se abandona el Evangelio y por qué.
                    Los discípulos de Jesús lo son, primero de todo, porque son llamados a vivir en unión íntima con su persona. De ahí mana una nueva manera de entender y vivir la vida , exclusiva de Jesús, y que equivale a proclamar el reino de Dios , a desvelar el plan salvador del Padre. La proclamación y verificación de este reino las lleva a cabo Jesús en su propia humanidad, señalando el sentido y destino de la nuestra.
                   “Ir en pos de Jesús” equivalía en su tiempo  a ser discípulo suyo. La labor de los rabinos israelitas gozaba del honor de ser maestros, proponían el estudio de la Ley, formaban a discípulos, que debían perseguir un ideal de vida religiosa con conocimiento y fidelidad a la ley.  Ser buen religioso  consistía por tanto en cumplir tales o cuales preceptos y así  cumplir la Ley.
                    En ese sentido, hay rasgos que presentan a  Jesús como uno de los maestros, pero hay otros  rasgos que lo diferencian: la libre elección que hace de sus discípulos, el no prometerles honores ni dignidad alguna, el preocuparse de los niños, de las mujeres, de los publicanos y pecadores, de las ovejas perdidas de iIsrael; rasgos estos que se deben a su dignidad y misión mesiánica, provovadora de admiración en la gente.
                    No sin razón, el conocido exegeta C. Spicq afirma que “El seguimiento –imitación-  de Cristo es el alma de la moral neotestamentaria” ( Teología moral del Nnuevo Testamento, II, 173, p. 786).
                   Con seguimietno físico o no, el seguimietno es verdadero cuando aparece  como consecuencia de un haber escuchado a Jesús y de un  haberse propuesto seguirle con profunda y confiada adhesión a su persona. Porque en la raíz del seguimiento  está  la seducción que la persona de Jesús ejerce  sobre el seguidor, el cual se entrega enteramente a asimilar su doctrina y sobre todo a reproducir su conducta.
                   Castillo se cuida de subrayar tres cosas básicas,  que sustentan la seguridad de nuestra vida y que Jesús exige para poder seguirle : la propiedad de cuanto tienes, la dignidad de que gozas  ante los demás y el hogar familiar que te cobija. La pregunta entonces es ésta: ¿dependemos de lo que nos da la seguridad en la vida o somos libres y disponibles para el servicio del Evangelio y  sus valores?
                   Renunciar a esas exigencias era duro para la sociedad de de Jesús y lo es en la nuestra. Y quiere decir que, a la hora de seguir a jesús, entonces o ahora, nuestro seguimiento de él no es posible, sin romper con las mil ataduras al sistema que nos rodea y configura nuestra vida.
                   Nuestra sociedad y nuestra cultura ofrecen, al igual  que la suya,   una serie de seguridades (dinero, poder, éxito, placer…) propias de  personas “selectas” y “respetables” que no son compatibles con la Buena Noticia que él anuncia.
                   Si el  espíritu de nuestra época exige eliminación de todas las sujeciones inútiles, el seguimeinto de Cristo corta de raiz  esa suerte de sujeciones  al proclamar una liberación total: de la Ley, de los totalitarismos, de las discriminaciones,  del quietismo, de la evasión, de los absolutismos terrestres,  del miedo, del pecado, de la muerte: “El seguimiento de Jesús, recalca Castillo,  representaba  y exigía una ruptura con  la ley y la moral convenconalmente establecida por la religión oficial” (Pg. 90).   

Seguir a Jesús es asumir su proyecto de vida
                   En la historia de la iglesia se han dado diversas maneras de presentar el  seguimeitno de Jesús. Y las hemos ratificado como si lo fueran de verdad. Todo por no haber delimitado primero en qué consistía de verdad ese seguimiento.
                   Lo que hace que un seguimiento de Jesús sea verdadero es una cosa elemental: adoptar su forma de vivir, que es inconfundible, pero que fácilmente tergiversamos ignorando que estamos muy lejos de ella.
                   Ahora, para sentirse seguidor de Jesús, hay que comenzar por sentirse llamado por él, cautivado no por sus teorías, discursos o mandatos sino por la  práctica, por su modo de vivir.
                   Jesús era profundamente religioso, pero se distanciaba enormemente  de la enseñanza religiosa oficial y de quienes tenían el encargo de  interpretarla y custodiarla. Una cosa caracterizaba a sus dirigentes: que tenían alianza con el poder político de Roma y  les tocaba poseerlo y demostrarlo desde la enseñanza y custodia del poder religioso. Y eso es  a lo que Jesús se oponía, pues el poder crea clases,  una que lo disfruta e impone, y otra  que debe  someterse y soportar  toda clase de sufrimientos:   “ La decisión de seguir a Jesús se verifica por la identificación  con las carencias, necesidades e intereses  de las gentes peor tratadas  por el sistema  sociopolítico, tanto en el Imperio en tiempo e Jesús como en la actualidad” (Pg. 100).
                   Y esta decisión no llega a darse sino es comprometiéndose a vivir como Jesús. El, con su vida, alteró el orden del  Imperio y de la  religión, lo cuestionó día tras día,  poniendo al descubieto la hipocresía de una  fuerte minoría social que  disponía de la mayor parte de la  riqueza.
                   Personas como Jesús, libres de miedo y ataduras, ponían en peligro el sistema establecido. Su estilo de vida era desestabilizador y  solía acabar  con el  ignomioso y cruel castigo del la crucifixión. Castigo reservado a los que luchaban  contra el abandono, la miseria, el maltratto  y soledad de quienes estaban  bajo el  sistema.
                   En ese sentido, Jesús habló claro:  si me seguís, os perrseguirán como a  mí,  os  cargarán la cruz , os condenarán y   os crucificarán.  Hacer vuestra la cauda de la gente “don nadie” es mi propia causa, y  sería demoledor y transformador para la sociedad.  Sabedlo: seguirme y hacer vuestra mi forma de vivir  conduce a la condena y a la muerte.

Lo decisivo en la relación con Jesús es su seguimiento
                   José M Castillo tiene especial  cuidado en mostrar cómo el seguimiento de Jesús no consiste en cumplir escrupulosamente  lo prescrito por la Ley, pasándose por encima otros deberes primordiales: “En la Roma del imperio no se  crucificaba a nadie por  ser una persona muy religiosa…En la cruz solamente podian morir  quienes eran marginales sociopolíticos, como extranjeros rebeldes, delincuentes que utilizaban la violencia y esclavos. En definitiva, gentes que podían poner en peligro el sistema” (Pgs. 16-17).
                   Jesús atendía primero de todo a dar vida,  la religión no podía servir para legitimar nada inhumano, injusto, que falsificase la  verdad. De inmediato, el sanedrín judio vio que Jesús  limitaba su poder y denunciaba el sufrimiento amparado por ellos con la estricta  observancia de los  mandatos religiosos. “En consecuencia,  el que sigue a Jesús modifica por completo sus preocupaciones, sus interesess y los problemas por los que , si es preciso, se parte la cara y  deja la vida a jirones. El que hace todo esto tiene muy claro  que a eso los cristianos lo llamamos el seguimiento de Jesús” (Pgs. 99-100).
                   Resulta esclarecedor el hecho de que, tanto en el punto de partida como en el  de llegada, Jesús exige que se le siga, sin más. Un seguirle libremente , dejando todo lo demás.
                   Claro que este seguimiento inmplica una fe, pero  una fe que no reposa en la propia capacidad sino en Jesús mismo, en  fiarse plenamente de él, dispuesto a vivir como él: “Decir sígueme es lo mismo que decir libérate de todo lo que te ata en esta vida, de todo lo que limita o condiciona tu libertad , de todo lo que te da seguridad al margen de tu relación conmigo” (Pg. 109) Los discípulos aprendieron de Jesús, de su vida lo que era seguirle, no de libros ni  teorías que les explicara.  
                   Y aprendieron a través de él, quién y cómo era Dios. Jesús fue para ellos la explicación misma de Dios, a quien nadie ha vista jamás: “Felipe el que me  ha visto a mí, está viendo al Padre (Jn 14,9).  Si es verdad que nosotros  no podemos conocer a Dios, nuestro conocimiento de él  en Jesús es lo menos mitólogio que podemos imaginar y lo que más nos apoxima a él.
                   Seguir a Jesús es, por tanto, no tanto la fe en  una doctrina  cuanto la identificación con la vida de Jesús, con una manera de obrar: “Lo importante en la vida  no es la religión o las creencias  que cada cual tiene, sino la conducta de bondad, humaniad, sensibilidad ante el sufrimiento de los demás, gratitud ante un favor recibido, en definitiva, la honradez y la honestidad” (Pg.115).

¿ Cuándo se inicio el desconocimiento y marginación del Evangelio?
                   Quizás sea  éste el punto más importante del  libro,  pues todos partimos del supuesto de que la Iglesia nació y se desarrolló a partir del Evangelio. Pero es eso precisamente lo que cuestiona  Castillo:”El primer hecho extraño, que ocurrió ya en los orígenes del cristianismo, por lo que se refiere a la relación entre la Iglesia y el Evangelio, consiste en que la iglesia nació, se organizó  y empezó a vivir  y actuar  sin conocer el Evangelio de Jesús” (Pg. 19).
                   La Iglesia es mencionada diversas veces por San Pablo en sus Cartas , escritas antes de los años 60. Pero, para  nada, Pablo habla en ellas del Evangelio de Jesús. Por dos razones,  porque Pablo no conoció personalmente  a Jesús y  porque los Evangelios no aparecen escritos hasta des pués del 70.
                   ¿La Iglesia configurada sobre esos primeros 20 años tenía noticia de quién fue él Jesús real, histórico, que  era Dios  en su condición humana  y lo que eso representaba?
                   Lo que aparece como cierto es que Pablo pensó y organizó la Iglesia sin el Evangelio, es decir,  sin destacar el ámbito humano de Jesús  (lo inmanente) y sí el ámbito divino, referido al  Hijo de Dios, resucitado de entre los muetos. Lo divino tenía más peso y  a lo divino debía supeditarse todo lo humano.
                   Esto hace que las aportaciones teológicazs que hace Pablo son diferentes a las de los Evangelios, pueden ser enriquecdoras, pero son diferentes. Pablo no mostró apenas interés por el Jesús terrenal, su vida y mensaje y, por supuesto, por sus conflictos con las autoridades religiosas de Israel.  De hecho, jamás se preguntó  por quién lo crucificó y  por qué motivos lo condenaron y fue ajusticiado entre dos malhechores.
                   Pablo  no dudó en afirmar que Jesús murío por nuestros pecados, para redimirnos mediante un sacrificio expiatorio de sangre, cambiando lo que fue la vida de Jesús  un recuerdo peligroso por un sacrificio redentor. Con lo cual llega a sustituir  el sacrificio existencial de Jesús por el sacrifico ritual de los sacerdotes y del templo: “ Pablo se atiene más bien al sacrificio ritual, que es el que ha prevalecido en la teología de la salvación, de la liturgia y de la vida de la Iglesia, como si Dios necesitara el “sacrifiicio” y la “expiación” del Crucificado para redimir al hombre del pecado” (Pg. 25).
                    Lo cual no deja de ser importante, pues el Dios de Jesús, Padre lleno de bondad y misericordia, que siempre acoge y perdona, nada tiene que ver con el Dios del “sacrificio”. Si la encarnación  de Dios en Jesús es la Humanización de Dios en el mimso Jesús, esto es lo que Pablo nunca pudo saber.
                   Este modo de pensar llevó a que Pablo dijera cosas que hoy son insosenibles: “Interpretar la cristología desde  la necesidad de la redención, la salvación para la eternidad y una idea patética de  Dios y de la Religión  que invitablemente se asocian con el miedo, la amenaza, el  castigo,  el sacrificio expiatorio y, en  todo caso y todo momento, la dura experiencia de la sumisión  y la obediencia a la jerarquía eclesiástica y al clero, que administran  e imponen lo que hay que pensar, lo que hay que creer, lo que se nos perdona y lo que no” (g 26).
                   Hubo, pues, “Un  tiempo de má de 30 años, hasta que comenzaron a difundirse los Evangelios, que marcaron el pensamiento y gestión de la Iglesia, sinque se pudiera conocer al Dios que se nos reveló en Jesús de Nazaret  ni una idea sobre lo que entraña el proyecto de vida  que Jesús nos enseñó mediante su vida y sus enseñanzas” (Pg. 27) .


San Pablo  intentó integrar la fe en Jesucristo  en la sociedad y en la cultura del Imperio
                   El libro de José Mº Castillo, no acaba con lo que he diccho. Habría de proseguir exponiendo  la fuerte influencia que el gnoticismo tuvo en su pensamiento, por su dualismo entre Dios y el mundo, la materia y el espíritu, que explica su desinterés  por cualquier acción constructiva de este mundo y por su manera de enteder la fe, centrada sobre todo en el  pecado y en la obediencia a la doctrina que predica, interpreta y enseña la jerarquía de la Iglesia.
                   A pesar de todo, nadie puede negar la importancia del apóstol Pablo en los orígenes y expansión de la Iglesia, la  cual gracias a él logró convertirse en una religión universal.    
                   Pero, igualmente cierto es que su expansión en la cultura del I imperio tuvo un precio  muy  alto, demasiado grande y demasiado importante: “Un precio del que Pablo no pudo darse cuenta  por la sencilla razón de que no conoció a Jesús  ni se había enterado de  su historia en este mundo. De ahí que lo más probable  es que Pablo no estuviera informado  del enfrentamiento que Jesús vivió  con la religión  y que le llevó a la muerte en cruz” (Pg.41).

Dos teologías complementarias, pero diferentes
                   Es mucho más lo que habría que comentar y  degustar de este libro de Jose Mª Castillo.  Pero, quiero concluir con unos párrafos que sintetizan lo más original y nuevo  del mismo.
                   Todos los cristianos debiéramos caer en la cuenta de lo  mucho que aquí está en juego: Las cartas de Pablo expresan una Cristología  centrada en la muerte y resurrección de Jesucristo, orientada  al problema de la savación del pecado, la justificación ante Dios y el logro de la vida eterna.        Después de los años 70, los Evangelios introdujeron en la Iglesia y en la Teología un cambio decisivo: la vida de Jesús de Nazaret es el centro  del Evangelio cristiano: “El paso de la teología  de Pablo a la teología de los evangelios constituyó y sigue exigiendo  la transformación y el cambio  en nuestra forma de entender  y vivir la religiosidad. La teología  de Pablo se centró  en la fe Jesucristo muerto y resucitado , mientras que la teología de los evangelios se centró en  la forma y estilo  de vida que llevó Jesús de  Nazaret”.
                   “La teología de Pablo  tiene su centro en la “otra vida”, mientras que la religiosidad  que exige necesariamente  la teología de los evangelios  tiene  su centro en “esta  vida”.   Ambas se complementan y de ellas derivan dos cristologías, la una centrada en  la fe en Cristo y la  otra centrada  en el seguimiento de Jesús.
                   Se trata de  dos formas de entender y  vivir la religiosidad  que, de una forma o otra, inciden en en la vida entera. La teología de Pablo reduce  la religión a unas creencias  y prácticas rituales y sagradas, mientra la de los evangelios entiende la religiosidad como una forma de vida, un  proyecto de vida en el que se centra nuestra relación con Dios y nuestra manera de vivir. En efinitiva, una ética.
                   Quien se relaciona con una persona que sigue a Jesús  no tiene más remedio que pensar  que tiene que haber una realidad última que nos trasciende, un “más allá”. Es lo inexplicable de una vida  así llevada lo que obliga  a pensar que tiene que existir el Trascendente: Dios. (Pgs. 101-103)



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