1.
Universalidad de
la ética racional
Considero
importante situar el tema dentro de la
sociedad en que vivimos. Una sociedad
que se propone legislar sobre este tema desde una visión global, con inclusión
de diversas opiniones y que, tras someterlas a debate, aprueba lo que es norma vinculante
para todos, y deja fuera lo que
no aparece como deber y derecho de
todos.
Hemos vivido tiempos en que la uniformidad de pensamiento quedaba recogida en leyes sin lugar
apenas para la pluralidad y
disidencia. La modernidad rompió esa
uniformidad desde una mayor conciencia
de la dignidad, la libertad y los derechos
de la persona. Y descubrimos que,
por encima de credos excluyentes, - religiosos o ateos- nos unía un credo ético de validez
universal, para regular nuestra convivencia
En nuestra sociedad vivimos ciudadanos :
católicos , creyentes de otras religiones,
ateos, agnósticos… La discrepancia
entre unos y otros ha sido tal en
nuestra historia que en ocasiones nos llevó incluso a enfrentamientos de
exterminio mutuo.
Al abordar el tema del derecho a morir con dignidad, habremos de tener en cuenta este fondo
cultural y sociopolítico, muy presente
en el hoy de nuestra convivencia.
Pese a todo, hemos entrado en una perspectiva distinta que puede
fecundar una convivencia plural, tejida
de respeto y aceptación del otro. Es la
perspectiva de una ética racional ,
que fundamenta nuestra
convivencia en valores comunes. Una
ética, que nos podrá hacer coincidir
en determinados puntos a la
hora de juzgar el derecho a morir con dignidad.
Nadie, pues, por ser católico o por
ser no creyente, queda exento de esta ética:
“Trata a los demás, como deseas
que los demás te traten a ti” ; “Ama al prójimo como a ti mismo” es la
regla de oro, de valor universal. O, según escribe el reconocido teólogo Hans Küng: “Esta ética mundial supone una serie de valores vinculantes, criterios
inamovibles y actitudes básicas personales, extraidos de lo que es la dignidad
inviolable e inalienable de toda
persona humana. Todos, individuos y Estado, han de considerar siempre al ser humano
sujeto de derecho , fin y no medio
u objeto de comercialización. Nada ni nadie puede “estár más allá del bien y del mal”. Y todo
ser humano, dotado de razón y de
conciencia, está obligado a actuar de forma realmente humana y no inhumana, a
hacer el bien y evitar el mal”.
De esta dignidad brotan
naturales estos preceptos:
§ Respeta la vida
§ Practica la
justicia
§ Sé honrado y veraz
§ Ama y respeta a los
otros.
2. Conexión y colaboración de Ética y Religión.
Quedan atrás los tiempos en que la ética no contaba frente
a la posición hegemónica de la religión o en que la religión quedaba descartada
por sobrante y reemplazada por la ética.
Todo cristiano tiene como artículo
primero de su fe el respeto de la dignidad de la persona y todo ateo parte
también de este presupuesto. Los que seguimos a Jesús de Nazaret no sólo
reivindicamos esta ética como parte sustancial de su mensaje, sino que, desde
una perspectiva transcendente, aportamos
mayor incondicionalidad y luz a los
valores e imperativos de esta ética.
Damos entonces como superada esa
contraposición entre Ética y Religión, entre la autonomía de lo humano y la
heteronomía de lo religioso, establecida en la modernidad: “No tenemos
necesidad de Dios, podemos prescindir de la religión pero no de la ética, ya
que sin unos mínimos éticos universales
es imposible la convivencia”.
Reprobada la negatividad histórica en
que ha incidido muchas veces la Religión,
no cabe prescindir de ella, porque sin ella no hay forma de responder a
ciertas preguntas de la existencia humana, ni
hacer justicia a los que fueron muertos injustamente ni dar
soporte último a los imperativos éticos.
3. El vivir ético de la muerte.
1 .La muerte es impensable sin referencia a la vida
Si la muerte no
tiene sentido en ella misma, habremos de buscarlo en la interpretación que
hacemos de la vida. Como algo que pertenece a la vida y desde ella misma, la
muerte se la puede entender como final, transformación, plenitud. Considerada en su totalidad, la muerte
puede ser interpretada
- Como derecho de toda persona a morir con dignidad.
-
Como derecho inviolable a la vida de
todo moribundo.
-
Como conflicto entre el derecho a una
muerte digna y la prolongación artificial de la vida misma.
Nuestra sociedad no quiere saber nada con la
muerte, la rehuye y la teme.
Aun así, no tiene más remedio que contar con ella, pues por sí misma
acaece de vez en cuando y actúa
inapelable en el círculo más próximo de
seres queridos.
Reactivamente, la cultura dominante empuja a darla como inexistente o encubrirla discreta o azarosamente.
Si realmente a nadie se le escapa que el
ciclo de la vida nos depara nacer, vivir
y morir, a nadie le debiera resultar extraño admitir el hecho mismo de la
muerte y el preguntar por su sentido .
Que tengamos que morir de una u otra manera , viene después.
De modo que el hecho mismo de la
muerte, apunta conclusiones
transparentes:
1ª) El
vivir humano tiene una
duración ineludiblemente limitada, y se debiera atender en lo que es
para no concebirla ni organizarla
como algo absoluto.
2ª)Esta conciencia no va
desligada del último proceso de la
muerte, que inquiere cómo vivir para
alcanzar el sentido auténtico de la vida.
3ª) Interesa saber si,
después de todo, el morir es total, con un pasar a la nada; o un
perdurar ( resucitar), con un pasar a la
plenitud de vida y dicha eternas.
Nuestra manera de ser, racional y libre,
en identidad universal de especie y de solidaridad, dificultaría
entonces las alienaciones de quienes se sumergen en mundos de vida y
felicidad ilusorios, que malogran su existencia y derivan en ruina y desgracia para los demás.
La muerte, nos pertenece, la llevamos
dentro desde que nacemos y, sin obsesión ni temor, debiéramos integrarla como parte de nuestra vida.
2. Actitudes diversas ante la muerte
En la muerte palpamos lo finito y perecedero de nuestra vida terrena y, a la
par, su enaltecimiento y plenitud cuando
alcanza el encuentro definitivo con Dios. Y aquí las actitudes,
variables, configuran anticipadamente la decisión última:
-Una será la del que estoicamente se
irá apropiando la muerte como de una dimensión intrínseca a la vida.
-Otra la del que, con una u otra
forma de espiritualidad, tratará de preparase y aprender el ”ars moriendi”.
-Otra la del que pretende hacer de
ella un ejemplo de lo buena o mala que
ha sido su vida, así don Quijote: para
morir se reconcilia consigo mismo, es decir, se vuelve cuerdo y torna a ser
Alonso Quijano. “Yo me siento, sobrina, a
punto de muerte”, “Yo, señores, siento
que me voy muriendo a toda priesa”, “y querría hacerlo de tal modo que diera a
entender que no habría sido mi vida tan
mala”.
-Otra la de los que , como se ha hecho en la
tradición cristiana, viven
ascéticamente, apercibiendo al alma para tener la vida muerta al placer
o adelantar al momento presente lo que
en el momento de la muerte se hubiera querido hacer.
Para quien entiende la muerte como propiedad de nuestra
naturaleza, le resulta lógico aceptarla
como meta de un proyecto de vida propio del ser humano que vale la pena vivir y
que en perspectiva cristiana se
nos corona con lo imperecedero de ese
proyecto en la plenitud del Dios Amor,
que nos creó, sustenta y plenifica.
3. La muerte en su relación con el “más allá”
y “el más acá”.
a) Influencia
de la muerte en la configuración ética de la persona.
Es difícil no apuntar al “más allá” cuando de la muerte
tratamos. Si yo tengo que morir individualmente, es casi seguro que en un momento o en otro me
preguntaré por la consistencia de los imperativos éticos intramundanos, por la importancia de las otras decisiones
que no tienen la importancia de la
última, por la fisura irrestañable que
me deja la muerte del otro, por la motivación que la apropiación de mi
muerte genera en mi vida moral y por la actitud que, en conformidad con lo que
sigo pensando, debo adoptar ante ella.
El batacazo de la muerte es tal que
si no rompe toda entereza, hace difícil reponerse ante ella. Somos libres y,
sin embargo, no nos es dado evadirnos ante lo absurdo y escandaloso de su
límite.
Puede surgir el filosófico pensar de que
estamos hechos para la muerte o el
contrario de que la “mortalidad no es muerte”.
Pero, en el fondo, nos encontramos con el muro lacerante
de nuestra limitación: cómo seguir afirmando los imperativos absolutos
de la dignidad, de la justicia y de la libertad desde nuestra irremediable
fragilidad. ¿Cómo se le hace justicia a un hombre muerto injustamente? ¿Cómo se
devuelve la dignidad y la libertad a los
tratados como esclavos si la muerte ha acabado definitivamente con ellos?
Estos interrogantes no tienen
respuesta, si no hay pervivencia individual más allá de la historia. Sin este
presupuesto –para un cristiano, el de la resurrección- no hay posibilidad de
una opción revolucionaria honesta y coherente.
Sólo si Dios es el dueño de la
historia -y para el cristiano lo es- la
vida alcanza una trascendencia que
garantiza el carácter incondicional de
los valores éticos. Jesús con su resurrección es el prototipo de la
incondicionalidad de la ética.
Si
la ética me resulta incondicional
lo es porque va unida a la pervivencia
y a la Trascendencia. Mi ética no es posible sin la incondicionalidad y
ésta sin la Trascendencia; sólo en la Trascendencia cobra base mi
pervivencia y la incondicionalidad.
La muerte efectúa de esta manera una función
de iluminación e inspiración en el “más acá” moral. La muerte -¡vaya paradoja!
- nos hace trascender la misma historia, apoyada en la incondicionalidad de la ética. La ética no agota la totalidad
de lo humano, existe un más allá de la ética, sobrepasada por las
religiones, que nos muestra estar
atravesados por la dialéctica misma de lo absoluto y lo relativo.
b)¿Acaba todo con
la muerte?
Cuando alguien se nos va, nos
conformamos con rendirle homenaje ponderando su modo de vivir y guardándolo agradecido
en nuestro corazón como memoria y
estímulo de nuestro vivir.
Pero hay algo más hondo sin resolver
y que alimenta nuestro
temor: ¿con el morir, tenemos motivos para
seguir amando y promoviendo la vida, o para
renunciar y abdicar de ella?
Ahí, la cuestión: si todo acaba con
la muerte o alcanza en ella la plenitud. ¿Vale la pena vivir si no cabe esperar
nada después de la muerte?
Toda vida tiene un comienzo, un
desarrollo y un final. Pero no todo viviente alberga
capacidad consciente sobre ese
comienzo, desarrollo y final. El ser
humano, sí.
Nosotros somos conscientes de que
nuestra vida corporal no es para siempre, tiene término y se corrompe. Sólo que, cuando disfrutamos del esplendor y vigor de la vida,
todo se nos va a un mayor crecimiento y superación, como si nunca se nos fuera
a acabar. Pero, se acaba.
Y la consideración de ese
momento, vuelve de nuevo: ¿por qué y para qué vivimos? ¿Qué
valores e intereses absorben nuestra
vida? ¿Recibimos marcada la dirección en que debemos avanzar en
nuestra vida?
A todo esto, precede otra
pregunta: ¿El avanzar en una u otra
dirección va unido a la convicción de
que la vida humana prosigue transformada y enaltecida después de la muerte o queda por completo fenecida en el instante
de la muerte?
Se
admita lo uno o lo otro, ¿encontramos en el ser humano fundamento para que nuestro caminar lo hagamos comunitariamente desde la
igualdad, la justicia, la solidaridad , la
verdad y el amor? ¿Es tarea y objetivo nuestro la
prosecución de la dignidad, del bien, de los derechos y de la
felicidad de todos como si fueran la nuestra?
Pienso que es aquí donde aparece la línea divisoria entre aceptar o rechazar
la muerte, considerada como castigo o premio, amenaza o promesa, pérdida o ganancia,
derrota o victoria.
Optar por lo uno o por lo otro,
configurará de un modo diferente la
vida de unos y de otros. Todo depende
del significado que se da a la muerte:
¿Caida en la nada? ¿Llegada a la vida plena?
Desde la opción de caida en la
nada, se explica la postura de quienes,
ansiosos de vivir la vida presente,
se aferran a ella , acumulando poder, riqueza, éxito, placer,…
aunque sea con desprecio, marginación y opresión de los demás.
El imperativo ético de la igualdad y de la justicia, de la
solidaridad y del amor, es natural e
intrínseco al ser humano y
opera en muchos leal y
coherente. Y el imperativo religioso
transcendente asume y refortalece ese imperativo, dándole mayor incondicionalidad.
Creo, por tanto, que, para ocuparnos
serenamente del tema de la eutanasia, ayuda mucho el verla en todo el
proceso de la vida, que se la ama
profundamente también en el último de la muerte.
El morir humano es
necesidad y es libertad. Entramos
en la vida sin que se contara con
nosotros e hicimos una biografía
personal, merced a nuestro yo libre y
responsable.
En este sentido, el morir , como el
vivir, es de cada uno y debiéramos
llegar a él dispuestos a darle cumplimiento personal.
A la muerte no se llega de improviso,
como una fatalidad inesperada, sino que calladamente nos ronda , pues en el día a día se nos va gastando algo de la vida. Y en el día a día vamos forjando un estilo de
vida, una personalidad, que será
determinante a la hora de dar cumplimiento
al acto último del morir. Hacemos nuestro lo que nos pertenece ,
libremente, como bellamente lo expresa el
maestre Don Rodrigo:
“Y
consiento en mi morir
con
voluntad placentera,
clara
y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es
locura “ (Jorge Manrique, Coplas)
c) La
postura cristiana tradicional o más
común ante la muerte
Frente el tema de la muerte, la
mayoría de los cristianos tienen bien arraigada esta idea: pase lo que pase y
sea cual fuere la situación a la que podamos llegar, la vida la hemos recibido del Creador y no
nos es dado disponer de ella por iniciativa propia para terminarla o acortarla.
Jóvenes o viejos, sanos o enfermos,
con enfermedad curable o incurable, en condiciones apacibles o de dolor
intolerable, pudiéndonos valer o en dependencia grave o extrema para todo, en todos los casos
nuestro deber es respetar y continuar la vida
hasta que se acabe, sin ahorrar medio alguno que se sepa puede
ayudarle y nosotros podamos conseguir.
Esta es la postura más generalizada y
se entiende que a la base de ella existan diversas razones para
mantenerla.
Analizaré más adelante, las razones
que avalan esta postura y discerniremos si todas valen y en qué medida.
De momento, conviene advertir el
absolutismo de este principio, que pugnará por salir a cada paso en el
tratamiento que vamos a desarrollar.
Cierto que se muere una sola vez y para siempre. Y acaso por eso, o también
porque el don recibido gratuitamente no lo puede uno en ningún momento dar por concluido, se la
respeta hasta el último momento. Lo
contrario sería un gran desacato y la más indigna de todas las decisiones
humanas.
4-La vida no es un
valor absoluto
Sin embargo, la vida humana en su más amplia y azarada
historia, nunca ha renunciado a prescindir de ella, cuando se interponían otros valores.
Se afrontaba como digna :
·
La
decisión de perder la vida cuando traicionar un secreto podía suponer la muerte
para muchos.
·
Cuando
le asistía el derecho a defenderla frente a un ataque injusto, aún a sabiendas de que podía perderla o
perderla el injusto atacante.
·
Cuando por generosidad y amor inmenso se ofrecía
para rescatar y hacer sobrevivir a otro.
·
Cuando
se afrontaba el martirio antes que renegar de la propia fe.
·
Cuando
por defender a la patria, se rechazaba
al enemigo antes que dejarse invadir y dominar calificando a los que tal
hicieron como superhéroes, etc..
Es decir, la vida es el primero y el
más grande de los valores, pero no un valor absoluto. Hay situaciones en que ,
por especiales motivos, se considera digna y éticamente válida la decisión de
renunciar a ella.
¿En
el proceso del tránsito hacia la muerte,
pueden darse situaciones y existir
razones que hagan éticamente valida la decisión de acabar con ella
acortándola? Es lo que vamos a ver.
4. El derecho a morir con dignidad
Acordar
el significado de los términos: Eutanasia,
distanasia, ortotanasia.
EUTANASIA
Es conveniente analizar el uso de la palabra eutanasia, por la ambigüedad que ha adquirido en el
lenguaje moderno. Nuestro hablar sobre el tema resultará oscuro y polémico si
no aclaramos previamente el significado
del que partimos.
A
lo largo de la historia, la palabra fue utilizada:
1. Como simple deseo o petición de tener un morir bueno,
felíz, sin preocuparse de la ayuda al
morir.
2.
Como un buen morir, en el que no falten a la persona los cuidados aconsejados por la medicina y
la moral .
Es lo que, ya en 1516, en
Utopía, narra con singular
sabiduría Tomás Moro:
“A
los enfermos incurables se les atiende y trata esmeradamente , prestándoles
toda clase de cuidados. Pero si a los
males incurables se añaden sufrimientos
atroces, entonces al paciente se le hace
ver que se halla privado de sus funciones vitales , que está sobreviendo a su
muerte y que es una carga para sí mismo
y para los demás y le resulta inútil
obstinarse por más tiempo en
dejarse devorar por el mal y las infecciones.
Y, en esa situación, armado de esperanza, debe aceptar la muerte,
abandonar esta vida cruel como quien huye
de una prisión o del suplicio y no dudar de liberarse o permitir que lo
liberen los otros. Los consejos en este sentido de los magistrados y
sacerdotes son sabios y desempeñan una obra piadosa y santa.
Los que se dejan convencer ponen fin
a sus días, dejando de comer. O se les da un soporífero, muriendo sin darse
cuenta de ello. Pero, no eliminan a nadie contra su voluntad, ni por ello le
privan de los cuidados que le venían dispensando. Este tipo de muerte se
considera algo honorable. Pero el que se
quita la vida -por motivos no aprobados
por los sacerdotes y el senado- no es digno de ser inhumado o incinerado. Se lo arroja ignominiosamente a una ciénaga” (Felipe Aguado, Utopía y Educación, Nueva Utopia, Madrid 2016, pp. 233-234).
o En el momento
actual, la eutanasia se la suele entender:
Médicamente, como terapia que, en un proceso de
oscurecimiento u ocaso de la vida,
pretende adelantar la muerte
o Moralmente, tal adelantamiento se lo aprueba o
reprueba, si el valor de la muerte se lo considera una alternativa mejor al valor de seguir viviendo.
En
esta perspectiva, si el enfermo no se
encuentra en fase terminal, no se considera
aceptable el suicidio asistido.
Hay, sin embargo, países que lo admiten.
Para
esta situación, son varias las razones
aducidas para rechazar la
eutanasia:
· -La
evidencia de que la vida humana es y aparece por sí como valor inviolable.
· -La
vida humana implica una evolución que
avanza hacia el envejecimiento, la
improductividad social, etc., sin que
por ello pierda valor.
· -Toda
lucha emprendida por la emancipación y
conquista de los valores éticos, tiene apoyo y justificación en la vida
misma de la persona.
· -La
vida humana nunca, de cara a otros valores
comerciales, industriales, …o instancias
de arbitraria voluntad humana, puede ser utilizada como instrumento: es fin y no medio.
Estas razones , propias de una ética racional, hacen que
quienes llegan a una situación en
que su vida no tienen futuro y está expuesta a la amenaza de fuertes
dolores y aceptan sin más la finitud del ser humano y no creen en un Dios Trascendente ni en el
más allá , puedan recurrir a la
eutanasia directa.
ORTOTANASIA
La ortotanasia
aboga por vivir una muerte digna, lo cual no se da si no se hace
responsablemente.
Y ese vivir responsablemente la
muerte supone el ser consciente y dueño
de ese vivir, el poder hacerlo siendo plenamente humano, no subhumanamente como
sería si me sorprendiera sumergiéndome en
un proceso puramente
vegetal, privado de lo más propiamente humano: ser consciente y poder decidir
libremente, decidir que no se me implique y prolongue artificialmente en una
suerte de vida vegetal, que se me deje
morir, sin aplicar medios que no suprimen ese estado vegetal y me obligan a seguir en un proceso que ya no es humano.
Por
lo menos, eso: que me sea dado decidir
racional y libremente, como me corresponde, sin sentirme obligado a seguir y prolongar mi vida, que se me deje
morir, que no es lo mismo que hacerme morir.
Defendemos la
necesidad de regular el derecho a morir con dignidad. Yo creo que esa reflexión
está en la sociedad, aunque haya grupos
a los que les gustaría llegar
mucho más lejos.
Pero nuestro debate desea poder argumentar e
iluminar y ayudar a que los Gobiernos puedan legislar con acierto
y para bien de todos.
Analizamos la situación concreta de este caso, mediante
el concepto de la ORTOTANASIA, que integra el respeto al valor de la vida y al valor de una muerte
digna:
·
.
tratando de evitar el mantenimiento artificial de dolores y sufrimientos
indebidos ,
·
.
en una situación de enfermedad incurable,
·
.
con consentimiento del paciente.
Resulta éticamente correcto, y es una
alternativa válida, la de anticipar el
final de un proceso doloroso inncurable, no sólo no aportando medidas
biomédicas extraordinarias, sino suspendiendo las ordinarias, dejando que el
proceso acabe por sí mismo, o incluso con la ayuda de algún medio adecuado.
Esta posición, válida desde una ética
racional y civil, puede que no sea admitida por la legislación de unos u otros
países y, en tal caso, conviene averiguar si está sometida o no a penalización. Pero, tal circunstancia es
relativa, puede cambiar y no afecta al contenido éticamente válido de la
decisión tomada.
Posición ésta sostenida incluso por
pensadores y teólogos católicos. De haber aplicado el sentido común y las exigencias de una ética elemental,
no se hubiera llevado a la sociedad la absurda controversia suscitada por casos
socialmente controvertidos y famosos.
Es casi unánime el sentir y
el tratamiento de que, en casos como el descrito, no se trata de aplicar sin
más la eutanasia, con intento de
abreviar indiscriminada e inmotivadamente la vida. Ni tampoco de prolongarla
artificialmente –distanasia- sean
cuales sean las circunstancias.
La
cuestión se resuelve desde una aplicación de la ortotanasia, es decir, desde un integrar con equilibrio los dos valores en conflicto: el de derecho a la vida y el del derecho a
morir dignamente.
La argumentación desarrolla
los siguientes aspectos:
·
Con ser importante, la vida no es un valor
absoluto sino relativo y finito, hay un momento en que a todos se nos acaba.
·
Deber de todos es atender al enfermo,
acompañarle y asistirle con todos los medios para que puedan ser aliviados sus
dolores, recuperar su salud y prolongar la vida.
·
Pero, hay situaciones extremas de
enfermedad y de enfermedad incurable, en que los dolores pueden ser
persistentes y agudos y, además, no hay esperanza razonable de
recuperación.
Es entonces, cuando el
enfermo demanda el derecho a morir con dignidad, que se le respete y se le
permita un mínimo de calidad de vida y, en consecuencia, no se le apliquen
medios extraordinarios o desproporcionados que le prolonguen artificialmente la
vida manteniéndola en un nivel vegetativo, al que suelen acompañar
dolores físicos o psicológicos, más o menos fuertes. Sería inútil y reprobable
este “uso encarnizado terapéutico” No es, por lo tanto, ilícito para el mismo
enfermo, familiares y médicos dejar de aplicar esas técnicas o medios, aunque
con ello se abrevie la duración de la vida. Hay que respetar el derecho de la
persona a morir en paz, que no es lo mismo que hacerle morir.
Este modo de pensar, aunque
muchos puedan no creerlo, fue expresado con claridad por la Comisión Episcopal
Pastoral de la Conferencia Episcopal Española en 1989 que, a propósito del testamento vital, dice: “Si por
enfermedad llegara a una situación irrecuperable, no se me mantenga en vida por
medios desproporcionados, no se me prolongue la vida abusiva e irracionalmente,
y ayúdeseme a vivir ese momento como cristiano, en paz y en compañía de mis
seres queridos”.
Igualmente, el Catecismo
Romano en el Nª 2278 dice: “La
interrupción de tratamientos médicos, onerosos, peligrosos, extraordinarios o
desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos
tratamientos es rechazar el “encarnizamiento terapéutico”.
Con esto no se pretende provocar la muerte, se acepta no poder
impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene
competencia y capacidad; si no por los que tienen derechos legales respetando
siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.
5. Conclusiones
EUTANASIA: La eutanasia contempla aquellas
situaciones en que no se respeta el
valor de la vida humana y se impone la muerte humana.
DISTANASIA: La distanasia contempla aquellas situaciones en que se prolonga inhumanamente la vida.
ORTOTANASIA: la ortotanasia contempla aquellas situaciones en que se respetan el valor de la vida y el valor de morir dignamente.
. La eutanasia exagera el valor de la vida. Intentaría
abreviar la vida por unos motivos que no
constituirían propiamente un conflicto
entre el valor de la vida y el valor de
morir dignamente.
. La distanasia exagera el valor del
derecho a morir dignamente. Intentaría
alejar lo más posible y por todos los
medios el momento de la muerte del
enfermo, ya desahuciado y sin esperanza de recuperación. Incluiría
el uso de técnicas biomédicas
que, con frecuenciaa, se convierten en
encarnizamiento terapéutico.
.La Ortotanasia aboga por todos los medios
que puedan aliviar los dolores
y prolongar la vida, aboga para que al
moribundo no se le oculte la muerte como
un tabú y no se le impida ser sujeto
personal de su propio morir en medio de los suyos y aboga por aquellos
medios que puedcan calmarle el dolor
aunque tal terapia suponga un abreviamiento de la vida y aboga porque no
se le apliquen , en situacionses de deshaucio y ya sin esperanza de
recuperación, medios desproporcionados, que supondrían encarnizamiento
terapéutico. Y que odo se haga, por supuesto, con consentimiento del paciente.
Resulta éticamente correcto, y es una
alternativa válida, bien fundada, la de
anticipar el final de un proceso doloroso inncurable, no sólo no aportando
medidas biomédicas extraordinarias, sino suspendiendo las ordinarias, dejando
que el proceso acabe por sí mismo, o incluso con la ayuda de algún medio
adecuado.
Esta posición, válida desde una ética
racional y civil, puede que no sea admitida por la legislación de unos u otros
países y, en tal caso, conviene averiguar si está sometida o no a penalización. Pero, tal circunstancia es
relativa , puede cambiar y no afecta al contenido éticamente válido de la
decisión tomada.
Posición ésta sostenida incluso por
pensadores y teólogos católicos. De haber aplicado el sentido común y las exigencias de una ética elemental,
no se hubiera llevado a la sociedad la absurda controversia suscitada por casos
socialmente controvertidos y famosos.
A estas
alturas, es casi unánime el sentir y el tratamiento de que, en casos como el
descrito más arriba, no se trata de aplicar sin más la eutanasia, con intento
de abreviar indiscriminada e inmotivadamente la vida. Ni, tampoco, de
prolongarla artificialmente sean cuales sean las circunstancias.
La cuestión, en términos actuales,
se resuelve desde una aplicación de la ortotanaxia,
es decir, desde un integrar con
equilibrio los dos valores en conflicto:
el de del derecho a la vida y el del derecho a morir dignamente.
No hay más que
valorar los siguientes aspectos:
1.
.Con ser importante, la vida no es un
valor absoluto sino relativo y finito, hay un momento en que a todos se nos
acaba.
2.
Deber de todos es atender al enfermo,
acompañarle y asistirle con todos los medios para que puedan ser aliviados sus
dolores, recuperar su salud y prolongar la vida.
3.
Pero, hay situaciones extremas de
enfermedad y de enfermedad incurable, en que los dolores pueden ser
persistentes y agudos y, además, no hay esperanza razonable de recuperación. Es entonces, cuando el enfermo demanda el
derecho a morir con dignidad, que se le respete y se le permita un mínimo de
calidad de vida y, en consecuencia, no se le apliquen medios extraordinarios o
desproporcionados que le prolonguen artificialmente la vida mangteniéndola en un
nivel vegetativo, al que suelen acompañar dolores físicos o
psicológicos, más o menos fuertes. Sería inútil y reprobable este “uso
encarnizado terapéutico” .
4.
No es, por lo tanto, ilícito para el mismo
enfermo, familiares y médicos dejar de aplicar esas técnicas o medios, aunque
con ello se abrevie la duración de la vida. Hay que respetar el derecho de la
persona a morir en paz, que no es lo mismo que hacerle morir.
Este modo de pensar, aunque muchos puedan no creerlo, fue expresado con
claridad por la Comisión Episcopal Pastoral de la Conferencia Episcopal
Española en 1989. Dice resumidamente la persona que hace su testamento vital:
“Si por enfermedad llegara a una
situación irrecuperable, no se me mantenga en vida por medios
desproporcionados, no se me prolongue la vida abusiva e irracionalmente, y
ayúdeseme a vivir ese momento como cristiano, en paz y en compañía de mis seres
queridos”.
Igualmente, El Catecismo Romano en
el Nª 2278 dice:
“La interrupción de tratamientos
médicos, onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los
resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el
“encarnizamiento terapéutico”.
Con esto no se pretende provoca la muerte, se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el
paciente, si para ello tiene competencia y capacidad; si no por los que tienen
derechos legales respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos
del paciente.
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