jueves, 11 de abril de 2019

MORIR CON DIGNIDAD


    

1.                Universalidad de la  ética racional
             Considero importante   situar el tema dentro de la sociedad en que vivimos. Una sociedad  que se propone  legislar  sobre este tema  desde una visión global, con inclusión de   diversas opiniones y que, tras  someterlas a debate, aprueba lo que es norma  vinculante  para todos,  y deja fuera lo que no aparece como deber y  derecho de todos.
           Hemos vivido tiempos en que la uniformidad  de pensamiento    quedaba recogida en leyes sin lugar apenas  para la pluralidad y disidencia.  La modernidad rompió esa uniformidad  desde una mayor conciencia de la dignidad, la  libertad y los  derechos  de la persona.  Y descubrimos que, por encima de credos   excluyentes,  - religiosos o ateos-  nos unía un credo ético de validez universal,  para regular  nuestra convivencia
           En nuestra sociedad vivimos ciudadanos : católicos , creyentes de otras religiones,  ateos, agnósticos…  La discrepancia entre unos y otros  ha sido tal en nuestra historia que en ocasiones nos llevó incluso a enfrentamientos  de  exterminio mutuo.
           Al abordar el tema del derecho a morir con dignidad,  habremos de tener en cuenta este fondo cultural y sociopolítico,  muy presente en el  hoy de nuestra convivencia.
           Pese a todo, hemos entrado  en una perspectiva distinta que puede fecundar una convivencia plural,  tejida de  respeto y aceptación del otro. Es la perspectiva de una  ética   racional ,  que fundamenta  nuestra convivencia en valores  comunes. Una ética, que  nos podrá hacer  coincidir  en determinados   puntos  a la hora de juzgar el derecho a morir con dignidad.
           Nadie, pues, por ser católico  o  por ser no creyente, queda exento de esta ética:   “Trata a los demás, como deseas que los demás te traten a ti” ; “Ama al prójimo como a ti mismo” es la regla de oro, de  valor  universal. O, según  escribe el reconocido teólogo  Hans Küng: “Esta ética mundial supone una serie de valores vinculantes, criterios inamovibles y actitudes básicas personales, extraidos de lo que es la  dignidad  inviolable  e inalienable de toda persona humana. Todos, individuos y Estado, han de considerar  siempre al ser  humano  sujeto de derecho , fin y no medio  u objeto de comercialización. Nada ni nadie puede  “estár más allá del bien y del mal”. Y todo ser humano, dotado de  razón y de conciencia, está obligado a actuar de forma realmente humana y no inhumana, a hacer el bien y evitar el mal”.     
   De esta dignidad brotan naturales estos preceptos: 
§     Respeta la vida
§     Practica la justicia
§     Sé honrado y veraz
§     Ama y respeta a los otros.

2.  Conexión y colaboración de Ética y Religión.

           Quedan atrás  los tiempos en que la ética no contaba frente a la posición hegemónica de la religión o en que la religión quedaba descartada por sobrante y reemplazada por la  ética.
           Todo cristiano tiene como artículo primero de su fe el respeto de la dignidad de la persona y todo ateo parte también de  este presupuesto.  Los que seguimos a Jesús de Nazaret no sólo reivindicamos esta ética como parte sustancial de su mensaje, sino que, desde una  perspectiva transcendente, aportamos mayor incondicionalidad y luz   a los valores e imperativos de esta ética.
           Damos entonces como superada esa contraposición entre Ética y Religión, entre la autonomía de lo humano y la heteronomía de lo religioso, establecida en la modernidad: “No tenemos necesidad de Dios, podemos prescindir de la religión pero no de la ética, ya que sin unos mínimos éticos  universales es imposible la convivencia”.
           Reprobada la negatividad histórica en que ha incidido muchas veces la Religión,  no cabe prescindir de ella, porque sin ella no hay forma de responder a ciertas preguntas de la existencia humana, ni  hacer justicia a los que fueron muertos injustamente ni  dar  soporte último a los imperativos éticos. 

3.  El vivir ético de la muerte.

1 .La muerte es impensable sin referencia a la vida
           Si la muerte no tiene sentido en ella misma, habremos de buscarlo en la interpretación que hacemos de la vida. Como algo que pertenece a la vida y desde ella misma, la muerte  se la puede entender como  final,  transformación, plenitud.  Considerada  en su totalidad,  la muerte  puede ser interpretada
           - Como derecho de toda  persona a morir con dignidad.
           - Como  derecho inviolable a la vida de todo moribundo.
           - Como  conflicto entre el derecho a una muerte digna y                                   la prolongación artificial  de la vida misma.

              Nuestra sociedad no quiere saber nada con la muerte,  la rehuye y  la teme.  Aun así, no tiene más remedio que contar con ella, pues por sí misma acaece  de vez en cuando y actúa inapelable en el círculo  más próximo de seres queridos.
            Reactivamente, la cultura dominante  empuja a darla como inexistente o  encubrirla discreta o azarosamente. 
           Si realmente a nadie se le escapa que el ciclo de la vida nos depara  nacer, vivir y morir, a nadie le debiera resultar extraño admitir el hecho mismo de la muerte  y el preguntar por su sentido . Que tengamos que morir de una u otra manera , viene después.
           De modo que el hecho mismo de la muerte, apunta  conclusiones transparentes: 
                   1ª)  El  vivir humano  tiene una duración  ineludiblemente  limitada, y se debiera atender en lo que es para no concebirla  ni  organizarla  como  algo absoluto.     
                   2ª)Esta conciencia no va desligada del último proceso  de la muerte, que inquiere  cómo vivir para alcanzar el sentido auténtico de la vida.
                   3ª) Interesa  saber si,  después de todo, el morir es total, con un pasar a la nada;  o  un perdurar ( resucitar), con un pasar a  la plenitud de vida y  dicha eternas.
           Nuestra manera de ser, racional y libre, en identidad universal de especie y de solidaridad,  dificultaría  entonces las alienaciones de quienes se sumergen en mundos de vida y felicidad ilusorios,  que malogran  su existencia y derivan  en ruina y desgracia para  los demás.
           La muerte, nos pertenece, la llevamos dentro desde que nacemos y, sin obsesión ni temor, debiéramos integrarla   como parte de nuestra vida.

2. Actitudes diversas ante la muerte
           En la muerte palpamos lo finito  y perecedero de nuestra vida terrena y, a la par, su enaltecimiento y plenitud cuando  alcanza el encuentro definitivo con Dios. Y aquí las actitudes, variables, configuran anticipadamente la decisión última:
           -Una será la del que estoicamente se irá apropiando la muerte como de una dimensión intrínseca a la vida.
           -Otra la del que, con una u otra forma de espiritualidad, tratará de preparase y aprender el ”ars  moriendi”.
           -Otra la del que pretende hacer de ella un  ejemplo de lo buena o mala que ha sido su  vida, así don Quijote: para morir se reconcilia consigo mismo, es decir, se vuelve cuerdo y torna a ser Alonso Quijano. “Yo me siento, sobrina, a punto de muerte”, “Yo,  señores, siento que me voy muriendo a toda priesa”, “y querría hacerlo de tal modo que diera a entender que  no habría sido mi vida tan mala”.
            -Otra la de los que , como se ha hecho en la tradición cristiana, viven  ascéticamente, apercibiendo al alma para tener la vida muerta al placer o  adelantar al momento presente lo que en el momento de la muerte se hubiera querido hacer.   
           Para quien entiende  la muerte como propiedad de nuestra naturaleza,  le resulta lógico aceptarla como meta de un  proyecto de vida  propio del ser humano que vale la pena  vivir y  que en perspectiva  cristiana se nos corona con lo imperecedero  de ese proyecto  en la plenitud del Dios Amor, que nos creó,  sustenta y plenifica. 

3. La muerte en su relación con el “más allá” y  “el más  acá”.

a) Influencia de la muerte en la configuración ética de la persona.
           Es difícil no  apuntar al “más allá” cuando de la muerte tratamos.  Si yo tengo que  morir individualmente,  es casi seguro que en un momento o en otro me preguntaré por la consistencia de los imperativos  éticos intramundanos,  por la importancia de las otras decisiones que no tienen la  importancia de la última, por la fisura irrestañable que  me deja la muerte del otro, por la motivación que la apropiación de mi muerte genera en mi vida moral y por la actitud que, en conformidad con lo que sigo pensando, debo adoptar ante ella.
           El batacazo de la muerte es tal que si no rompe toda entereza, hace difícil reponerse ante ella. Somos libres y, sin embargo, no nos es dado evadirnos ante lo absurdo y escandaloso de su límite.
            Puede surgir el filosófico pensar de que estamos hechos para la muerte  o el contrario de que la “mortalidad no es muerte”.  Pero, en el fondo, nos encontramos con el muro  lacerante  de nuestra limitación: cómo seguir afirmando los imperativos absolutos de la dignidad, de la  justicia y de  la libertad desde nuestra irremediable fragilidad. ¿Cómo se le hace justicia a un hombre muerto injustamente? ¿Cómo se devuelve  la dignidad y la libertad a los tratados como esclavos si la muerte ha acabado definitivamente con ellos?
           Estos interrogantes no tienen respuesta, si no hay pervivencia individual más allá de la historia. Sin este presupuesto –para un cristiano, el de la resurrección- no hay posibilidad de una opción revolucionaria honesta y coherente.
           Sólo si Dios es el dueño de la historia  -y para el cristiano lo es- la vida alcanza una trascendencia  que garantiza el  carácter incondicional de los valores éticos. Jesús con su resurrección es el prototipo de la incondicionalidad de la ética.
           Si  la ética me resulta incondicional  lo es porque va unida a la pervivencia  y a la Trascendencia. Mi ética no es posible sin la incondicionalidad y ésta sin  la  Trascendencia;  sólo en la Trascendencia cobra base mi pervivencia y la incondicionalidad. 
   La muerte efectúa de esta manera una función de iluminación e inspiración en el “más acá” moral. La muerte -¡vaya paradoja! - nos hace trascender la misma historia, apoyada en la incondicionalidad  de la ética. La ética no agota la totalidad de lo humano, existe un más allá de la ética, sobrepasada por las religiones,  que nos muestra estar atravesados por la dialéctica misma de lo absoluto y lo relativo.

    b)¿Acaba todo con la muerte?
           Cuando alguien se nos va, nos conformamos con rendirle homenaje ponderando su modo de vivir  y guardándolo   agradecido  en nuestro corazón  como memoria y estímulo de nuestro vivir.
           Pero hay algo más hondo  sin resolver  y que  alimenta nuestro temor:  ¿con el morir, tenemos motivos para seguir amando y promoviendo la vida, o para  renunciar y abdicar de ella?
           Ahí, la cuestión: si todo acaba con la muerte o alcanza en ella la plenitud. ¿Vale la pena vivir si no cabe esperar nada después de la muerte?
           Toda vida tiene un comienzo, un desarrollo y un final. Pero no todo viviente  alberga   capacidad consciente  sobre ese comienzo, desarrollo y final.  El ser humano, sí.
                   Nosotros somos conscientes de que nuestra vida corporal no es para siempre, tiene término y se  corrompe. Sólo que, cuando  disfrutamos del esplendor y vigor de la vida, todo se nos va a un mayor crecimiento y superación, como si nunca se nos fuera a acabar.  Pero, se acaba.
           Y la consideración de ese momento,  vuelve de nuevo:  ¿por qué y para qué vivimos? ¿Qué valores  e intereses absorben nuestra vida? ¿Recibimos marcada la dirección en que debemos  avanzar en  nuestra vida? 
           A todo esto, precede otra pregunta:  ¿El avanzar en una u otra dirección va unido  a la convicción de que la vida humana prosigue  transformada  y enaltecida después de la muerte   o queda por completo fenecida en el instante de la muerte?
           Se admita lo uno o lo  otro,  ¿encontramos en el ser humano fundamento   para que nuestro caminar  lo hagamos comunitariamente desde la igualdad, la justicia, la solidaridad , la  verdad y el amor? ¿Es tarea y objetivo nuestro  la  prosecución de la dignidad, del bien, de los   derechos y de  la   felicidad de todos como si fueran la nuestra?  
            Pienso que es aquí donde aparece  la línea divisoria entre aceptar o rechazar la muerte, considerada como castigo o premio, amenaza  o promesa, pérdida  o  ganancia, derrota o victoria.
           Optar por lo uno o por lo otro, configurará de un modo diferente   la vida de unos y de otros.  Todo depende del significado que se da a  la muerte: ¿Caida en la nada? ¿Llegada a la vida plena? 
           Desde la opción de caida en la nada,  se explica la postura de quienes, ansiosos de vivir la vida presente,  se  aferran a ella ,   acumulando poder, riqueza, éxito, placer,… aunque sea con desprecio, marginación y opresión de los demás.
           El imperativo ético  de la igualdad y de la justicia, de la solidaridad y del amor, es  natural e intrínseco al  ser humano   y  opera en muchos  leal y coherente.  Y el imperativo religioso transcendente  asume y refortalece  ese imperativo,  dándole mayor incondicionalidad.    
           Creo, por tanto, que, para ocuparnos serenamente del tema de la eutanasia, ayuda mucho el verla en todo el proceso  de la vida, que se la ama profundamente  también en el  último de la muerte.
           El morir humano  es  necesidad y  es libertad. Entramos en la vida sin que se contara  con nosotros e hicimos una  biografía personal, merced  a nuestro yo libre y responsable.
           En este sentido, el morir , como el vivir, es  de cada uno y debiéramos llegar a él dispuestos a darle cumplimiento personal.
           A la muerte no se llega de improviso, como una fatalidad inesperada, sino que calladamente  nos ronda , pues en el  día a día se nos va gastando  algo de la vida.  Y en el día a día vamos forjando un estilo de vida, una personalidad,  que será determinante a la hora de dar cumplimiento  al  acto último del  morir. Hacemos nuestro lo que nos pertenece , libremente, como bellamente lo expresa el maestre Don Rodrigo:
           “Y consiento en mi morir
                 con voluntad placentera,
                 clara y pura,
            que querer hombre  vivir
                 cuando Dios quiere que muera
                 es locura “  (Jorge Manrique, Coplas)
 
     c) La postura  cristiana tradicional o más común ante la muerte
           Frente el tema de la muerte, la mayoría de los cristianos tienen bien arraigada esta idea: pase lo que pase y sea cual fuere la situación a la que podamos llegar,  la vida la hemos recibido del Creador y no nos es dado disponer de ella por iniciativa propia  para terminarla o acortarla.
           Jóvenes o viejos, sanos o enfermos, con enfermedad curable o incurable, en condiciones apacibles o de dolor intolerable, pudiéndonos valer o en dependencia grave  o extrema para todo, en todos los casos nuestro deber es respetar y continuar la vida  hasta que se acabe, sin ahorrar medio alguno que se sepa puede ayudarle  y nosotros podamos conseguir.
           Esta es la postura más generalizada y se entiende que a la base de ella existan diversas  razones para  mantenerla. 
           Analizaré más adelante, las razones que avalan esta postura y discerniremos si todas valen y en qué medida.
           De momento, conviene advertir el absolutismo de este principio, que pugnará por salir a cada paso en el tratamiento que vamos a desarrollar.
           Cierto que se muere una sola vez  y para siempre. Y acaso por eso, o también porque el don recibido gratuitamente no lo puede uno  en ningún momento dar por concluido, se la respeta hasta el último momento.  Lo contrario sería un gran desacato y la más indigna de todas las decisiones humanas.

4-La vida no es un valor absoluto

           Sin embargo, la vida  humana en su más amplia y azarada historia,  nunca ha renunciado a  prescindir de ella,  cuando se interponían otros valores.
Se afrontaba como digna :
·         La decisión de perder la vida cuando traicionar un secreto podía suponer la muerte para muchos.
·         Cuando le asistía el derecho a defenderla frente a un ataque injusto,  aún a sabiendas de que podía perderla o perderla el injusto atacante.
·         Cuando  por generosidad y amor inmenso se ofrecía para rescatar y hacer sobrevivir a otro.
·         Cuando se afrontaba el martirio antes que renegar de la propia fe.
·         Cuando por defender a  la patria, se rechazaba al enemigo antes que dejarse invadir y dominar calificando a los que tal hicieron como superhéroes, etc..
           Es decir, la vida es el primero y el más grande de los valores, pero no un valor absoluto. Hay situaciones en que , por especiales motivos, se considera digna y éticamente válida la decisión de renunciar a ella.
           ¿En el proceso del  tránsito hacia la muerte, pueden darse situaciones y existir  razones que hagan éticamente valida la decisión de acabar con ella acortándola? Es lo que vamos a ver.


4.  El derecho a morir con dignidad
                                                      
Acordar el significado de los términos: Eutanasia, distanasia, ortotanasia.

EUTANASIA
           Es conveniente  analizar el uso de la palabra eutanasia,  por la ambigüedad que ha adquirido en el lenguaje moderno. Nuestro hablar sobre el tema resultará oscuro y polémico si no aclaramos previamente  el significado del que partimos.
                   A lo largo de la historia, la palabra fue utilizada:
1. Como simple deseo o petición de tener un morir bueno, felíz, sin preocuparse  de la ayuda al morir.
2. Como un buen morir, en el que no falten a la persona los cuidados  aconsejados por  la medicina y  la moral .
            Es lo que, ya en  1516, en  Utopía, narra con singular sabiduría Tomás Moro:
     A los enfermos incurables se les atiende y trata esmeradamente , prestándoles toda clase de cuidados. Pero si a  los males incurables  se añaden sufrimientos atroces,  entonces al paciente se le hace ver que se halla privado de sus funciones vitales , que está sobreviendo a su muerte  y que es una carga para sí mismo y para los demás y le resulta inútil  obstinarse  por más tiempo en dejarse devorar por el mal y las infecciones.  Y, en esa situación, armado de esperanza, debe aceptar la muerte, abandonar esta vida cruel como quien huye  de una prisión o del suplicio y no dudar de liberarse o permitir  que lo  liberen los otros. Los consejos en este sentido de los magistrados y sacerdotes son sabios y desempeñan una obra piadosa y santa.
           Los que se dejan convencer ponen fin a sus días, dejando de comer. O se les da un soporífero, muriendo sin darse cuenta de ello. Pero, no eliminan a nadie contra su voluntad, ni por ello le privan de los cuidados que le venían dispensando. Este tipo de muerte se considera algo honorable.  Pero el que se quita la vida  -por motivos no aprobados por los sacerdotes y el senado- no es digno de ser inhumado o incinerado.  Se lo arroja ignominiosamente a una ciénaga  (Felipe Aguado, Utopía y Educación, Nueva Utopia, Madrid 2016, pp. 233-234).                                                                                  
o  En el momento actual, la eutanasia se la suele entender:  Médicamente, como  terapia que, en un proceso de oscurecimiento  u ocaso de la vida, pretende  adelantar  la muerte
o  Moralmente, tal adelantamiento se lo aprueba o reprueba, si el valor de la muerte se lo considera una alternativa mejor  al valor de seguir  viviendo.

En esta perspectiva,  si el enfermo no se encuentra en fase terminal, no se considera  aceptable el suicidio  asistido. Hay, sin embargo, países que lo admiten. 
Para esta situación, son varias las  razones aducidas  para rechazar la eutanasia: 
·      -La evidencia de que la vida humana es y aparece por sí como valor inviolable.
·      -La vida humana implica una evolución  que avanza hacia el  envejecimiento, la improductividad social, etc., sin que  por ello pierda valor.
·      -Toda lucha emprendida por la  emancipación y conquista de los valores éticos, tiene apoyo y justificación en la vida misma  de la persona.
·      -La vida humana nunca, de cara a otros valores  comerciales, industriales, …o instancias  de arbitraria voluntad humana, puede ser utilizada como instrumento: es  fin y no medio.
            Estas razones ,  propias de una ética racional, hacen que quienes  llegan a una situación en que  su vida  no tienen futuro  y está expuesta a la amenaza de fuertes dolores y  aceptan sin más  la finitud del ser humano  y no creen en un Dios Trascendente ni en el más allá ,  puedan recurrir a la eutanasia directa.
ORTOTANASIA
            La ortotanasia aboga por vivir  una muerte  digna, lo cual no se da si no se hace responsablemente.
           Y ese vivir responsablemente la muerte  supone el ser consciente y dueño de ese vivir, el poder hacerlo siendo plenamente humano, no subhumanamente como sería si me sorprendiera sumergiéndome en  un proceso puramente vegetal, privado de lo más propiamente humano: ser consciente y poder decidir libremente, decidir que no se me implique y prolongue artificialmente en una suerte de vida vegetal,  que se me deje morir, sin aplicar medios que no suprimen ese estado vegetal y me obligan  a seguir en un proceso que ya no  es humano.

           Por lo menos, eso:  que me sea dado decidir racional y libremente, como me corresponde, sin sentirme obligado a  seguir y prolongar mi vida, que se me deje morir, que no es lo mismo que hacerme morir.  
             Defendemos  la necesidad de regular el derecho a morir con dignidad. Yo creo que esa reflexión está en la sociedad, aunque haya grupos  a  los que les gustaría llegar mucho más lejos.
           Pero  nuestro debate desea poder argumentar e iluminar  y ayudar a que  los Gobiernos puedan legislar con  acierto  y para bien de todos.

           Analizamos la  situación concreta de este caso, mediante el  concepto de la ORTOTANASIA,  que integra el respeto  al  valor de la vida y al valor de una muerte digna:
·         . tratando de evitar el mantenimiento artificial de dolores y sufrimientos indebidos ,
·         . en una situación de enfermedad incurable,
·         . con consentimiento del paciente. 
            Resulta éticamente correcto, y es una alternativa válida,  la de anticipar el final de un proceso doloroso inncurable, no sólo no aportando medidas biomédicas extraordinarias, sino suspendiendo las ordinarias, dejando que el proceso acabe por sí mismo, o incluso con la ayuda de algún medio adecuado.
           Esta posición, válida desde una ética racional y civil, puede que no sea admitida por la legislación de unos u otros países y, en tal caso, conviene averiguar si está sometida o no  a penalización. Pero, tal circunstancia es relativa, puede cambiar y no afecta al contenido éticamente válido de la decisión tomada. 
           Posición ésta sostenida incluso por pensadores y teólogos católicos.  De haber aplicado el sentido común y las exigencias de una ética elemental, no se hubiera llevado a la sociedad la absurda controversia suscitada por casos socialmente  controvertidos y famosos.
           Es casi unánime el sentir y el tratamiento de que, en casos como el descrito, no se trata de aplicar sin más la eutanasia, con intento de abreviar indiscriminada e inmotivadamente la vida. Ni tampoco de prolongarla artificialmente –distanasia- sean cuales sean las circunstancias.
           La cuestión se resuelve desde una aplicación de la ortotanasia, es decir, desde un integrar con equilibrio los dos valores en conflicto: el de derecho a la vida y el del derecho a morir dignamente.
           La argumentación desarrolla los siguientes aspectos: 
·         Con ser importante, la vida no es un valor absoluto sino relativo y finito, hay un momento en que a todos se nos acaba.       
·         Deber de todos es atender al enfermo, acompañarle y asistirle con todos los medios para que puedan ser aliviados sus dolores, recuperar su salud y prolongar la vida. 
·         Pero, hay situaciones extremas de enfermedad y de enfermedad incurable, en que los dolores pueden ser persistentes y agudos y, además, no hay esperanza razonable de recuperación.     
           Es entonces, cuando el enfermo demanda el derecho a morir con dignidad, que se le respete y se le permita un mínimo de calidad de vida y, en consecuencia, no se le apliquen medios extraordinarios o desproporcionados que le prolonguen artificialmente la vida manteniéndola  en un  nivel vegetativo, al que suelen acompañar dolores físicos o psicológicos, más o menos fuertes. Sería inútil y reprobable este “uso encarnizado terapéutico”           No es, por lo tanto, ilícito para el mismo enfermo, familiares y médicos dejar de aplicar esas técnicas o medios, aunque con ello se abrevie la duración de la vida. Hay que respetar el derecho de la persona a morir en paz, que no es lo mismo que hacerle morir.
           Este modo de pensar, aunque muchos puedan no creerlo, fue expresado con claridad por la Comisión Episcopal Pastoral de la Conferencia Episcopal Española en 1989 que, a propósito del testamento vital, dice:  “Si por enfermedad llegara a una situación irrecuperable, no se me mantenga en vida por medios desproporcionados, no se me prolongue la vida abusiva e irracionalmente, y ayúdeseme a vivir ese momento como cristiano, en paz y en compañía de mis seres queridos”.
           Igualmente, el Catecismo Romano en el Nª 2278 dice: “La interrupción de tratamientos médicos, onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el “encarnizamiento terapéutico”.   
           Con esto no se pretende provocar la muerte, se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad; si no por los que tienen derechos legales respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.
5. Conclusiones
EUTANASIA:  La eutanasia contempla aquellas situaciones en que  no se respeta el valor de la vida humana y se impone la muerte humana.
DISTANASIA: La distanasia contempla aquellas situaciones  en que se prolonga inhumanamente  la vida.
ORTOTANASIA: la ortotanasia contempla aquellas situaciones  en que se respetan  el valor de la vida  y el valor de morir dignamente.
.  La eutanasia  exagera el valor de la vida. Intentaría abreviar la vida  por unos motivos que no constituirían propiamente  un conflicto entre el valor de la vida  y el valor de morir dignamente.

.  La distanasia exagera el valor del derecho  a morir dignamente. Intentaría alejar lo más posible  y por todos los medios  el momento de la muerte del enfermo, ya desahuciado y sin esperanza de recuperación.  Incluiría  el uso de técnicas  biomédicas que, con frecuenciaa, se convierten  en encarnizamiento terapéutico.
.La Ortotanasia aboga por todos los medios  que puedan aliviar  los dolores y prolongar la vida, aboga  para que al moribundo no se le oculte  la muerte como un tabú y no se le impida ser sujeto  personal de su propio morir en medio de los suyos y aboga por aquellos medios que puedcan calmarle el dolor  aunque tal terapia suponga un abreviamiento de la vida y aboga porque no se le apliquen , en situacionses de deshaucio y ya sin esperanza de recuperación, medios desproporcionados, que supondrían encarnizamiento terapéutico. Y que odo se haga, por supuesto, con consentimiento del paciente. 
    
Resulta éticamente correcto, y es una alternativa válida, bien  fundada, la de anticipar el final de un proceso doloroso inncurable, no sólo no aportando medidas biomédicas extraordinarias, sino suspendiendo las ordinarias, dejando que el proceso acabe por sí mismo, o incluso con la ayuda de algún medio adecuado.
  
Esta posición, válida desde una ética racional y civil, puede que no sea admitida por la legislación de unos u otros países y, en tal caso, conviene averiguar si está sometida o no  a penalización. Pero, tal circunstancia es relativa , puede cambiar y no afecta al contenido éticamente válido de la decisión tomada. 
  
Posición ésta sostenida incluso por pensadores y teólogos católicos.  De haber aplicado el sentido común y las exigencias de una ética elemental, no se hubiera llevado a la sociedad la absurda controversia suscitada por casos socialmente  controvertidos y famosos.
  
A estas alturas, es casi unánime el sentir y el tratamiento de que, en casos como el descrito más arriba, no se trata de aplicar sin más la eutanasia, con intento de abreviar indiscriminada e inmotivadamente la vida. Ni, tampoco, de prolongarla artificialmente sean cuales sean las circunstancias.
   La cuestión, en términos actuales, se resuelve desde una aplicación de la ortotanaxia, es decir, desde un  integrar con equilibrio los dos valores en conflicto: el de del derecho a la vida y el del derecho a morir dignamente.

No hay más que valorar los siguientes aspectos:   
1.   .Con ser importante, la vida no es un valor absoluto sino relativo y finito, hay un momento en que a todos se nos acaba.
2.    Deber de todos es atender al enfermo, acompañarle y asistirle con todos los medios para que puedan ser aliviados sus dolores, recuperar su salud y prolongar la vida.
3.   Pero, hay situaciones extremas de enfermedad y de enfermedad incurable, en que los dolores pueden ser persistentes y agudos y, además, no hay esperanza razonable de recuperación.   Es entonces, cuando el enfermo demanda el derecho a morir con dignidad, que se le respete y se le permita un mínimo de calidad de vida y, en consecuencia, no se le apliquen medios extraordinarios o desproporcionados que le prolonguen artificialmente la vida mangteniéndola  en un  nivel vegetativo, al que suelen acompañar dolores físicos o psicológicos, más o menos fuertes. Sería inútil y reprobable este “uso encarnizado terapéutico”   .
4.   No es, por lo tanto, ilícito para el mismo enfermo, familiares y médicos dejar de aplicar esas técnicas o medios, aunque con ello se abrevie la duración de la vida. Hay que respetar el derecho de la persona a morir en paz, que no es lo mismo que hacerle morir.
Este modo de pensar, aunque muchos puedan no creerlo, fue expresado con claridad por la Comisión Episcopal Pastoral de la Conferencia Episcopal Española en 1989. Dice resumidamente la persona que hace su testamento vital:
Si por enfermedad llegara a una situación irrecuperable, no se me mantenga en vida por medios desproporcionados, no se me prolongue la vida abusiva e irracionalmente, y ayúdeseme a vivir ese momento como cristiano, en paz y en compañía de mis seres queridos”.
   Igualmente, El Catecismo Romano en el Nª 2278 dice:
La interrupción de tratamientos médicos, onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el “encarnizamiento terapéutico”.                                                               
Con esto no se pretende provoca la muerte, se acepta no poder impedirla.       Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad; si no por los que tienen derechos legales respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente.

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