Desde que la salud de Fidel es un secreto de Estado, son muchas las
opiniones que se limitan a describir las miserias de la revolución
cubana y más los deseos de que acabe quien la ha sojuzgado por casi
cincuenta años. No encuentro análisis de la historia de la revolución
con sus sueños, sus gentes, sus vaivenes internacionales, sus logros y
fracasos. Hay quien confunde una revolución con una dictadura y la de
Castro sería la de aquellas que no ha dejado a los cubanos sino los
ideales mínimos de la supervivencia cotidiana o la fuga desesperada
hacia las playas del infierno capitalista...pues adormecidos, sometidos y
guiados por las mentiras oficiales no saben sino dejarse arrear y salir
a vitorear a un tirano octogenario que los castra y anula (M. Vargas
Llosa, El País, 13-Agosto-2006). Salta la vista que Fidel es un
´dictador atípico. Díganme si no qué hay de común entre Fidel y
Stroessner, Fidel y Pinochet, Fidel y Trujillo, Fidel y Duvalier, Fidel y
Somoza, o entre Fidel y las democracias de Salinas, Fujimori, Menem y
otras del ·ámbito latinoamericano. Díganme cómo trató a uno y a otros la
política del país más poderoso de la tierra.
Las
opiniones de hoy son casi todas contra Fidel y atizan la idea interesada
de la democratización de Cuba. Nadie narra lo realizado por la
revolución, bueno o malo. Es un presupuesto indiscutible que la
revolución cubana es toda ella una dictadura cruel, encarnada en Castro.
Y contra esa dictadura vale todo, no hay concesiones, sino anatemas
contundentes. Yo me alejo de las cantinelas de una y otra parte. No me
interesan las sentencias totalitarias al estilo de Vargas Llosa. No
hacen justicia a la realidad. El itinerario histórico de la revolución
cubana es otro. ¿Qué han investigado ideólogos a lo Vargas Llosa sobre
los bloqueos, chantajes, mentiras y sobre las luchas, sufrimientos y
heroísmos de la popular revolución cubana? Porque la revolución cubana
no es sólo Fidel, ni se ventila con acabar con Él. Hay todo un pueblo
detrás y, para acabarla, hay que acabar con todo un pueblo. Me
comportaría neciamente si me conformase con oír que el régimen de Fidel
Castro es una dictadura o una democracia al estilo occidental.
Fidel
Castro ha podido creer indispensable su perpetuación en el poder. Y
tiene, seguramente, razones para ello. Porque nadie como Él ha conocido
la voluntad de acabar con la revolución cubana. Antonio Gades dijo: “A
Cuba no se le perdona el que haya hecho una revolución popular y haberse
mantenido firme, sin claudicar, frente al país más poderoso de la
tierra. Haga lo que haga, esta revolución recibió sentencia de muerte
desde el principio: con Eisenhower, con Kennedy, con Johnson, con Nixon,
con Carter, con los Bush, y con todos los demás presidentes
norteamericanos, bajo el pretexto de ser aliada del comunismo
internacional, de la URSS y de constituir una amenaza para la seguridad
nacional, la democracia, los derechos y las libertades humanas.
En
contra de todas las resoluciones de la ONU, Estados Unidos mantiene año
tras año su bloqueo contra Cuba: más de 72.000 millones de dólares
convertidos en acoso y distorsión de un pueblo, de su imagen, de su
productividad, de su comercio y progreso. Pero esto viene de lejos: “Si
tenemos necesidad de tomar América Central, lo mejor que podemos hacer
es obrar como amos, ir a esa tierra como señores” (Brown). “El comercio
mundial es y debe ser nuestro (Alberto J. Beverige). “Cuando en nuestras
posesiones se cuestiona la quinta libertad (la libertad de saquear y
explotar) los Estados Unidos suelen recurrir a la subversión, al terror,
o a la agresión directa para restaurarla” (Noam Chomsky).
Históricamente
aparece claro el destino que Estados Unidos reserva a Cuba: “Cuba sólo
puede gravitar políticamente hacia la Unión Norteamericana” (Adams). La
realidad es que Europa no ha mirado a Cuba con respeto y equidad antes
de dictar medidas punitivas contra ella. En tiempo del gobierno de
Aznar, “Estados Unidos vio cómo la Unión Europea se plegaba a las
condiciones impuestas sobre la ley Helms-Burton (El País, 13 de
Noviembre de 1996). El progreso y bienestar de un pueblo se miden a base
de índices objetivos. Pueden verse los de Cuba en relación con otros
países de América Latina: analfabetismo: 0,2 contra 11,7 %;
escolarización en la Enseñanza Primaria: 100 por 100 contra 92 %;
alumnos que alcanza quinto grado: 100 por 100 contra un 76 por %;
mortalidad infantil por cada mil nacidos vivos: 6,2 % contra un 32 %;
incidencia anual de SIDA por un millón de habitantes: 15,6 % contra
65,25; calidad de educación sobre una evaluación de 12 48 países en
lenguaje y matemática: 25 % contra 60,80 %; industria farmacéutica:
“Cuba posee una industria farmacéutica de las más avanzadas de América
Latina y marcha a la vanguardia en cuanto a la producción de productos
farmacéuticos y vacunas que se venden en el mundo (John Bolton,
subsecretario de Estado, poco antes del 11 de septiembre).
En
el campo de la investigación, Cuba dispone ya de 500 patentes,
depositadas en el exterior, algunas de ellas galardonadas con la Medalla
de la Organización Mundial de la Propiedad intelectual. Y esté· sacando
al mercado más de 50 nuevos productos entre biofármacos, vacunas y
diagnósticos. En los 47 años de revolución más de 34. 307 médicos y
trabajadores de la salud han prestado servicios gratuitos en numerosos
países. Actualmente, son más 2.700 los que cumplen su misión en lugares
apartados e inhóspitos de América Latina, El Caribe y África.
Procedentes de 120 países del Tercer Mundo, 39.800 jóvenes se han
graduado en Cuba en 33 especialidades universitarias y técnicas. Y hoy, a
pesar del bloqueo, más de 8.000 jóvenes de América Latina, El Caribe y
África cursan estudios de Medicina en Cuba ñ carrera que en EE.UU.
cuesta más de 200.000 dólares- sin pagar un centavo. Incluso jóvenes
norteamericanos, sin recursos para estudiar Medicina, han recibido
cientos de becas en la Escuela Latinoamericana de Ciencias Médicas.
Últimamente, en Venezuela y Nicaragua, son decenas de miles los
ciudadanos que mediante la “operación milagro” están recuperando en Cuba
la vista. ¿A cuánto no se rebajaría la dictadura económica de la Unión
Europea y de EE.UU. si, a ejemplo de Cuba, sus democracias practicasen
la solidaridad con los países más explotados?
¿Demuestran
con su realpolitik ser más demócratas que Cuba? A la revolución cubana
se la juzga sólo por la falta de libertad y de pluralismo político.
Implantar la libertad es deber y tarea incesante de toda política, pero
instalarla a base de entronizar privilegios y monopolios de poderosas
minorías, equivale a sacrificar bienes y derechos fundamentales de la
población, lo que es una enorme injusticia. Hemos entendido bien aquello
de que “La libertad sin justicia es como una flor sobre un cadáver”.
Los datos aportados pertenecen a la revolución cubana –y no sé cosa
igual de ninguna dictadura- y brotan del espíritu de Fidel, del Che, de
Camilo y de otros miles de revolucionarios que sienten la dignidad de
ser libres y de colaborar a la emancipación y justicia de los países
pobres, en medio de un pertinaz acoso y aislamiento internacional.
Cierto que en Cuba no hay libertad, no hay pluralidad de partidos, no
hay economía libre, no hay lugar para la iniciativa individual y
competencia libre. Pero, de haberla, ¿quiénes se habrían beneficiado?
¿Quién se habría apoderado de su soberanía? ¿Son de verdad libres y
justos los países que, con democracia, viven dominados, humillados y
usados como t-iteres del capitalismo?
La revolución de
Cuba, con Fidel y a pesar de Él, sigue en pie y es emblema para los que
todavía sueñan con una sociedad donde la economía no se encuentre sobre
la Ética y el Derecho. En Cuba, se necesita una regeneración colectiva,
donde las conciencias, sin abdicar del inmenso potencial solidario
inculcado por la revolución, reivindiquen el protagonismo de su
dignidad, el derecho a obrar como personas libres o, en todo caso, a ser
activos y responsables militantes en el Partido como espacio 49 para
impulsar los derechos de la persona y los intereses de las mayorías.
¿Sólo en Cuba hay falta de libertades? ¿Cuántos desmanes y cadáveres
hemos visto a lo largo y ancho del Tercer Mundo y en países denominados
democráticos en América latina? Siempre he pensado que ninguno de los
dos dilemas es deseable: ni la libertad sin justicia, ni la justicia sin
libertad. No es bueno socializar la justicia a base de hipotecar los
sueños de libertad; ni es bueno socializar la libertad a base de
hipotecar los sueños de justicia. El neoliberalismo está· por la
socialización de la libertad, porque sabe que siempre acaba siendo
libertad de los más fuertes. Y el socialismo está por la socialización
de la justicia, con propensión al secuestro de la libertad.
Pero,
en nuestra América latina la bandera de la libertad esgrimida por los
poderosos ha servido casi siempre para aplastar la justicia y acabar con
la liberación. Me parece entrever, cuando paseo por las calles de La
Habana, el esplendor apagado de una revolución, la tragedia de una
población que vibró por un ideal de justicia y hermandad, y que luego
los amos extranjeros del capital le obligaron a mermar y desdeñar, no
fuera que se hiciera verdad y los pueblos despertaran del sueño unas
democracias aparentes, celebradas como gobierno del pueblo. La
revolución era demasiado bonita, demasiado solidaria, demasiado temible
para mentes obsesivamente individualistas. El culto del individualismo
no tolera en Occidente los aires frescos de un proyecto social más igual
y comunitario. Ese proyecto, añorado en el fondo por todos, pasa a ser
proscrito, porque se ha impuesto feroz la lucha de unos contra otros. No
la justicia, el amor y la libertad de todos, sino la libertad de unos
pocos a costa de la servidumbre de muchos. Eso es, por más que me lo
nieguen, lo que crepita en el rescoldo de la revolución cubana y es lo
que, a mí por lo menos, me hace defenderla críticamente en contra de
retóricos detractores, que no han vislumbrado nunca las grandes causas,
porque nunca han sabido compartir la dignidad y altivez de quienes una y
otra vez fueron relegados al cubo de basura de la historia. ¿A qué
dictaduras, de las de verdad, no han entrenado, aupado y consolidado las
políticas colonizadoras e imperialistas?
¿Y a cuántas de
esas dictaduras han dedicado los demócratas sus esfuerzos de crítica, o
de lucha y derribo, como los demostrados contra Cuba? La revolución
cubana sigue resistiendo. Pero, la resistencia no es norma que debe
instalarse como algo habitual en la convivencia de un pueblo. Las
utopías necesitan traducirse en hechos, como ya ha ocurrido en parte en
Cuba, pero necesitan también unas condiciones socioeconómicas,
culturales y políticas normales, lejos de la forzada vigilancia de un
Estado acosado y agredido y lejos sobre todo de unos Estados
neoliberales que patrocinan la voracidad de las multinacionales y el
dominio de los grupos de poder. Cuba necesita que le dejen ensayar un
nuevo modelo, desde la experiencia y larga defensa de su soberanía, por
su sentido altamente socio-comunitario y por su excelsa solidaridad con
los países más pobres. El Estado, bajo cualquiera de sus acepciones, no
puede suplantar a la persona ni mutilar sus recónditos anhelos de
participación y protagonismo social. Como decía el Che el hombre nuevo
debe forjarse a base de troquelar la conciencia con profundos estímulos
morales, los cuales le impiden convertirse en marioneta de cualquier
poder político.
El poder político no tiene sentido en sí
ni para sí, sino que emerge de la comunidad y es a ella a la que sirve
teniendo como base y límite de su actuación la dignidad humana y sus
derechos. Quien ame a la revolución cubana reconocer· que en la Cuba
actual asoma un malestar interno, que delata fuerte insatisfacción entre
Régimen-Gobierno y Sociedad. Los revolucionarios deben ser creativos en
la búsqueda de salidas a la situación actual. Lo cual no se puede
llevar a cabo sin terminar por completo el vergonzoso bloqueo que impide
una política serena y razonable. En este sentido, los cubanos no
quieren ser liberados a base de liquidar su soberanía, ni pueden
depender en su economía, como ahora está· ocurriendo, de las remesas
exteriores familiares ni de las compras sucesivas a los granjeros
norteamericanos. El cubano debe encontrar dentro de su país condiciones
positivas y estables para su realización y no sentirse tentado de
abandonar su patria. Tal cosa es imposible mientras no se logre la
autodeterminación económica de los cubanos y los coloque fuera de la
interacción económica mundial. Y no es menos importante asegurar también
los derechos humanos dentro de una convivencia plural, políticamente
hablando.
Pero, ¿cómo enfrentar este desafío? Se trata -y
en esto me limito a detectar ideas y deseos susurrados entre muchos
cubanos- de desactivar todos los conflictos, preparando el terreno para
una transición pacífica. Y esto supone un diálogo inclusivo, que abra el
hogar nacional a todos y, como condición primera indispensable, la
salvaguarda del valor de la independencia y soberanía de Cuba y de los
cubanos. El paso hacia una transición tranquila - sigo escuchando esos
crecientes susurros- debe satisfacer una serie de requisitos, que
actuarían como garantía de una real propuesta. Los requisitos son: la
gradualidad, la confianza, la moderación, la inclusión positiva y la
seguridad colectiva. Gradualidad en cambios escalonados que permitan
establecer prioridades y ciertos cambios básicos; confianza que
considera el proceso de cambio como necesario y positivo para todos;
moderación que apunta a metas posibles, mediante un diálogo que evita la
descalificación y toda confrontación estéril; inclusión positiva, que
trata de ir a favor de todos; seguridad colectiva, que asienta como
intocable la soberanía de Cuba y su no aislamiento en la comunidad
internacional. Los cubanos entienden que la revolución debe avanzar
hacia una mayor democratización, pero sin que eso suponga entrar en la
condición de una democracia asistida. Independencia y democratización
son dos pilares inseparables.
1. Que haga que la transición se haga sin la injerencia de potencia extranjera alguna.
2. Que imposibilite cualquier ajuste de cuentas por agravios pasados y permita resolver y sellar las fracturas políticas y culturales.
3. Que asegure a los actuales inquilinos o usufructuarios la propiedad de sus bienes.
4. Que excluya toda forma de terrorismo, preserve la integridad de la persona y condene todo acto de violencia.
5. Que asegure un consenso para preservar las instituciones de servicio actualmente existentes y ponga en práctica políticas desde el Estado o la Sociedad civil contra las fracturas y exclusiones sociales presentes y futuras.
6. Que reconozca el diálogo como vía para resolver las diferencias y conflictos.
Benjamín Forcano
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