I.
PLANTEAMIENTO ACTUAL DEL PROBLEMA DEL ABORTO
1. La
cuestión del aborto sometida a nuevas investigaciones
Siempre
la cuestión del aborto vino envuelta en un interrogante. Pero hoy nos llega más
fuerte porque descubrimos que de la
pegunta qué es el embrión y cuál es su valor derivan muchas implicaciones
éticas, clínicas y hasta políticas.
Hasta
ahora, bastaba con decir que el embrión,
tras sucesivas divisiones y transformaciones, llegaba a ser un organismo adulto y daba
lugar a una persona. En el momento presente, las ciencias han avanzado
mucho y levantan muchas dudas. No resulta tan obvio que el embrión , en su
origen, fuera ya ese individuo al que da lugar.
Consideramos
importante comenzar por delimitar el
concepto de la palabra aborto, porque de él vamos a tratar. Pues se quiera o
no, la palabra, la misma para todos, la usamos seguramente con un significado distinto. Y si ya en la palabra no coincidimos, menos en la
interpretación que de ella hagamos.
En
su sentido más inmediato, por aborto entenderíamos la acción de abortar, es decir, de impedir el
nacimiento de un “nuevo ser humano”, al cual
en los dos meses primeros lo denominaríamos embrión y, en los siete
siguientes, feto. Esta sería la acepción más común para expresar la pérdida de
un “ser humano” en cualquier tipo de supresión del embarazo, sea espontánea o
voluntaria.
2. Nos condiciona la herencia unilateral de una
biología genética, no molecular.
Al tratar de aborto se parte del
hecho de que el prenacido, como realidad
bien definida, es un ser humano
con todas las de la ley, desde el principio, sea cual sea la evolución que
sufra y las fases que haya de recorrer. Esto, que es una herencia antigua,
propia de la biología genética o
preformacionista, se da como presupuesto válido e indiscutible.
Mientras
esto ocurra, y ocurre dentro de un estado de opinión hoy generalizado,
contrastado con la reciente biología
molecular, no hay nada que hacer:
es inútil dialogar y pretender establecer un nuevo enfoque del problema,
pues más que atender a la realidad misma
embrionaria y hacerlo descriptiva y rigurosamente con los ojos de la
ciencia genética y epigenética, lo hacemos desde la “creencia” de que es así y
es así porque siempre ha sido así. No sin razón, diversos autores advierten
que, al tratarse del aborto, se sobrepone más que la razón científica, la creencia “que da por cierta una cosa que
el entendimiento no alcanza o que no
está demostrada”. Esta ausencia de
crítica queda suplida por una postura subjetiva, cerrada y dogmática, sorda a cualquier
revisión.
3. Campañas antiaborto, enfocadas desde un presupuesto
no probado
Entonces, es fácil que se emprendan
iniciativas, acciones, campañas contra
el aborto dando por probada una verdad que no es tal. Adoptamos posturas
contundentes, incondicionales, suprimiendo el debate necesario que arrojaría
luz, aparcaría los dogmatismos y podría
dar lugar a concordar posturas científica y éticamente coherentes.
Conviene, pues, dejar claro que lo
que hay que aclarar en términos científicos y filosóficos es si el embrión (no el feto) desde el comienzo es persona, tal como lo afirma
categóricamente una determinada postura. Científicos como C. Alonso Bedate,
Diego Gracia y otros , afirman que “En lo que se refiere al estatuto ético del embrión se nota en algunas posiciones que parten del presupuesto de que se tiene la verdad y, lo que es peor,
que las alternativas que no defienden la
protección del embrión desde el momento
mismo de la entrada del espermatozoide
en el óvulo, no consideran como valor la vida humana o que, más aún, la
desprecian” (ALONSO BEDATE, C., en Gen-Etica,
“El estatuto ético del embrión humano:
una reflexión ante propuestas alternativas”, Ariel, 2003, p.31).
4. La subjetividad humana está marcada por la evolución del saber humano.
Nada, por otra parte, extraño: la
investigación de la verdad no podemos separarla
de la
subjetividad de la personas ni del clima histórico-cultural que las rodea, a
pesar de que la historia es en este punto tozudamente aleccionadora: es ley
natural la evolución del saber humano y nunca podemos identificar la verdad con
los resultados de un determinado momento histórico, pues cada momento está
ceñido a un horizonte limitado de comprensión, que luego puede variar, como con
frecuencia ha ocurrido.
¿Cuántos
científicos creyentes no quedarían escandalizados por la profesión de muchas
creencias que hace escasamente cien o ciento cincuenta años eran habituales en el catolicismo: el
infierno eterno, la interpretación literal de la Biblia, el pecado de Adán y de
Eva como hechos históricos acontecidos justamente después de la creación del mundo hace seis
mil años, la teoría agustiniana del pecado original, la procreación como
finalidad exclusiva del matrimonio, la
existencia del limbo, la tesis de que la religión católica es la única verdadera,
el rechazo de la libertad religiosa
considerándola ado casi como una locura,
la división de clases sociales como
efecto de la voluntad divina, etc.?
No intentamos imponer nada, sino
exponer lo que la ciencia describe y explora sobre la realidad de la persona
humana, pues sus resultados no son indiferentes para una u otra valoración. Los
datos por ella aportados apuntan un
significado que tanto la ética como la filosofía deberán atender, respetar y
valorar.
II.
PRESUPUESTOS
PARA UN CORRECTO PLANTEAMENTO DEL TEMA
1.
Nuevas
relaciones entre ciencia y fe: Vaticano II
Nadie puede
negar que en la cultura moderna se da
una cierta hostilidad entre científicos
y religión, quizás especialmente contra la religión cristiana, porque ella suele partir de certidumbres incuestionables en tanto que
la ciencia parte de análisis empíricos y racionales de la realidad.
Esta hostilidad de científicos contra la religión parecía
haber entrado en declive con el concilio Vaticano II, y con razón, pues el Vaticano II puso fin a
toda una época antimoderna,
simplemente porque la Iglesia se había aferrado, como si de la misma fe
se tratara, al paradigma cultural de la Edad Media. Son claros los textos del
concilio a este respecto:
- “La humanidad se encuentra hoy en una nueva era de su historia, caracterizada por cambios profundos y
acelerados, que inciden sobre el modo de
pensar y reaccionar ante las cosas y los
hombres” (GS, 4).
- “Una nueva mentalidad científica
modifica el ambiente cultural y las
maneras de pensar, vinculadas al peso de las ciencias matemáticas, naturales,
humanas y técnicas. Estamos pasando de una concepción más bien estática del
orden cósmico a otra más dinámica y evolutiva, de donde surge una tan grande
complejidad de problemas que están exigiendo la búsqueda de nuevos análisis y
nuevas síntesis (Cfr. GS, 5 y 7).
El concilio
recalcó especialmente la incidencia de todo esto para el campo de la
teología:“Las recientes adquisiciones científicas, históricas o
filosóficas plantean nuevos
problemas que arrastran consecuencias
para la vida y reclaman investigaciones nuevas por parte de los teólogos. Los
teólogos pondrán empeño en colaborar
con los hombres versados en otras disciplinas;
poniendo en común sus energías y sus puntos de vista y respetando el método y exigencias propias de la ciencia
teológica, deben buscar siempre el modo
más adecuado para comunicar la
doctrina con los hombres de su tiempo.
En el cuidado pastoral deben conocerse
suficientemente las conquistas de las ciencias
profanas de modo que también los fieles
sean conducidos a una vida de fe más genuina y más madura” (GS, 62).
- “En
consecuencia, hay que reconocer como
valor y obligación el estudio de las
ciencias y la exacta fidelidad a la
verdad en las investigaciones científicas” (GS, 57). Tan es así, que la cultura
requiere constantemente una justa
libertad para desarrollarse, y una legítima
facultad de obrar, según su
derecho y sus propios principios; exige respeto y goza de una específica
inviolabilidad “ (GS, 59). (Cfr. también, GS, 5 y 7).
Estos textos marcan una nueva
actitud ante la ciencia. La marca, sobre todo, el mensaje final dirigido por los padres conciliares a los
hombres del pensamiento y de la ciencia:
“Un saludo
muy especial a vosotros los buscadores de la verdad, a vosotros, los hombres
del pensamiento y de la ciencia, los exploradores del hombre, del universo y de la historia. No podíamos dejar de
encontraros. Vuestro camino es el nuestro. Vuestros senderos no son nunca
extraños a los nuestros. Dichosos los
que, poseyendo la verdad, la siguen buscando,
a fin de renovarla, de profundizar en ella y comunicarla a los demás.
Nunca
quizá, gracias a Dios, se ha mostrado
tan claramente como hoy la posibilidad de
un acuerdo profundo entre la verdadera ciencia y la verdadera fe,
servidoras ambas de la única verdad. Tened confianza en la fe, esta gran amiga de la inteligencia”. (Mensaje del Concilio a los “Hombres del
pensamiento y la ciencia”).
Una relación positiva entre la fe y
la ciencia apenas ha existido, todavía hoy esa relación es muy precaria, llena
de prejuicios y desconfianzas, pero esto no niega el hecho de que, en
determinados sectores, el panorama haya cambiado y se esté caminando hacia un
nuevo momento de diálogo, de colaboración y de convergencia.
La
ciencia trata de describirnos el mundo real como es, liberándolo
progresivamente de falsos conceptos que, se quiera o no, repercuten en las imágenes que nos hemos creado de Dios,
de la religión y del hombre. La verdad sobre Dios es única y ni la ciencia ni
la religión pueden caminar por separado atribuyéndose el privilegio de tener en propiedad esa
verdad. Esa visión antagónica acabó, -debe acabar - porque todo creyente sabe,
y lo sabe aún más el teólogo, que nunca su búsqueda está exenta de
limitaciones, dudas, y correcciones, lo que equivale a admitir lo que escribe
el físico John Polkinghorne : “La religión sabe desde hace mucho que en último
término toda imagen humana de Dios resulta ser un ídolo inadecuado” ( La fe de
un físico, EVD, 2007, p. 279).
No sólo la ciencia denuncia ídolos inadecuados sobre Dios, lo
hace también la teología, como aparece en el
Vaticano II: “Los hay que representan a Dios de tal forma que la fantasía
que rechazan, no es de ningún modo el Dios del Evangelio” (GS, 19); “Muchos
creyentes son responsables de ocultar más que revelar el rostro auténtico de Dios y de la religión” (GS, 19).
Esta es, pues,
la cuestión: la inteligibilidad de lo que es la realidad, - la creación,
el cosmos, el hombre, - trata de lograrla el ser humano en cada época con los recursos y avances de la razón.
Y esa inteligibilidad, aunque pueda hacerse
autónomamente, sin Dios, no deja de servir para describir cómo es la realidad.
Por supuesto que esa inteligibilidad científica
evoluciona constantemente, como ha ocurrido en las última décadas
respecto a la física clásica, la física newtoniana y la teoría cuántica.
Ha muerto la descripción puramente mecánica
del mundo físico. Hoy, biólogos, físicos, bioquímicos, sintergéticos admiten como algo normal que el mundo físico
es un mundo abierto, interrelacionado, unitario, sustentado por leyes finamente
sintonizadas. Y lo admite a su vez la teología.
Nadie puede
sustraerse al fuerte impacto que produjo
el descubrimiento del ADN. Dicho descubrimiento contenía la clave de la biología molecular, una nueva ciencia que ha originado grandes
conocimientos sobre los procesos biológicos fundamentales, con enormes repercusiones
en la medicina, en la agricultura y en otros campos. “El siguiente momento explosivo en el
desarrollo de la nueva ciencia llegó en los años 70, cuando se introdujeron las
técnicas para la manipulación del ADN .
Ya no estábamos condenados a observar
la naturaleza desde la barrera, sino que en realidad podíamos trabajar con el ADN de los organismos vivos y
leer el guión básico de la vida. Se abrían nuevas perspectivas para las
enfermedades genéticas, la fibrosis quística del cáncer, los orígenes del
hombre, la mejora de las especies agrícolas, etc. Pero, fue en 2002 cuando el
Proyecto Genoma supuso la mayoría de la
biología molecular: se había convertido en la gran ciencia, constituyendo un hito en lo que se refiere a nuestra idea de lo que significa ser
hombre. El ADN es lo que nos
distingue de todas las demás especies y
lo que nos hace ser las criaturas
creativas, conscientes, dominantes y destructivas que somos. El ADN tendrá una
repercusión progresiva en el modo de nuestra vida” (James D. Watsson, ADN,
Taurus, 2003, Introducción, XII y XIV).
Con razón
escribe el profesor Diego Gracia: “La biología y la ecología han
conseguido en las últimas décadas tal
desarrollo que, para muchos, la segunda mitad del siglo XX está siendo la gran era de estas ciencias, lo
mismo que la primera lo fue de la
física. El descubrimiento en los años sesenta del código genético ha permitido
explicar el funcionamiento de lo infinitamente pequeño en el orden de la vida,
del mismo modo que las fórmulas de la mecánica cuántica que los físicos
pusieron a punto en los años veinte hicieron posible la comprensión de lo infinitamente
pequeño en el orden de la materia
inerte” ( Fundamento y enseñanza de la bioética, I, Bogotá, El Búho,1998, pg.
12).
Los modos de inteligibilidad de la
realidad dependen de cada época. Seguramente era conveniente que, en la
modernidad, emergiese la realidad del hombre, buscase ser todo lo que es, aun
cuando tal afirmación supusiese el eclipse momentáneo de Dios. Tanto se había ensalzado la omnipresencia y
el poder de Dios que se hizo a costa de reducir
casi a la nada la realidad del
hombre. Una presencia invasiva de Dios suscitó la rebeldía en pro de la
afirmación y emancipación del hombre.
¿Por qué el Dios creador, fundamento y meta de todo ser, fue percibido como enemigo del hombre? ¿Por qué la teología establecía
paradigmas, conceptos de comprensión que muchas veces eran contradictorios con los postulados de la ciencia, del humanismo y de
la ética?
Con razón,
Javier Monserrat, profesor de la universidad de Comillas y de la Autónoma de
Madrid, en la Introducción al libro del científico Arthur Peacocke, comenta lo que para este
autor eran ideas claves al final de su investigación: “La necesidad de que la idea moderna de Dios sea reformulada desde el mundo de la ciencia; la semejanza
entre la forma de razonamiento de la
ciencia y de la teología; la necesidad de superar el clásico dualismo antropológico de la teología clásica; la necesidad de
pensar a Dios de forma coherente con su continua acción divina en el mundo en el marco de su esquema pan-en-
enteista” (Arthur Peacocke, Los caminos de la ciencia hacia Dios, ST,
2008, Introducción, pg. 29).
¿Es posible
una búsqueda de Dios congruente con la razón? ¿Pueden ser vistos en
congruencia los modelos científicos con
los modelos religiosos? ¿El cristianismo
es intelectualmente defendible?
Ciertamente
no lo es desde modelos cognoscitivos en que se menosprecia o descarta la
inteligibilidad de la razón para suplirla por inconsistentes o imaginarias
intervenciones de Dios. El dios “tapa-agujeros” ha muerto. Y nadie lo llora.
Pero ese dios es la misma teología quien lo ha hecho morir.
La
inteligibilidad del mundo real por la ciencia y la razón es presupuesto
ineludible para acceder al encuentro de
la ciencia y la teología. Son hoy
grandes científicos los que intentan demostrar que el mundo entero está
sumergido en Dios. Son inmensas las nuevas perspectivas abiertas por la evolución cósmica y biológica. La biología, aun dentro de una visión
unitaria, exigía entender la vida como
realidad emergente con niveles
cualitativos de ser,
no reducibles al mecanicismo físico-biológico del mundo
inorgánico.
Debe,
pues, quedar claro que
la fe es una cosa y otra los conceptos
en que vertimos la verdad que se nos revela y que vamos formulando a través de los nuevos conocimientos que surgen en la historia. Estos conceptos
están siempre condicionados histórica y culturalmente y necesitan revisarse
constantemente. Como muy bien decía el teólogo Rhaner, la Iglesia ha tendido a
entender la figura del Cristianismo, como un todo, sin advertir que en ese todo
la reflexión teológico-científica debe intentarse siempre de nuevo. Nadie queda hoy perturbado en su fe porque la
tierra gire alrededor del sol o porque no acepte la visión de una cosmología antigua y porque no haga profesión del juramento antimodernista tal como los impuso Pío X en 1919 a todo profesor de seminario. Hubimos
de esperar hasta el 1943, con la “Divino Afflante Spiritu” de Pío XII para que los católicos
pudiéramos usar y promover el método
histórico-crítico en el estudio de los textos sagrados.
2.
La realidad
biológica embrionaria y la moral
cristiana.
De
puro suponerlo y repetirlo, apenas nos damos cuenta de que los cristianos nos
presentamos en sociedad defendiendo, respecto al aborto, una moral que nos distinguiría de los demás y
que se apoyaría en razones propias.
No son
pocos los que ven en esto una coartada para eludir la realidad y no aceptar lo que resulta obvio para muchos teólogos y
moralistas católicos: el tema del aborto, como otros muchos, es un problema
humano sobre el que la moral cristiana no tiene aportación específica, nada
puede extraerse sobre él desde de la enseñanza de Jesús. Sería vano buscar en el Nuevo
Testamento un tratado de biología o de
ética racional y vano
esperar un tratamiento que
resultase exclusivo del pensar católico.
En el momento
actual, creemos poder ratificar como puntos seguros los siguientes:
a)
El Magisterio de la Iglesia
católica establece que “la vida desde su concepción, ha de ser salvaguardada
con sumo cuidado” (GS, Nº 51), pero se guarda muy mucho de afirmar que sea
competencia de ella determinar el momento de esa concepción o fecundación,
que viene a durar unas veinte horas. Atendiendo a lo acordado en el concilio,
la interpretación de los Padres decidió excluir deliberadamente que la concepción
se la colocara en el momento mismo de la
unión de los gametos masculino y femenino. Esta voluntad parece quedó reflejada en alguna de la notas
que advertía expresamente “quin tangatur tempus animationis” (sin que se toque
el tiempo de la animación). No
obstante, otros documentos eclesiásticos
afirman algo distinto: “El embrión humano tiene desde el principio
–desde la constitución del cigoto- la
dignidad propia de la persona humana”, “La Iglesia ha sentido el deber de
reafirmar la dignidad y los derechos fundamentales e inalienables del ser
humano, incluso en las primeras etapas de su existencia”(INSTRUCCIÓN DIGNITAS
PERSONAE, Introducción, 4 – 5 – 37, 12
Diciembre 2008).
b)
En todo caso, es preciso subrayar
que en la Tradición cristiana ésta ha sido una cuestión abierta, discutida y
discutible, como lo demuestra la teoría
de la animación simultánea (defendida por San Alberto) y la teoría de la
animación sucesiva (defendida por Sto. Tomás).
A este respecto, el gran moralista
católico Bernhard Häring escribe: “No
está en el ámbito del Magisterio de la Iglesia, el resolver el problema del momento preciso después del cual nos encontramos frente a un
ser humano en el pleno sentido de la palabra.” (Moral y Medicina, Madrid, PS, 1971, pp. 78-79).
c)
La opinión de bastante científicos no hablan de individuo humano
constituido sino hasta después de la
octava semana.
III. El ESTATUTO ONTOLOGICO DEL EMBRION
Tocamos ahora el punto crucial que, de una manera u otra, va a condicionar
los aspectos éticos, jurídicos y políticos del aborto. Y queremos
hacerlo con cautela y la mayor claridad
posible.
1.
La realidad biológica embrionaria
Popularmente todos hablamos del
embrión como si se tratara de una realidad estática, cerrada y acabada, de modo
que todo lo que posteriormente se va desarrollando en él, estaría ya contenido
desde el principio. Nada añadiría a esta realidad inicial el exterior (los
factores extragenéticos: anidación e influencia de la madre, informaciones fisico-bioquímicas
ambientales, ...eso que los autores llaman el nicho donde se va instalando y
desarrollando y del que depende para irse constituyendo).
La ciencia coincide en señalar
diversas fases por los que atraviesa la realidad embriológica:
- Embrión:
organismo humano en desarrollo desde que termina la fecundación hasta la octava
semana.
1.
Fase del CIGOTO (primera semana), que resulta de la
fusión de los dos gametos. Contiene, genéticamente hablando, el desarrollo del
programa del huevo, que llevará a cabo mediante procesos epigenéticos.
Fase del
BLASTOCISTO: empieza a formarse a
partir del 5º día de la fecundación, continúa su implantación en la pared del útero y la completa
en torno al 14º de la fecundación, segunda semana.
2.
Fase de la GASTRULA, estadio embrionario que se
produce durante la tercera semana del
desarrollo humano.
3.
Fase del FETO, a partir de las ocho
semanas el embrión comienza denominarse feto.
2. Posiciones ante la realidad del aborto
Por lo que vemos y vivimos nos
encontramos aquí con una fuerte tensión
entre dos posturas, más por razón
ideológica que científica, porque más que atender a los hechos científicos
atendemos a la defensa de un determinado
presupuesto. Dos serían las posiciones principales:
1. Posición de una ética naturalista o preformacionista
Una ética naturalista, procedente
del pensamiento helenista, dice que todo el orden moral humano está inscrito en
la misma naturaleza, la naturaleza es el patrón o norma determinante, que se
nos impone interiormente; seguir ese orden es bueno y apartarse de él es malo.
Tal norma no es heterónoma. La realidad
embrionaria incluiría el fin (telos) del embrión, llegaría por sí misma a ser persona.
Comentando
esta teoría, C. Alonso Védate escribe: “El ser humano-persona estaría en el
cigoto en potencia actualizante desde el primer momento de la fecundación”, “Sería ya un ser individual cuya constitución es ser
persona” ( Idem, pp. 29 y 32) .
El profesor Diego Gracia comenta
que ha surgido un nuevo preformacionismo, (en torno a 1965) también
determinista, según el cual “Bastaría la información genética para constituir
un nuevo ser vivo” (Gen-Etica, El estatuto de las células embrionarias, p. 68).
En esta posición, la información genética resultaría necesaria y suficiente para constituir un nuevo ser y podría considerarse completo en su proyecto desde el momento de
la fecundación.
2. Posición desde una biología
molecular:
el embrión original no tiene suficiencia
constitucional
¿Qué queremos decir cuando
proclamamos “Sí a la vida, no al aborto?
¿Queremos decir que todo ser humano tiene derecho a la vida? Conforme,
todos estamos a favor de ese principio. ¿Queremos decir que con el aborto, en
cualquiera de sus fases, se niega a un
ser humano el derecho a la vida?
Esto es lo
que esta segunda posición trata de
aclarar con el análisis y aportación de ciertos datos científicos.
Científicamente se demuestra que el embrión no es, desde el principio, una
realidad aislada, acabada, con poder propio y autónomo para desarrollarse y lograr la
condición de persona. El ser persona no puede salir de algo que no lo es
en su principio; el ser no brota del no ser:
“Se deduce
que el embrión humano es un ser
individual cuya constitución es ser persona. Si su constitución es ser
persona no puede en ningún momento no
ser persona, pues lo que es no puede no
ser, y lo que no es no puede llegar a ser, si antes no lo era. Evidentemente,
impedir que llegue a realizarse el acto
persona es contravenir el orden. Más
aún, como no se concibe que una realidad
llegue a ser persona por estadios, el
embrión es persona o al menos un ser en el entorno de la persona desde el principio de su ser. Destruir este proceso es destruir el orden
moral. Es una acción in-moral , contra naturaleza. Más aún, destruir el
embrión sería destruir una persona.
En mi
opinión, aparte de que haya que poner en duda
la validez del concepto de ley
natural como normativa de la acción moral,
creo que se puede decir que no es tan claro que el fín del embrión temprano , según su
naturaleza, por potencia intrínseca y autónoma, sea llegar a ser un individuo
humano personal” (Idem, p. 32) .
El embrión
depende de otros factores que son extragenéticos (los hormonales de la madre,
el llamado nicho que le provee de diversas señales, estímulos e informaciones
para seguir constituyéndose) y, por
estar ligado a ellos, su codeterminación
futura es obra también de ellos. Es
decir, desvinculado de esos factores, el
embrión no llegaría a ese momento en
que, ya como feto (a las ocho semanas)
quedaría constituido como
persona.
Podemos entenderlo mejor a base de
unos ejemplos: la oruga tiene posibilidad de
ser mariposa, pero no es mariposa; la bellota tiene posibilidad de ser roble, pero no es roble. La mera posibilidad no implica el
poder intrínseco y autónomo de llegar a ser, necesariamente, mariposa o roble.
Esa posibilidad necesita de otras condiciones externas que no pertenecen ni a
la oruga ni a la bellota.
El agua es
una molécula, que surge de la fusión del hidrógeno y del oxígeno (dos átomos de
hidrógeno y uno de oxígeno). Pero ni el hidrógeno es el agua ni lo es el
oxígeno; el agua es una realidad nueva y distinta. Tales ejemplos muestran cómo
en el campo de la realidad embrionaria van apareciendo propiedades emergentes
no reducibles.
El cigoto,
fase primera del embrión, y los factores extragenéticos emergentes en el
proceso embrionario son dos elementos necesarios para la formación del feto.
Pero ni el cigoto solo, ni los factores extragenéticos solos son suficientes
para la formación del feto. El feto es una realidad nueva y distinta.
Con razón
escribe el profesor Diego Gracia: “La evolución de la biología (años setenta,
ochenta y noventa) ha ido demostrando
algo que cabía haber sospechado antes, a saber, que la biología embrionaria es más compleja de lo que se suponía. Poco a
poco se fueron descubriendo los mecanismos de activación y represión de los genes y todo el proceso que va desde la
información genotípica hasta la aparición de los rasgos fenotípicos. Cuando las informaciones
extragenéticas no hacen acto de presencia,
el fenotipo se altera o, simplemente,
resulta inviable. Esto quiere decir que ambas informaciones, la genética
y la extragenética, son necesarias para la aparición de un organismo vivo y que
el defecto de cualquiera de las dos hace
imposible el logro de la nueva realidad biológica” ( Idem, p. 69).
IV. RAZONES QUE HACEN FIABLE LA SEGUNDA POSICIÓN.
Somos
conscientes de la novedad y consecuencias de esta posición.
Por eso,
consideramos conveniente aportar
datos científicos que obligan a repensar presupuestos
anteriores.
1.
El
embrión, efecto de factores genéticos y extragenéticos.
La realidad biológica embrionaria, relacionada
con el ser humano, se da dentro de un proceso que origina efectos nuevos,
provistos de cualidades nuevas y valores específicos. Dichos efectos emergen en un proceso constituyente en el que
intervienen factores genéticos y extragenéticos y en el que se dan interactuaciones moleculares.
2.
El
embrión original no tiene suficiencia constitucional
Dentro de este proceso constituyente, la realidad embrionaria no
tiene suficiencia constitucional en origen:
. Porque no posee poder intrínseco
y autónomo para convertirse en persona.
Hay reacciones en ese proceso que no
provienen del embrión sino del
nicho y de las señalizaciones y
reacciones que provoca; el embrión tiene
solo una parte del poder, no todo el poder del proceso y, por lo mismo, no puede producir la transformación de la realidad inicial en un individuo
personal humano.
. Porque el embrión, de donde se
dice que surge el yo, no es el yo.
No es válido decir que, de
destruir el embrión original, la persona
no existiría, pues el embrión en
aquel estado no era persona. Nadie puede probar que lo era. La talidad del
embrión no puede ligarse como causa de la talidad de la persona. No
hay correlación.
. Porque el embrión no está
involucrado en el proceso continuo de la
formación de la persona y no es en todo el proceso el mismo y la misma entidad; no puede serlo porque puede dar lugar a fenotipos
completamente diferentes según el nicho
donde se los coloque. Cigotos colocados en madres normales o con deficiencias ,
aun siendo idénticos en su constitución genética, pueden derivar en fenotipos diferentes. El
que haya individuos que nacen normales o
con microcefalia no se debe a su constitución genética sino al hecho de
desarrollarse en nichos maternales
capaces de lo uno o de lo otro.
. Porque el proceso de
generación, aunque sea un continuo, con sucesión de relaciones interbiológicas,
es un proceso constituyente que hace que
los cambios se produzcan sobre el sustrato. El fenotipo no es la suma de los
procesos individuales sino una realidad
nueva, en cierta forma, creada. Creación que no es ex-nihilo, sino ex- prior.
El código está formado , además de por el ADN , por la interacción de las redes
que forman los atractores y que se
extienden al organismo como a un todo (Cfr. C. Alonso Bedate, Idem, pp. 44-47).
. Porque el cigoto, aunque por la
fusión del espermatozoide y del óvulo, adquiere una individualidad separada, un
nivel mayor de organización y una mayor dignidad a la de ellos, no por eso adquiere un valor de cuasi-persona. El cigoto, permanece
durante todo el desarrollo , pero el organismo experimenta discontinuidades que
hacen que el cigoto no permanezca siempre el mismo.
Desde este nuevo enfoque, el genoma se
considera un sistema abierto que, para ser operativo, necesita ser activado por
otros factores:
"La
mentalidad clásica , que sobrevalora el genoma como esencia del ser vivo, de
tal manera que todo lo demás sería mero despliegue de las virtualidades allí
contenidas, es la responsable de que la investigación biológica se haya
concentrado de modo casi obsesivo en la genética, y haya postergado de modo
característico el estudio del desarrollo, es decir, la embriología. Este estado
de cosas no ha venido a resolverlo más que la biología molecular. La biología
molecular ha llevado a su máximo esplendor el desarrollo de la genética, en
forma de genética molecular. Pero, a la vez, ha permitido comprender que el
desarrollo de las moléculas vivas no depende sólo de los genes”. (Diego Gracia,
Etica de los confines de la vida, III, p.106).
El aserto
clásico de que "todo está en los genes" es verdad sólo en parte y se
hizo en detrimento de los factores morfológicos y espaciales, tan importantes
en el desarrollo del embrión.
V.
LA SUSTANTIVIDAD HUMANA
NO PARECE
PUEDA CONSTITUIRSE ANTES DE LA OCTAVA SEMANA
Se entiende
pues que, desde este enfoque, el embrión no se halle constituido desde el
primer momento como realidad sustantiva. “No es fácil decir
cuándo aparece la sustantividad
humana, pero probablemente no antes de
que el sistema neuro-endocrino inicie sus funciones de formalización. Esto tiene que producirse en algún momento de
la organogénesis llamada secundaria, no antes” (Diego Gracia, Etica y vida,
III, p. 116). “Pero con eso, no quiero decir más que una cosa: que no parece
posible que el momento constitucional
sea “anterior” a las ocho semanas. Mi tesis es que es mucho posterior”.
El Dr.
Gracia hace referencia sobre este punto a su amigo el filósofo Zubiri: “Hay que
decir que para el último Zubiri la
suficiencia constitucional se adquiere en un momento del desarrollo embrionario, que bien puede situarse, de
acuerdo con los últimos datos de la literatura, en torno a las ocho semanas “
(Idem, pp.131-2). Y añade también:
“Trabajos como los de Grobstein, Byrne y
Alonso Bedate (y con ellos otros muchos) hacen pensar que el cuándo (de la
constitución individual) debe acontecer en tomo a la octava semana del
desarrollo, es decir, en el tránsito entre la fase embrionaria y la fetal. En
cuyo caso habría que decir que el embrión no tiene en el rigor de los términos
el estatuto ontológico propio de un ser humano, porque carece de suficiencia constitucional
y de sustantividad, en tanto que el feto sí lo tiene. Entonces sí tendríamos un
individuo humano estricto, y a partir de ese momento las acciones sobre el
medio sí tendrían carácter causal, no antes” (Diego Gracia, Ibidem, pp.
130-131). ).
Una más que
probable conclusión se sigue de estas consideraciones: los
genes no son una miniatura de persona. La biología molecular deja claro que, para el desarrollo y la ética del
embrión, la información extragenética es tan importante como la información
genética, que ella es también constitutiva de la sustantividad humana y que la
constitución de esa sustantividad no se da antes de la organización
(organogénesis) primaria e incluso secundaria del embrión, es decir, hasta la
octava semana.
SOLUCIÓN EN SITUACIONES CONCRETAS
1. Principios
orientadores
En las siguientes reflexiones voy a
intentar una aplicación concreta de cuanto he expuesto en el plano teórico. La
moral no puede quedarse en posiciones genéricas o abstractas, tiene que demostrar
su validez bajando a soluciones prácticas: teoría y práctica en operación
convergente.
a. El tema del aborto desde la
biología molecular
En nuestro tiempo, atendiendo a los
avances de la biología molecular, se entiende que un tratamiento del embrión
hay que hacerlo desde todos los factores que intervienen en su proceso:
genéticos y extragenéticos. Sólo los primeros no tienen poder intrínseco y
autónomo para lograr convertir al
embrión en feto, ni para obtener aquellas notas
que harían del embrión una estructura humana individual clausurada, sustantivizada. Vistas
en correlación la perspectiva genética y molecular se puede defender con
fundamento que el embrión sólo podría
asimilarse a la categoría de persona al realizar su tránsito a feto, es decir,
en un plazo no anterior a las ocho
semanas. “La vigencia de los argumentos que apoyaban el presupuesto de que a la célula embrionaria debían atribuirse todos los derechos de una
persona son cada día más débiles....Creo que si la condición de persona es necesaria para poder tener el valor asimilable a la persona, no encuentro
argumentos para atribuir a al embrión la dignidad de la persona y el valor que se deriva de la misma (C.
Alonso Bedate, Idem, pp. 53,56,65).
Para tranquilidad de quienes se
profesan católicos, es preciso constatar que
la cuestión de determinar el momento
del comienzo de la vida humana no pertenece a la fe ni al dogma, sino más bien a las ciencias humanas.
Pretendo un estudio del tema que
integre la aportación de las
ciencias y la teología. La verdad sobre Dios y el hombre es
única y ni la ciencia ni la teología
pueden caminar por separado atribuyéndose
el privilegio de tener en propiedad esa verdad.
No obstante lo dicho, abrigo la
convicción de que el embrión humano es merecedor per se de valor, por
tener características genéticas y biológicas de lo humano. Precisamente porque estamos tocando en
cierto modo el fondo mismo de lo que es un ser humano, entendemos todo lo que
de defensa implica una postura a favor de la vida, pero sin dejar de cuestionar
iniciativas y actitudes que, sin fundamento, condenan otras visiones. Defender la vida personal no se identifica con la defensa de la inviolabilidad
del embrión. De ser así, habría de mantenerse un respeto absoluto al embrión
temprano.
b. Un juicio moral atañe al
sujeto, no a una acción particular suya aislada
La acción
de abortar tiene aplicación cuando el momento del parir se hace antes de que el
feto pueda vivir. Es una acción que tiene como sujeto primero a la mujer : ella sufre
y asume la acción de abortar, pero no sólo; hay otras personas que se implican y le acompañan en esa
acción, bien para aprobarla, bien para desaprobarla.
Por otra
parte, la moralidad nunca es de una acción aislada, sino de un sujeto; la
acción representa un aspecto parcial de esa moralidad. Todos entendemos que la
acción de odiar, envidiar, insultar, mentir, discriminar, robar, matar, etc. implica un significado concreto. Pero, tal
acción no puede ser valorada de un modo completo sin atender a las
circunstancias y razones del sujeto que la realiza. Se puede odiar por muy
diversas razones. Yo puedo abortar espontánea o deliberadamente, por distintos
motivos y por unas causas u otras; por eso, la sola acción de finalizar el
embarazo no puede ser juzgada en sí sola, desconectada del fín, motivaciones y
otras circunstancias del sujeto.
c. El derecho de la mujer a
decidir sobre su propio cuerpo, no le confiere ningún derecho al aborto.
La realidad
nos dice que la vida en gestación no es, propiamente hablando, una parte
del cuerpo femenino. La gestación tiene como causa, aunque de manera diferente, a dos
sujetos, varón y mujer, en una relación que sobrepasa la estricta
individualidad e implica responsabilidad de ambos.
En este
sentido, cuando se dice que la mujer tiene derecho a decidir y a decidir sobre
su propio cuerpo, lo es en el sentido que lo es toda persona: el propio cuerpo,
si se lo conoce bien, marca propiedades, cualidades y exigencias que hay que
respetar y que imponen límites a actuaciones que pudieran resultar
irracionales o perjudiciales. Siempre la
persona se caracteriza por obrar responsablemente.
No viene
a cuento entonces invocar el aborto como
un derecho de la mujer, por ser ella la que dispone de su cuerpo. Los derechos
brotan siempre de la realidad de la persona. En
ninguna legislación del mundo se encuentra consignado el derecho al
aborto como un derecho de la mujer. Un
derecho es aquel que pertenece a la
persona, en todo momento y lugar, en razón de su misma condición y dignidad.
El embrión
o feto no es una parte más del organismo
femenino, una parte parasitaria alojada en él, sino efecto de una relación de
dos cuerpos y de dos voluntades, de dos personas. Otra cosa es con qué calidad
y grado de conocimiento, amor y responsabilidad
se lleva a cabo esa relación.
En la
Declaración Universal de los Derechos Humanos se dice: “Toda persona tiene
todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración” (Art. 1, 1).
“Todos son iguales ante la ley” (Art. 7). “Todo individuo tiene derecho a la
vida, a la libertad y a la seguridad de su persona” (Art. 3); “a casarse y fundar una familia; y disfrutar
de iguales derechos en cuanto al matrimonio” (Art. 16), “ a la propiedad “(17);
a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión (18); a la libertad de opinión y expresión (19), al
trabajo, a igual salario, al
descanso, (Art. 23), etc., etc.
La acción
de poder abortar no se considera como un
derecho de la mujer, pues no versa sobre
el cuerpo de la mujer sino sobre el
efecto de una relación, que se llama embrión y
sobre cuyo valor ontológico debe decidir la investigación humana ,
apoyada en las ciencias y en la ética.
Se requiere una valoración previa que informa la decisión a tomar.
Obviamente, el hecho del embarazo
revela la presencia de dos sujetos y una
realidad nueva que, al mismo tiempo, es
propia de ellos y es extraña por
sobrepasar el ámbito corporal de cada uno de ellos. “No se puede afirmar sin más que el feto es una parte del cuerpo de la mujer y tampoco
es un “cuerpo extraño” en el cual tiene que ver la mujer. De ahí que en este
caso no se trata de un asunto exclusivo
de la mujer, sino que se trata
también de los intereses de la vida nueva que se está desarrollando,
independientemnete de si es deseada o no “ ( P. Sporken, Medicina y ética en
discusión, EVD, Estella, 1971, p. 126).
d. Antropológimente las
decisiones éticas individuales se forjan en el habitat
condicionante de una cultura
colectiva
Ahora, para
determinar si el aborto es un derecho de la mujer es preciso determinar el contenido de esa
acción. Pero, está claro, tal
determinación nadie la hace por sí solo o la hace arbitrariamente al margen de
un contexto cultural.
La
configuración ética de la acción de
abortar (finalizar el embarazo) tiene un significado que se enmarca en el contexto evolutivo de una Cultura, Sociedad, Religión y
Estado. Cuando nacemos y entramos en
sociedad todos participamos del código y normas que esa sociedad nos depara,
irremediablemente. Y habrá normas diversas que reflejarán más o menos justicia,
más o menos igualdad, más o menos
patriarcalismo, etc. Y como resulta que
nuestro papel en la sociedad puede llegar a ser
cada vez más libre y crítico, tarea de los ciudadanos será trabajar para
que las normas desfasadas o injustas sean cambiadas y perfeccionadas.
En esa
historia registramos la triste
realidad de la tiranía ejercida sobre la
mujer por el patriarcalismo. Toda lucha será poca hasta lograr que la igualdad
sea un hecho en las relaciones masculino-femeninas. Pero, tal empeño no
comporta la deducción de que el aborto
es un derecho de la mujer. Ciertamente, será la pareja quien decida en última
instancia, pero el significado de la
acción de abortar es lo que es, nadie lo puede
anular o cambiar a su antojo y no
resulta indiferente para el sujeto que la realiza. A la hora de actuar,
no es lo mismo mentir que no mentir.
La realidad
nos dice que el embrión no es una parte constitutiva del cuerpo de la mujer,
sino otra cosa. ¿Cuál?
Ese es el
problema. Y, por eso, repito que previo a la decisión está el imperativo
racional de valorar el significado de la acción misma de abortar. Una cosa es
el embrión hasta la octava semana y
hasta ahí no sería todavía sujeto humano constituido; y otra es cuando ya
pasa a ser feto (sujeto humano sustantivizado) a partir de la octava semana.
Desde esa
perspectiva ético-científica, cimentada suficientemente, analizo la
problemática de algunas situaciones concretas.
2. Solución en
situaciones concretas
a.
Ante
un embarazo indeseado
En el plano ideal, una relación sexual
masculino/femenina debiera ser, cuando se da de hecho, una expresión de amor
libre y responsable, consciente de que puede ser portadora de vida humana y que
tal particularidad no puede dejarse al azar
o improvisación. La cuestión del aborto resultaría superflua si en toda relación se aplicara una base suficiente de conocimiento y
responsabilidad.
La estadística tan numerosa de abortos en la adolescencia y juventud indica que se procede con
inconsciencia, como si nada se supiera del sentido y consecuencias que puede
acarrear una relación sexual de ese tipo. Es, pues, el gran fallo:
desconocimiento, improvisación, irresponsabilidad. Recaer en esta laguna, en un mundo tan
abierto informática y educativamente, demuestra que lo que estamos haciendo no aporta la claridad, responsabilidad y eficacia necesarias para la juventud sobre este punto.
En el plano real de cada día, nos encontramos con ese hecho iterativo y
estremecedor: muchos jóvenes no calculan las consecuencias de lo que hacen, luego, cuando ya no hay remedio, les
asalta el miedo de una maternidad y paternidad a destiempo, no programadas ni
deseadas y sufren el trauma de cómo liberarse de ellas mediante
el aborto.
En semejante situación, es cuando el contorno
cultural y, sobre todo, familiar, resulta
decisivo: ¿Aborto sí o aborto no?
b.
Ante
situaciones que no justifican el recurso al aborto
(cuando ya el embrión es feto).
Hay quien no lo duda: finalizar el embarazo
mediante el aborto resulta, cualesquiera
que fueren sus circunstancias, moralmente correcto.
Sus razones:
.
Porque la mujer es dueña de su cuerpo y
puede decidir libremente. En este caso, no hace sino aplicar el derecho que le asiste a finalizar el embarazo.
. Porque el
embarazo llega en un momento en que la pareja no se considera en condiciones
económicas ni psicológicas para afrontar la crianza y educación del hijo.
. Porque el
embarazo sobreviene improvisadamente, sin programación. Puede entonces
finalizarse por no adecuarse a los planes y
voluntad de los padres.
. Porque la
legislación de diversos países permite el aborto hasta después de las 14
semanas e incluso más allá de las 20.
* En estas situaciones, se parte del
supuesto de que el embrión no es una realidad nueva, con repercusiones morales
para quienes lo generan. Se descarta entrar en ese plano de
consideraciones y se decide
sobreponiendo la propia voluntad y programa de vida al margen de la realidad
embrionaria.
Considero un síntoma muy singular
que una pareja pueda sostener esta actitud de cerrar los ojos a los efectos de
una acción propia, como es la del embrión concebido. Esa realidad deriva de una
acción común, es lo que es y nadie puede
anularla en su significado. ¿Se puede determinar científicamente si esa
realidad constituye una vida humana? ¿Cuándo?
La hipótesis científica, que yo he
expuesto, señala como segura la presencia de una vida humana después de las
ocho semanas. Tan sólo, por tanto, antes de ese tiempo, el recurso al aborto
dejaría de ser un atentado contra la vida. Posterior a ese plazo, el recurso al aborto en las cuatro
situaciones indicadas, generaría un conflicto entre la conciencia personal y el
respeto a una vida ya constituída.
c) Ante situaciones que justifican el recurso al aborto
Hay otras situaciones que, por su
conflictividad, sugieren como moralmente correcta la posibilidad de finalizar el embarazo:
a. Embarazo
sin libertad o contra naturam. Cuando el embarazo ha sido efecto de una
violación, -embarazo contra naturam- no efecto de un acto libre, responsable y
amoroso. La mujer no está obligada a asumir una maternidad que se le impone
coactiva e injustamente. Ni la naturaleza, ni las leyes humanas, ni Dios puede
exigir que una mujer se someta contra su
voluntad a un proceso que violenta su ser más íntimo y le reporta consecuencias
que jamás ella propició libremente.
Por supuesto, la finalización del
embarazo en el plazo previo a las ocho semanas,
de acuerdo con la hipótesis científica sostenida, no sería en este
caso inmoral.
b. Aborto
eugenésico. Cuando la vida en gestación viene marcada por malformaciones
–aborto eugenésico- que van a impedir
que el feto nazca bien y con salud,
impidiéndole el desarrollo de una vida normal y cargando a sus padres con
tareas que no necesariamente deben asumir.
Se trata de casos en que la
naturaleza biológica se muestra aberrante, en grado mayor o menor, que
comportan muchas y graves dificultades para el feto, los padres y la sociedad.
La pregunta
casi sobraría en el caso de fetos con deformaciones (ariencefalia, por
ejemplo) que impidieran cualquier expresión de vida humana. Esos fetos carecerían de los elementos
esenciales para una constitución humana
y, por lo mismo, no serían humanos.
Si tales anormalidades pueden
conocerse a tiempo, podrían corregirse sin dificultad moral, interviniendo
antes de las ocho semanas.
c. Aborto
terapéutico o indirecto. Cuando el embarazo no se puede proseguir con éxito
hasta que el feto pueda ser viable y entonces
esperar hasta ese momento daría lugar a la muerte del hijo y también de
la madre. Es el caso del aborto terapéutico o aborto indirecto: al no poder salvar las dos vidas, es un deben
moral salvar por lo menos, la vida de la
madre.
Sería injusto no intervenir
permitiendo que murieran el feto y la madre. El feto no puede sobrevivir debido a la
situación misma, y entonces hay que salvar por lo menos la vida de la madre. Es
de sentido común. La ciencia establecerá luego cuándo y en qué condiciones (
feto muerto, embarazo ectópico, cardiopatía grave de la madre...) se presentan
estas situaciones, incompatibles con la salvación de las dos vidas.
3. Un Estado democrático tiene competencia para
legislar moralmente
En un Estado democrático, ninguna
instancia civil o religiosa puede atribuirse
el poder legislativo, como si
dimanase de sí misma al margen de la realidad
personal de los ciudadanos. La ética debe determinarse en cada tiempo mediando la
racional y responsable participación de los ciudadanos, pues la razón con todo
el abanico de sus recursos investigativos es la que, por tratarse de la
dignidad humana y de sus derechos, nos habilita para llegar a ellos,
explorarlos, entenderlos, valorarlos y acordarlos democráticamente.
Por lo mismo, aunque en el tema
del aborto, intervengan instancias civiles y religiosas, en este caso desde instancias
científico-éticas se recorre un camino común, compartible por todos. Sin negar validez a los credos religiosos,
podemos de esta manera convivir acordando entre todos lo mejor y lo más ético
para cualquiera de los problemas que se planteen a toda la Comunidad civil.
La competencia legislativa de la Sociedad y del Estado no significa que
siempre exprese en sus leyes el contenido perfecto de la Moral. Pueden
consensuarse normas democráticamente que, por circunstancias y razones varias,
exijan un perfeccionamiento posterior y haya ciudadanos que, con todo derecho,
así lo demanden.
. En principio y
de un modo general, considero un
despropósito aprobar que las adolescentes puedan abortar por voluntad propia
después de cumplir los 16 años, sin
un conocimiento y diálogo adecuado con los padres. Decir que pueden hacerlo resulta
irreal, pues no hay muchacha alguna que
en asuntos importantes de la vida y, más en éste, decida por sí misma al margen del contorno
familiar y del sentir de los padres. Su
personalidad puede estar más o menos preparada, pero le importará recibir luz y apoyo de sus padres en primer
lugar y de quienes con conocimiento y experiencia puedan orientarle. Puede
encontrarse con opiniones contrapuestas y hasta con posiciones autoritarias,
que ella no comparte. Visto todo, en casos así, no generalizables, la decisión
será de ella con todas las consecuencias, aún sabiéndose en contra de la
posición de sus padres.
4. Hay casos en que por
ignorancia se sigue la propia
conciencia, obrando contra una norma
moral, pero de buena fe y sin culpabilidad
Hay parejas y mujeres que, en variedad de circunstancias y por diversidad
de razones, deciden abortar pasado el
plazo de las ocho semanas. No sería admisible en principio desde el enfoque y posición aquí defendida.
Sin embargo, puede admitirse su obrar como correcto si, de
acuerdo con la moral tradicional, creen que están haciendo bien porque así se
lo dicta su propia conciencia. Para cada uno, la norma moral
inmediata a la que hay que obedecer,
es la propia conciencia.
Pienso que no es fácil lograr que siempre haya
adecuación entre la norma moral y la práctica cotidiana de los ciudadanos.
Siempre habrá quienes, con verdad o no, aduzcan razones para poder abortar y su decisión resulte a otros o a la
mayoría reprobable. Tal obrar puede estar equivocado y ser opuesto a la norma
objetiva.
Pero, yo personalmente, trataré
de entender la situación conflictiva del sujeto
que la está viviendo, a mí se me escapan los motivos existenciales que le afectan, como se
me escapa el nivel concreto de su conocimiento y cultura para decidir en medio
de las presiones y limitaciones que le
rodean, etc.
Puedo mostrarle mi comprensión,
mi solidaridad y también las razones de mi desacuerdo, pero si, después de
todo, ella decide abortar, no me incumbe a mí pronunciarme sobre su responsabilidad
o culpabilidad; puede estar equivocada, pero pese a todo, ella no acierta a
comprender otra solución como mejor y, siguiendo su conciencia, decide abortar.
Su decisión es de buena fe, sincera y no sería congruente proceder contra ella
con algún tipo de penalización. “La
opinión más común y verdadera enseña que
el confesor puede y debe abstenerse de
la amonestación y dejar al penitente en
su buena fe, siempre que se encuentre en un error invencible, sea en materia de
ley humana o divina, si la prudencia dice
que una amonestación no le haría ningún bien, sino más bien daño” (S.
Alfonso de Ligorio, Theología moralis, libro VI, tratado IV, nº 610 (Ed. Gaudé,
1905), vol. III, p. 634). “Ignorancia invencible es un problema de incapacidad de una
persona para “hacerse cargo” de una obligación moral... Según la capacidad
y situación muy diferentes de la gente, éste puede ser el caso no sólo de los más altos ideales y de los preceptos del Evangelio , sino
también del entendimiento existencial de
una norma moral prohibitiva” (B. Häring, Moral y medicina, p. 112.) Y el
concilio Vaticano II: “ No pocas veces
sucede que la conciencia yerra por
ignorancia invencible, sin que por eso
pierda su dignidad” (GS, Nº 16).
Casos, pues, de actuación de buena fe, es decir, con
sinceridad y, por lo tanto, sin culpa.
5. Lo más importante, hacer innecesario el aborto
Son muchas, ciertamente, las
causas que pueden provocar el aborto. Pero,
en una
sociedad abierta y pluralista como la nuestra, que goza de información
suficiente y de múltiples instancias
educativas, no se entiende la magnitud que el aborto reviste en edades
juveniles. Seguramente, son muchos los factores que inhiben en unos y en otros
una tarea informativa y educativa obligatoria y a tiempo. Conocer esos factores
y combatirlos sería la manera más eficaz de hacer desaparecer el aborto. Ahí,
la sociedad entera (familia, escuela, medios, administración política...)
tienen, creemos, la responsabilidad mayor.
6. Apostar por la vida de todos
Hago un canto a la vida y me sumo a todos aquellos
que, de mil maneras, la defienden, la liberan y la protegen cuando de vidas
humanas reales se trata.
No obstante, me parece
absurdo y contradictorio - y por
eso lo denuncio- el hecho de que
personas, sectores, movimientos y muchas instancias civiles salgan a defender
con intransigencia una vida embrionaria y no adopten actitudes con parecido
ardor y urgencia respecto a los miles y
millones de vidas que, a diario, viene
sacrificadas en el altar de la guerra, de la explotación, de la miseria, de la injusticia y esto en
grados de alta crueldad y
complicidad.
Me complace recordar, como final,
las palabras de Jesús de Nazaret:
“He
venido para dar testimonio de la verdad y para que tengan vida en abundancia”.
Benjamín Forcano